—Vayamos al grano —indicó ella—. He traído una lista de cosas que nos preocupan.
—Estoy deseando escucharla —repuso él—. Me alegro de verte otra vez, Alfredo—añadió, estrechándole la mano al abuelo de Paula.
—Yo preferiría no tener que reunirme contigo.
—Para ser sincero, a mí también me gustaría que no fuera necesario. Quiero hacer realidad este proyecto —señaló Pedro.
Paula estaba segura de que así era. Lo más probable era que Alfonso estuviera perdiendo dinero con cada día que tenían las obras paradas. Pero ella había ido allí para dejar claro que no podían sustituir los mercados tradicionales de la localidad por un lujoso centro comercial.
—¿Cuál es la mayor de sus preocupaciones? —preguntó él—. Este edificio pertenecía a una cadena de supermercados antes de que tú llegaras, Alfredo. No es laprimera vez que tienen franquicias en el barrio. Pero podemos invitar a pequeños comercios, si lo prefieren.
Paula se dió cuenta de que Pedro no comprendía bien qué tenían en contra de su proyecto.
—Pedro, el mercado es parte de la comunidad cubana. No solo es un lugar donde la gente compra comida, es donde los hombres mayores van por las mañanas a tomar café, donde se sientan y hablan de sus cosas. Es un lugar donde las madres jóvenes pueden llevar a sus hijos a jugar en el patío y disfrutar de deliciosa comida cubana.
Pedro sabía que la reunión no iba a ser fácil. Para ser justos, él también necesitaba tener contenta a esa comunidad, pues serían sus futuros clientes. Aunque tenía la intención de hacer tratos con unas cuantas compañías locales de tours para que llevaran a los turistas al centro comercial Luna Azul, eran los residentes de la zona quienes debían darle vida a su proyecto.
—Estoy abierto a sugerencias. Por el momento, Alfredo solo ha exigido que dejemos el mercado tal y como está y creo que los dos sabemos que eso no sería una buena solución.
—No creo que los dos sepamos eso.
—¿Has ido por el mercado hace poco? —le preguntó Pedro a Paula—. El edificio está viejo y descuidado, ¿No es verdad, Alfredo?
Alfredo se encogió de hombros y miró a Paula.
—El edificio necesita reparaciones y su propietario… tú, Pedro, deberías hacerlas — replicó Alfredo.
—Quiero hacer más que reparaciones. Ni siquiera estoy seguro de que los materiales estén preparados para resistir un huracán.
Paula sacó un cuaderno de notas y comenzó a escribir.
—Lo comprobaré. ¿Has considerado la posibilidad de formar un comité con los líderes de la comunidad y representantes de tu compañía? —sugirió ella.
—Hemos tenido algunas conversaciones informales.
—Necesitas más que eso. Porque, si quieres el apoyo de la comunidad, tendrás que mantener un diálogo abierto con ellos.
—De acuerdo —admitió Pedro—. Pero solo si tú también formas parte del comité.
Ella parpadeó y ladeó la cabeza.
—No creo que eso sea necesario.
—Yo, sí —repuso Pedro—. Has crecido aquí y, además, conoces los temas legales y las normativas de urbanismo. Podrás ver las cosas con perspectiva.
—No creo…
—Estoy de acuerdo con él, pocha. Deberías participar —intervino Alfredo.
—¿pocha? —preguntó Pedro, sonriendo.
—Es mi apodo —explicó Paula, y se ruborizó.
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