jueves, 14 de septiembre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 3

—Enviaré a María para que compruebe que está limpia y preparada —indicó la abuela.

—No es necesario —aseguró Paula.  Sus abuelos se ocupaban de cuidarle la casamientras ella estaba en Nueva York. Era el mismo sitio donde había vivido con Raúlcuando iban a la Universidad de Miami. Y estaba llena de recuerdos—. Yo la limpiaré.

—No. Nosotros nos encargaremos. Tú concéntrate en Luna Azul y en Pedro Alfonso — ordenó el abuelo.

—Es un hombre con mucho encanto, abuela —comentó Paula, meneando la cabeza—. ¿Lo conoces?

—No, pero el abuelo lo ha visto varias veces. A tí te pareció un hombre muy astuto,¿No es así? —preguntó la mujer, girándose hacia su marido.

—Sí. Muy astuto y muy… Sabe hacer la oferta que nadie puede rechazar. Es como el diablo.

Paula rió, pensando que la observación de su abuelo no andaba muy desencaminada.

—Tiene un pico de oro —observó Paula—. Sí que sabe ser convincente.

—Sí. Ten cuidado, pochi. No vayas a quedar prendada de otro hombre así —le advirtió su abuelo.

Mientras su abuela se ponía en pie y le gritaba a su marido que dejara en paz el pasado, Paula se rodeó la cintura con el brazo y salió en silencio de la cocina. En el patio, se sentó en un banco entre hibiscos en flor y orquídeas. Se había ido de Miami a causa de Fernando. Pero había vuelto e iba a tener que enfrentarse a su pasado para poderlo dejar atrás de una vez por todas. No servía denada intentar escapar. Además, le gustaba la idea de tener que concentrarse en Pedro Alfonso. Era justo la clase de hombre que necesitaba para olvidar el pasado y comenzar avivir de nuevo.



Pedro firmó unos cuantos documentos que lo estaban esperando en su escritorio y despidió a su secretaria para comer. «Medidas cautelares». Paula Chaves, con su cuerpo exuberante y sus grandes ojos, había solicitado medidas cautelares contra la compañía para impedir que siguieran adelante con las obras hasta que se demostraraque iban a emplear a vendedores locales en su centro comercial. Por su culpa, estabana punto de irse al garete sus planes de hacer coincidir la inauguración de las obras conel décimo aniversario del club.

—¿Tienes un minuto?

Pedro levantó la vista. Allí estaba su hermano mayor, Federico, de pie en la entrada de su despacho. Federico llevaba un atuendo informal, como era su costumbre, perfecto para desempeñar su papel de encargado de dirigir el club nocturno. A diferencia de Pedro, que siempre llevaba traje y se pasaba todo el día en su despacho.

—Claro. ¿Qué pasa?

—¿Qué tal han ido las cosas en la oficina de urbanismo? —quiso saber Federico,entrando y sentándose ante el escritorio de Pedro.

—No muy bien. La familia Chaves ha solicitado medidas cautelares contra las obras. Voy a pasarme la tarde revisando los documentos que tenemos que presentar como respuesta. Espero hablar con su abogado después y ver si podemos negociar y llegar a algún acuerdo.

—Maldición. Pensaba celebrar la colocación de la primera piedra al mismo tiempo que el décimo aniversario del club.

—Haré lo que pueda. Pero no esperes demasiado. Los vecinos y los arrendatarios del mercado no nos tienen en mucha estima.

—Utiliza tus encantos para convencerlos.

—No tengo encantos.

—Diablos, lo sé. Deberías enviar a Micaela.

—¿Mi secretaria?

—Sí, es amigable y a todo el mundo le cae bien.

Micaela era agradable, pero no tenía la experiencia necesaria como para hablar con los ocupantes del mercado y hacerles comprender la renovación que  los Alfonso tenían en mente.

—Mejor iré yo en persona, después de hablar con Paula.

—¿Quién es Paula?

—La abogada de Alfredo Chaves.

—Me da la sensación de que no tienes más que ganártela para meterte a los Chaves en el bolsillo.

—Deja de intentar manipularme para que haga lo que tú quieres —advirtió Pedro.

—¿Por qué? Se me da bien.

Pedro le dió un suave puñetazo de broma a Federico, que a su vez fingió llevarse un buen golpe.

—Vete. Tengo trabajo —pidió Pedro.

—De acuerdo.

Cuando Federico salió, Pedro se recostó en la silla. Tenía mucho que hacer, lo suficiente para mantenerse ocupado, pero no podía dejar de pensar en Paula Chaves.De pronto, sonó el interfono de su mesa.

—La señorita Chaves por la línea uno —informó la recepcionista.

Hablando del rey de Roma…

—Pedro al habla —respondió, tras pulsar un botón—. Si no recuerdo mal, creo que habíamos quedado en que yo te llamaba.

—Lo sé, pero no soy de esa clase de mujeres que espera a que el hombre las llame—repuso ella.

Su voz era tan deliciosa por teléfono como en persona, pensó Pedro, cerrando losojos. Esa mujer lo distraía demasiado. Y no podía dejar que lo despistara de su objetivo.

—Me alegro —señaló él—. Pensé que podría ser difícil contactar contigo, dado que has solicitado medidas cautelares contra nosotros.

—No es por nada personal, Pedro.

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