Al cabo de unos minutos, comenzó a lamerle un pezón. Había muchas cosas más que deseaba hacer con ella. Se fundieron en un abrazo y mientras Pedro acariciaba sus preciosos pechos, Paula acariciaba su espalda. Después, lo atrajo hacia sí con fuerza y él levantó la cabeza y la miró. Tenía los ojos cerrados y lo abrazaba con tanta fuerza que sintió que se le encogía el corazón. Era demasiado pronto para sentir tanto por ella. Pero a la vez sabía que era demasiado tarde. Se había dado cuenta de lo vulnerable que se sentía con él. Podía sentir lo mucho que ella lo necesitaba. Él también la necesitaba, deseaba protegerla de todo sufrimiento, incluso de los que él le pudiera causar. Pero no esa noche. Esa noche lo único que quería era disfrutar del momento y pretender que nada había cambiado, aunque en su interior sabía que así había sido.
—Pepe—dijo ella buscando con sus labios los de él.
Pedro se dió cuenta de que ella no quería hablar, lo que le pareció bien. Así que le hizo el amor una vez más, confiando en que aquello fuera suficiente.
Paula se despertó sola cuando sonó la alarma a las tres y media. ¡Cómo odiaba ese nuevo turno! Se desperezó y se dió media vuelta hundiendo la cabeza en la almohada sobre la que había dormido Pedro. Todavía mantenía su olor y la abrazó contra su pecho, con los ojos cerrados. Ya no había marcha atrás. Se estaba enamorando de él y no podía disimularlo.
¿Dónde estaba? No podía creer que se hubiera levantado tan temprano. Quizá si mantenía los ojos cerrados, podría quedarse en el mundo de los sueños, donde la realidad no tenía cabida. La luz del pasillo se encendió y un segundo más tarde, Pedro entró en la habitación.
—Buenos días.
Ella apartó la almohada y abrió los ojos. Pedro se había sentado en el borde de la cama y llevaba los pantalones puestos. Tenía dos tazas de café en las manos.
—Buenos días —respondió ella y él le dió una taza. De pronto se dio cuenta de que era té. Sabía que a él le gustaba el café—. Siento no tener café.
—Está bien. No vine aquí a tomar café —respondió él y colocó unos cuantos almohadones sobre el cabecero en los que se recostó.
—¿Para qué viniste? —preguntó Paula.
Necesitaba saberlo. Necesitaba valorar lo que estaba sintiendo a través de lo que podía esperar de Pedro. Y aunque él le había pedido que no lo midiera con la misma vara que empleaba para medir a otros hombres con los que había salido, era difícil no hacerlo. Era más intenso que otros hombres. La hacía sentirse viva y desear cosas que poco a poco había ido olvidando.
—Esto es para tí, Pau, sólo para tí.
Ella dió otro sorbo a su té. ¿Se habría levantado temprano o ni siquiera se había acostado? Sospechaba que no había dormido.
—No tenías que haberte levantado tan temprano.
—Quería hacerlo.
No estaba segura de qué debía hacer. Le habría gustado haber elegido otra noche para acostarse con él por primera vez. Una noche en la que no tuviera que salir corriendo para irse a trabajar. Pero algo preocupaba a Pedro esa mañana y sabía que si hubiera tenido un poco de tiempo, habría podido averiguar de qué se trataba.
—¿Quieres ducharte conmigo? —preguntó Paula poniéndose de pie.
—¿De cuánto tiempo dispones?
—Quince minutos. Tengo que salir a las cuatro o llegaré tarde.
—Entonces, será mejor que no.
Paula dejó la taza sobre la cómoda y se quitó la ropa interior.
—¿Seguirás aquí cuando salga?
—Sí, no me iré hasta que tú lo hagas.
—Está bien —dijo ella dirigiéndose al baño.
Trataba de no pensar en Pedro ni en lo que había pasado la noche anterior y concentrarse en su rutina. Cuando salió del cuarto de baño diez minutos más tarde, él seguía tumbado en la cama. Había encendido la lámpara y estaba leyendo uno de los libros que tenía en la mesilla. Tenía el pelo húmedo. Era rizado y nunca utilizaba secador. La habitación estaba fresca, pero ignoró el frío que sentía. Fue hasta el armario y sacó unos vaqueros y un jersey. Volvió a la habitación y echó un vistazo al libro que él estaba leyendo. Era una de las novelas eróticas que había dejado allí.
—¿Has leído este libro? —preguntó él.
—Sí.
—¿Has hecho alguna vez algo de esto?
El argumento trataba sobre una mujer totalmente dominada por su amante. Estaba a su entera disposición, preocupada tan sólo de darle placer. Y aunque a Paula le gustaba leer aquellos libros de vez en cuando, veía imposible convertirse en ese tipo de mujer.
—No.
—¡Cuánto lo siento! Me gustaría que vivieras para satisfacerme.
—¿Harías tú lo mismo?
—Desde luego.
—No sé por qué eso no me sorprende. Eres muy antiguo en lo que a las mujeres se refiere.
—No son otras mujeres las que me provocan esas sensaciones. Eres tú. Además, soy muy posesivo.
—¿De veras?
Él asintió con la cabeza, mientras dejaba el libro a un lado.
—Siento celos sólo de pensar en que un hombre pudiera tratarte así.
Ella se estremeció al ver la intensidad de su mirada.
—Es sólo la historia de un libro.
—Lo sé, pero seguro que puedes comprender que es muy seductor para cualquier hombre poseer a una mujer en cuerpo y alma.
Le gustaba aquello, pero sabía que era tan sólo una fantasía como la de encontrar un príncipe azul. Aquellas historias eran una fantasía sexual en la que no había que preocuparse por nada y en las que el placer estaba siempre garantizado.
—No te preocupes, no intentaré convertirte en mi esclava sexual —dijo Pedro poniéndose los zapatos—. ¿Estás libre para comer hoy?
—Creo que sí.
—Bien, entonces, te llevaré al trabajo y te recogeré a la una para comer. ¿Te parece bien?
Ella asintió. Atravesaron la casa y Paula se percató de que había cambiado el tema de conversación. Él sujetó su chaqueta mientras ella se la ponía y dejó las manos durante unos segundos sobre sus hombros. Ella se giró y lo abrazó.
—Si sólo fuera por diversión, no me importaría convertirme en tu esclava sexual.
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