Pedro dejó sus cartas en la mesa, agarró la botella de whisky y siguió a Federico hasta la cocina.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Federico.
—No es asunto tuyo —contestó Pedro.
—Claro que lo es. Le dí a Paula tu número de teléfono y me siento responsable.
—Pues no te sientas así. Yo soy el mayor y me encargo de resolver nuestros problemas.
—Pues no creo que seas capaz de hacerlo, Pepe. ¿Qué ocurre? Paula no es como las otras mujeres con las que has salido. Es una mujer de verdad. ¿Sabes a lo que me refiero? Es de verdad como nada en nuestras vidas lo ha sido antes.
—¿Crees que no me he dado cuenta? Por eso me estoy apartando de ella. ¿Qué sé yo de una relación duradera?
—No lo sé, hermano, pero sé que eres diferente desde que Paula apareció en tu vida. Creo que... Pero, ¿quién soy yo para dar consejos? En fin, creo que si olvidaras el pasado, serías feliz junto a ella.
Pedro no dijo nada, pero había escuchado la verdad de labios de su hermano. Quería creer en lo que le acababa de decir.
—¿Recuerdas aquella fiesta en verano cuando tú tenías cinco años y yo ocho? Aquel día fue perfecto. Mamá hizo galletas y por primera vez no se le quemaron. Y tú y yo fuimos nombrados reyes del festival, ¿Recuerdas?
—Sí —respondió Federico.
Pedro se apoyó en el mostrador, pensativo. Aquel día había sido perfecto. Por una vez, sus padres no se habían peleado y había llegado a creer que las cosas podían ir bien y que su familia acabaría convirtiéndose en una de aquéllas que tanto envidiaba.
—Después, dos días más tarde, todo se echó a perder —continuó Pedro en voz baja, como si hablara para sí mismo.
—Pero con Paula, todo será diferente.
Pedropercibió esperanza en la voz de su hermano.
—No puedo arriesgarme, Fede. No quiero hacerle daño.
Pedro pasó junto a su hermano y salió al frío de la calle, aunque no lo sintió. Su corazón se había congelado y nada podía compararse con la frialdad que sentía ahora que volvía a estar solo. La puerta se abrió y apareció Rolo. Recordó el día que conoció a aquel hombre. Había sido el mismo día en que conoció a Paula. Apenas recordaba lo que le había dicho en aquel primer encuentro, pero el sonido de su voz todavía retumbaba en su cabeza, haciéndole desear conocerla más a fondo.
—¿Quieres que hablemos de tus problemas? —preguntó Rolo.
Dió una calada a su puro y cruzó los brazos sobre su enorme barriga. Parecía un gángster y el simple hecho de pensar en hablar con él de sus problemas le producía risa.
—No me gusta hablar de mis sentimientos.
Rolo se encogió de hombros y se apoyó en la barandilla, observando el cielo como si buscara en él algún tipo de respuesta.
—A mí tampoco, pero a las mujeres, sí.
—¿Tienes problemas? —preguntó Pedro.
Estaba empezando a estar cansado de parecer el único hombre con problemas. Pero, ¿Cuál era su problema? Estaba enamorado de una mujer y tenía miedo de que sus sentimientos fueran reales y arriesgarlo todo por ella.
—Realmente, no. Pero me gustaría que las cosas fueran diferentes, ¿Me entiendes?
—Sí.
Rolo observó a OPedro detenidamente, con el puro entre sus labios. Pedro deseó no haber bebido tanto whisky. No iba a poder conducir su coche de vuelta a casa. Quizá pudiera llamar a Paula y pedirle que fuera a recogerlo. Sabía que lo haría a pesar de que no estaba siendo amable con ella. Iría y lo recogería como haría con cualquiera de sus amigos.
—Ve y habla con ella. Las mujeres entienden esas cosas —dijo Rolo después de un largo silencio y Pedro advirtió que seguía allí.
Sacudió la cabeza. Aquello era un error. Llamaría a Carlos y se iría a casa a dormir la borrachera y por la mañana se iría en el primer avión a algún sitio cálido y no regresaría hasta después del día de San Valentín. Después de eso, se habría olvidado de Paula.
—No puedo. Ella se merece alguien mejor.
Se merecía a un verdadero príncipe azul y no sólo un sapo que nunca se convertiría en príncipe. Pedro bajó el primer escalón del porche, pero Rolo lo agarró por el hombro y lo detuvo.
—En realidad no soy locutor —dijo Rolo.
—No importa, amigo —dijo Pedro tratando de soltarse, pero Rolo lo sujetó con fuerza.
—Me dedico a hacer que las parejas funcionen.
—Creo que he bebido demasiado —murmuró Pedro.
—Créeme, ya me gustaría que fuera el alcohol, pero lo cierto es que estoy aquí para que no estropees las cosas con Paula.
—Me gustaría creerte, Rolo.
—Pues créeme. A mí también me cuesta, todavía trato de entender las reglas, pero cuando Vanina me envía para ayudar a alguien...
—¿Tu productora está metida también en este asunto de emparejar a la gente? ¿Cuánto has bebido?
—No lo suficiente —respondió Rolo—. ¿Por qué no puede ser esto más sencillo?
Pedro sintió como si el mundo se moviera y un segundo más tarde estaba en un estudio de radio. Una Paula embarazada, con los auriculares puestos, ponía la música sexy que tanto le gustaba mientras mantenía una conversación con un hombre.
—¿Dónde estamos?
—En el futuro —contestó Rolo.
—Así que las cosas salieron bien para Paula y...
—Un hombre llamado Diego.
Pedro sintió un nudo en el estómago. Lauren parecía feliz. ¿De verdad lo estaba?
—¿Puede verme? —preguntó Pedro a Rolo.
—No, sólo hemos venido a observar.
Pedro se acercó a Paula hasta que rozó su pelo y sintió su fragancia. Al fin, ella era feliz. Era lo que siempre había deseado. Cerró los ojos y la escuchó hablar. Aquella llamada no estaba en antena.
—De veras, Diego, puedes venir a casa esta noche.
—Lo siento, preciosa, es que ahora no puedes tener sexo.
—Está bien —respondió Pedro rascándose la frente.
Claro que no lo estaba. ¿Cómo podía permitir que alguien la tratara así?
—¿Qué está pasando aquí, Rolo? Se supone que es feliz.
—Se conforma con lo que tiene.
—Pero eso no está bien —dijo Pedro.
—Tienes razón, pero sigue enamorada de tí.
Las manos de Pedro temblaban. De repente, volvió a aparecer en el porche de Federico. Se sentó en un escalón y miró las estrellas. No quería ver a Paula sufriendo, ni esperando un hijo que no fuera el suyo. No quería pasar el resto de su vida solo, sin la mujer a la que amaba. Pensó en su vida y en cambiarla, en dejar su departamento y en tener el mismo coche durante más de seis meses. Se imaginó despertando junto a ella y un sentimiento de tranquilidad lo embargó. Nada lo asustaba más que tener que hablar con ella y decirle lo que sentía y lo dispuesto que estaba a convertirse en el caballero de brillante armadura con el que ella tanto soñaba.Ni siquiera sabía cómo hacer que lo creyera.
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