Él tomó sus manos y le colocó los brazos por encima de la cabeza, sobre las almohadas, a la vez que incrementaba sus movimientos. Bajó la cabeza y besó su pecho. Paula estaba muy cerca, sabía que estaba a punto de...
—¿Pepe?
—Ahora —dijo él junto a su pezón.
Paula sintió cómo la llenaba con su simiente mientras su propio cuerpo se estremecía, aprisionando su pene. Lo rodeó con sus brazos y lo estrechó, segura de que había encontrado al hombre que siempre había buscado.
—Te quiero.
Él se tumbó a su lado y tiró de la sábana para cubrirlos a ambos. Le hizo el amor una vez más y después, Paula se quedó profundamente dormida. Sólo cuando la alarma la despertó, se dió cuenta de que él no le había dicho que la quería.
Miedo era lo último que se habría imaginado que lo invadiría. Sabía que perdería a Paula. ¿Acaso no se había dado cuenta de que él no era un hombre al que revelar algo así? Nada más sonar la alarma del despertador, ella lo observó y Pedro se dió cuenta. Podía sentir sus ojos en él y el peso de aquellas palabras que no se había atrevido a pronunciar sobre sus hombros. Pero no estaba dispuesto a decirlas. Ni siquiera estaba seguro de que las sintiera como verdaderas. ¿Qué sabía un hombre como él del amor? ¿Por qué demonios pensaba que él era su príncipe azul? ¿No le había demostrado que era tan sólo un sapo? Le resultaba difícil decirle aquellas palabras que ella tanto deseaba oír, aunque ella era la persona más importante para él en aquellos momentos.
Habían dormido acurrucados y por la mañana, Pedro la deseaba de nuevo. Nunca tendría suficiente de aquella mujer, pero sabía que iba a ser la última vez que le haría el amor. Sabía que después de aquella mañana, una vez que Paula saliera de su cama, las cosas cambiarían. Quizá ella volviera a sacar el tema del amor, aunque confiaba en que no lo hiciera. No quería ver el dolor reflejado en aquellos grandes y expresivos ojos. Recorrió con sus manos la piel de su cuerpo, todavía cálido. No había tenido tiempo de explorar todo su cuerpo y de averiguar cómo reaccionaban algunos de sus rincones. Era demasiado pronto para el final. No estaba preparado para dejarla ir. Más tarde pensaría en la posibilidad de que aquellas dos palabras pudieran estarleafectando. Pero en aquel momento, la necesitaba, necesitaba sentir la suavidad de su piel junto a su cuerpo.
Alargó la mano y encendió la lámpara de la mesilla. Paula giró la cabeza sobre la almohada y se dió la vuelta. Sus ojos se encontraron y advirtió que había tristeza en su mirada. No podía hacerlo. Quizá lo mejor fuera dejar que se levantara de la cama, pero no estaba preparado para dejar que se fuera. ¿Acaso alguna vez estaría preparado para dejar que aquella mujer se fuera de su lado? Su corazón le decía que no, pero no podía ser. Se inclinó sobre ella y la besó suavemente, con los ojos cerrados para no advertir el dolor en sus ojos. Paula emitió un profundo gemido que hizo que deseara darle placer una vez más, se acercó a él y colocó una pierna alrededor de las caderas de Pedro. Él deseaba hacerle el amor una vez más evitando tener que contemplar su rostro, pero era evidente que ella tenía otros planes. Ella también presentía que era la última vez y era evidente que deseaba dejarlo marcado. Lo hizo tumbarse sobre la espalda y comenzó a juguetear con sus pezones recorriéndolos con la lengua. Sus dedos bajaron lentamente por sus costillas y se deslizaron por el vello que conducía hacia su vientre. Cada centímetro de su cuerpo era sensible a sus caricias. Estaba duro como una roca y deseaba penetrarla en aquel mismo instante. Pedro la tomó por la cintura y la hizo colocarse a horcajadas sobre él. Lauren se inclinó sobre su pecho y frotó sus senos contra su piel, mientras tomaba su pene entre las manos y se lo introducía lentamente.
—¿Has visto cómo te hago mío?
Él la rodeó con sus brazos y girando, se colocó sobre ella. Era un movimiento extraño, pero se las arregló para no salir de ella. La tomó por las caderas y la penetró más profundamente.
—No —dijo él con voz profunda—. Tú eres mía.
Él la miró intensamente y ella lo tomó por los hombros, clavándole las uñas. Le hizo el amor más salvajemente que la noche anterior y enseguida ambos alcanzaron el orgasmo. Ella se estremeció entre sus brazos y un segundo más tarde, él explotó en su interior, llenándola. Luego, se acomodó en sus turgentes senos mientras ella le acariciaba la espalda. El momento era dulce y lo único que faltaban eran aquellas palabras. Ella lo abrazaba tiernamente. Nunca se había sentido tan a gusto junto a una mujer. Le estaba ofreciendo aquella paz que él tanto necesitaba para decirle aquellas palabras que Paula ansiaba oír. Pero no eran suficiente para él. El silencio se alargó entre ellos. Ella dejó de acariciarlo y lo empujó a un lado.
—Tengo que prepararme para ir a trabajar.
Pedro se hizo a un lado y la dejó ir, sintiéndose como un bastardo. Pero no podía cambiar su forma de ser en tan sólo unos minutos. Su experiencia le había enseñado que el amor a primera vista nunca duraba. A pesar de lo que su solitaria alma pedía a gritos, no estaba dispuesto a apostar por el amor que Paula le ofrecía. Porque si lo hacía y ella lo dejaba, se encontraría más solo de lo que había estado antes de conocerla.
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