martes, 12 de septiembre de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 43

Paula pasó el fin de semana en Chicago con su familia. Necesitaba sentirse querida y mimada. Su madre había intentado tratar el tema y  se había dado cuenta de que no resolvía nada tratando de evitar la realidad. Regresó a Detroit el lunes por la mañana y se fue derecha al trabajo. Era el día del concurso Un kilómetro de hombres y tan pronto como saliera del programa iba a tener que ir a ver a Pedro y hablar con él. Rolo llegó pronto. Iban a hacer una retransmisión desde el recién renovado teatro Fox de la avenida Woodward. El hall estaba lleno de los hombres que se habían inscrito en el concurso. Como era febrero y hacía mucho frío fuera, les estaban sirviendo bebidas calientes, a la vez que se estaban asegurando de que ninguno pasara demasiado tiempo fuera. Al ver a tanta gente dispuesta a buscar su oportunidad en el amor, le era más fácil aceptar la decisión que había tomado en su largo camino de vuelta a Detroit. Quizá Pedro pensara que él no era su príncipe azul, pero  estaba dispuesta a convencerlo de que sí que lo era.

—Amigo oyente, estás en antena.

—Uno de los hombres está jugando sucio.

—¿A qué te refieres?

—Está colocado en la línea, pero en lugar de llevar un número, lleva un gran corazón rojo con un nombre escrito.

—¿Qué nombre? —preguntó Paula.

Aquello era interesante.

—No he podido leerlo, pero creí que sólo hombres solteros y sin compromiso podían participar.

—Y así es —dijo Rolo—. Paula irá ahora mismo a buscar a ese hombre y a sacarlo de la fila.

—¿Ah, sí? —preguntó Paula sorprendida.

—Sí, yo no quiero salir ahí fuera con el frío que hace.

—Ya ven, amigos, Rolo King sólo se preocupa de su comodidad.

Rolo le guiñó un ojo. Paula abandonó el estudio y salió fuera a buscar a aquel hombre que ya estaba enamorado. Pobre hombre. Seguramente prefería declararse en público porque no tenía agallas para hacerlo a solas con ella. Unos cuantos curiosos se habían congregado alrededor del hombre y mientras se abría paso entre ellos, reconoció su abrigo de color camel.

—¿Pedro?

Se giró y la miró. Paula vió la verdad en sus ojos antes de bajar la mirada y ver aquel gran corazón rojo con su nombre escrito en el interior. Pedro se acercó hasta ella y la tomó en sus brazos. Hundió el rostro en su cuello y la abrazó con fuerza, como si no quisiera dejarla escapar.

—Lo siento tanto. Sé que lo he echado todo a perder. Probablemente nunca llegaré a ser el hombre de tus sueños, pero no puedo dejarte escapar.

—Ya eres el hombre de mis sueños —dijo ella.

Él tomó el rostro de Paula entre sus manos y acarició sus labios con el pulgar.

—No te des por vencida, Pau, no aceptes menos de lo que te mereces. Haz que me convierta en el hombre que necesitas.

—No tengo por qué cambiarte, Pepe. Tú eres el único que no se ve como es. Yo siempre te he visto como mi príncipe azul, pero tú ibas demasiado rápido y no te dabas cuenta.

—Ahora estoy aquí, junto a tí.

Paula sintió que los latidos de su corazón se aceleraban y unas lágrimas afloraron a sus ojos. Pedro acercó los labios a los de ella y la besó con intensidad. Aquel beso transmitía todas aquellas cosas que ella deseaba oír y más tarde, cuando estuvieran a solas, se las haría decir en alto. Podía percibir su temor al futuro, su inseguridad ante lo desconocido y todas las promesas que le ofrecía. Cuando él levantó la cabeza, ella lo abrazó con fuerza, apoyando la cabeza sobre su corazón.

—Te quiero, Pau—susurró Pedro junto a su oído—. Y eso me asusta.

Ella asintió. Entendía que estuviera asustado. Lo tomó de la mano y se dirigieron hacia aquel pequeño café donde estuvieron aquella primera noche. El lugar estaba casi vacío y se sentaron en un rincón.

—Yo también tengo miedo. Lo que siento por tí... Yo tampoco estaba dispuesta a perderte.

—Bien. Habrá momentos en que no me sea fácil.

—Eso ya me lo has dicho.

—Y lo digo en serio. Me cuesta tener confíanza pero lo último que quiero es hacerte daño.

Ella lo abrazó una vez más.

—Ahora que sé que me quieres, no te voy a dejar escapar. Eres mío.

—Soy tuyo —dijo él y metiéndose la mano en el bolsillo, sacó un pequeño estuche y se puso de rodillas.

Paula no podía ni respirar. Pedro abrió el estuche y sacó un anillo de oro blanco con un gran diamante

—¿Quieres casarte conmigo?

Pedro miró el anillo y luego a él. Se puso de rodillas a su lado y tomó su rostro entre las manos.

—Sí.

Pedro la besó y la abrazó con fuerza. Luego, le puso el anillo. Ella empezó a reír, consciente de que junto a él iba a vivir a mil por hora. Pero no estaba dispuesta a que fuera de otra forma.


El Porsche llevaba carteles anunciando que estaban recién casados. Pedro y Paula salieron del salón donde se había celebrado el banquete. Él la llevaba en sus brazos. Había llegado el momento que más me gustaba en mis misiones.

—Buen trabajo, Rolo.

Miré por encima de mi hombro y ví que Vanina estaba a mi lado bajo el sol del mediodía. Por una vez, no llevaba uno de esos vestidos tan feos que solía ponerse. Estaba muy guapa, aunque no deba decirlo.

—Gracias, nena.

Esa vez no dijo nada y empecé a sentirme como un adolescente. Sabía que no era la primera vez y que tampoco sería la última.

—Ya sabes, creo que hemos conseguido formar otras dos parejas en ese concurso. ¿Acaso no cuentan para mi cómputo total? —le pregunté.

Ella se acercó a mí y se quedó a mi derecha.

 —No, eso sería demasiado sencillo.

—Nunca me das un respiro —le dije, aunque no me importaba.

Aquella vida en el más allá no era como me la había imaginado, pero me daba cierto placer conseguir formar aquellas parejas. Me hacía sentirme bien.

 —No quiero que des nada por supuesto, cariño —dijo tomándome de la mano.

— ¿Cariño?

—Sí, cariño.

Traté de abrazarla, pero ella desapareció de aquella manera en que solía hacerlo, como si se la llevara el viento. Esperé a que Pedro y Paula se fueran y entonces me esfumé tras ella.




FIN

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