A Pedro siempre le había gustado el mar. Era el único sitio donde sus hermanos y él habían estado a solas con su padre. Como su madre se mareaba, nunca salía en el barco con ellos. Su padre les había enseñado a los tres hermanos todo lo que necesitaban saber para navegar. Pero nunca les había dado ninguna lección útil sobe las mujeres. Y,cuando los tres se habían ido haciendo mayores, su padre les había advertido que no se enamoraran. «El amor es un dulce trampa, chicos», solía decirles. Sentado en cubierta bajo la luz de la luna, escuchando la melodiosa voz de Paula ,no le encajaban las palabras de su padre. Esa mujer era distinta, pensó.
—La cena estaba muy rica —comentó ella—. Aunque no me hayas mostrado tus talentos culinarios.
—Me han ayudado un poco en el restaurante, ¿Y qué?
—Nada. Pero mañana te voy a invitar yo a cenar.
—¿De verdad? —preguntó él.
Perfecto, pues lo que quería era pasar con ella todas las noches. Quería aprovechar cada minuto que tuvieran para estar juntos.
—De verdad. Hasta pienso cocinar para tí. El único plato que sé hacer.
—¿Y qué es? —quiso saber él, sospechando que debía cocinar mejor de lo que decía.
—Un plato tradicional cubano. No pienso decirte nada más. Quiero que sea una sorpresa.
—Ya me has sorprendido. Pensé que nunca ibas a invitarme a salir —señaló él con tono burlón.
—Hasta ahora, no había tenido oportunidad. No has dejado de perseguirme desde que nos conocimos. Siempre te me adelantabas.
—Es culpa tuya.
—¿Cómo es posible?
—¡Eres demasiado atractiva! No podía dejar que se me escapara ninguna oportunidad de estar contigo.
Paula dejó su vaso de vino y se acercó para sentarse a su lado. Cuando se movió,la blusa dejó entrever por el escote un ápice de su sujetador rosa.
—Me alegro de que así fuera —aseguró ella con voz suave y seductora.
Todas las hormonas de Pedro se dispararon al mismo tiempo. No podía seguir conteniéndose. La vida rara vez ofrecía una oportunidad como la que Paula representaba para él. Era todo lo que siempre había buscado en una mujer. Alargando la mano, Pedro la tocó, recorriéndole la blusa y la piel que asomaba porsu escote.
—Desabróchate la camisa —pidió ella—. Quiero verte el pecho.
—¿Ah, sí? Mordiéndose el labio inferior, Paula asintió.
—Hazlo tú.
—Debería haberme imaginado que tú querías llevar la batuta —señaló ella,arqueando una ceja.
—Siempre llevo la batuta —admitió él, llevándose las manos de ella a la boca para besarlas, antes de ponérselas sobre el pecho.
Paula se tomó su tiempo con los botones, acariciándole el pecho cada vez que le desabrochaba uno. Se detuvo en la cicatriz del esternón y se la tocó con el dedo índice.
—¿Cómo te la hiciste?
—Me gustaría poder contarte una historia llena de glamour… Pero me la hice en la universidad, cuando era joven e inquieto. No tiene nada de sensual, no hablemos de ello.
—Quiero saberlo. Yo tengo una larga cicatriz en el muslo que puede que te enseñe si me lo cuentas —insistió ella, recorriéndole la cicatriz con la punta de una uña.
Pedro se estremeció, disfrutando de su contacto. Además, le intrigó verle el muslo a ella.
—Una fiesta, muchas chicas y una necesidad impulsiva de hacerme el chulito. Eso fue lo que provocó esta cicatriz.
—No pensé que fueras de los chulitos —dijo ella, riendo.
—Hago todo lo posible por llamar la atención de una chica, por si no te habías dado cuenta.
Ella se acercó, poniéndose de rodillas, y le apoyó ambas manos en los hombros.
—Tiene toda mi atención, señor Alfonso. ¿Qué va a hacer con ella?
Él la sujetó de la cintura y la acercó más, hasta colocarla a horcajadas sobre sus caderas. Cuando ella se movió, sintió su centro más íntimo rozándose con su erección.
—Ahora tengo tu atención yo también —añadió ella.
—Sí. Cuéntame lo de tu cicatriz.
—No sé si me has contado lo suficiente como para que te la enseñe.
—Voy a verla —dijo él, y le deslizó las manos bajo la falda, tocándole cada milímetro de los muslos. No notó nada en el izquierdo, pero en el derecho encontróuna ligera abrasión—. Creo que la he encontrado.
—Sí —confirmó ella.
Entonces, se inclinó para besarlo y él la dejó tomar las riendasdel momento. Pedro le recorrió la espalda con las manos y ella trató de olvidarse de todo, menos de las sensaciones que la envolvían. Intentó no pensar y limitarse a gozar del instante, en aquella hermosa y cálida noche en medio del mar, con ese hombre que deseaba su cuerpo. Una novedosa sensación de libertad se apoderó de ella. Nunca se había sentido tan libre. Y era gracias a él. No le importaba que, después, pudiera lamentarlo. En el presente, estaba haciendo justo lo que necesitaba.
—¿Por qué has dejado de besarme? —preguntó él.
—Intento no pensar. Pero no lo consigo.
—Entonces, es que no lo estoy haciendo bien —señaló él—. Deberías dejar atrás todas tus preocupaciones entre mis brazos.
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