—Tuve una aventura el año pasado. Karina me perdonó por mi infidelidad, pero yo no creo que pueda perdonarme nunca a mí mismo.
—Karina es mucho mejor persona que yo —señaló Paula—. Yo nunca…
—Eso pensé yo también. Pero lo que siento por ella me ha dado fuerzas para luchar. No supe lo mucho que la quería hasta que estuve a punto de perderla para siempre.
—El amor es muy complicado —opinó Paula.
Fernando había podido manipularla porque ella había estado locamente enamorada de él. Algunas personas le habíandicho que no era el ángel que ella había creído, pero no había querido escucharlos. Su corazón le había hecho justificar todos los malos comportamientos de aquel hombre. Y no quería que le pasara lo mismo con Pedro.
—Sí, lo es —admitió Ezequiel—. Pero es lo mejor del mundo, también. No cambiaría mis sentimientos por Karina por nada del mundo.
—¿Alguien ha dicho mi nombre? —preguntó Karina, acercándose a ellos—. Te estaba buscando.
—Aquí estoy, con Paula—repuso Ezequiel—. Creo que no sabe lo mucho que la hemos echado de menos.
—Todos te echamos de menos —aseguró Karina.
—Voy a llamar a un taxi —dijo Paula, pensando que era mejor dejar a los dos a solas.
—No. Te llevaremos nosotros —ofreció Ezequiel—. Yo tengo ganas de irme ya con mi esposa.
Karina cerró los ojos cuando Ezequiel la abrazó. Para Paula, era casi doloroso verlos tan unidos, después de haber conocido su secreto. Se preguntó si todas las parejas tendrían un secreto, algo que los uniera y los hiciera más fuertes. Ella estaba segura de que el amor entre su primo y Karina sería más fuerte cada vez.
Ezequiel entró para despedirse del resto de sus primos.
—Ha sido una noche divertida —comentó Paula.
—Sí. Aunque la verdad es que no estoy acostumbrada a ello, me gusta más quedarme en casa. Pero a Ezequiel le gusta la vida nocturna y hemos llegado al acuerdo de salir juntos una vez al mes.
—¿Y funciona?
—Sí. Disfruto saliendo con él. Creí que iba a ser de otra manera. Además, ha aceptado dar clases de baile conmigo.
Paula no se imaginaba a su primo recibiendo clases de baile, pero supuso que él no tenía reparos en hacerlo, si así hacía feliz a su esposa.
—¿Dónde son las clases?
—En Luna Azul. Nadia Miller da clases de salsa y de bailes de salón.
—¿Crees que Luna Azul ha aportado algo al barrio? —preguntó Paula, poniendo cada vez más interés en la conversación.
—Sí lo creo. Su club tiene el sabor de la vieja Habana. Mi padre no quiere admitirlo,pero le gusta ir allí con sus amigos, porque le recuerda a las historias que su abuelo solía contarle de la Cuba prescastrista.
—Tengo que conocerlo y saber más sobre el enemigo.
—Te sorprenderá ver lo bien que encaja en la zona, a pesar de que sus dueños no sean de aquí.
Ezequiel salió de la discoteca y se fueron.
Durante el camino, Paula estuvo sentada en silencio en el asiento trasero. Pensó en Pedro y en cómo sería bailar con él. Intuyó que sería un buen bailarín. Cerrando los ojos, recordó todo lo que había descubierto esa noche. Había estado a punto de cometer un costoso error cuando había invitado a Pedro a subir a suhabitación. Pero vivir en el hotel le daba la distancia necesaria de su familia y, así,podría planear cómo tener una aventura con él. Coquetear con él le habíar esultado excitante. Lo deseaba y era algo que no quería negarse a sí misma.
Pedro entró en su habitación de hotel. Dejó un mensaje de voz para Paula, sorprendido porque ella estuviera fuera tan tarde. Era casi medianoche. ¿Dónde estaría? No le gustó la molesta sensación que le apretaba el pecho por no saber dónde estaba. No eran más que rivales en los negocios. Y no debía olvidarlo. Dando vueltas en su habitación como un tigre encerrado, no pudo evitar sospechar que ella estaría con otro hombre. ¿Por qué no iba a estarlo? Cualquier hombre de la ciudad sería menos complicado que él. Y Paula era la última mujer en la que debía haberse fijado. Pero la deseaba demasiado. No debía haberla dejado marchar cuando la había tenido entre sus brazos. Cansado de darle tantas vueltas a la cabeza, decidió salir de la habitación para tomar el aire. Cuando se abrió la puerta del ascensor, se encontró de frente con Paula.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Yo tengo una habitación en este hotel —repuso ella.
—Y yo.
—¿Por qué? ¿Y qué haces en mi planta? ¿Me estás acosando?
—No. No tenía ni idea de que te quedaras en esta planta. Solo pedí una suite.
—De acuerdo. ¿Pero por qué estás aquí?
—Si vamos a tener una aventura de vacaciones, ambos deberíamos estar de vacaciones.
—Supongo que tiene sentido. Pero… lo que me gustaba de estar en este hotel era que nadie me conociera.
—Acabamos de conocernos —señaló él.
—Es verdad, pero ya estás intentando socavar mis defensas.
—¿Dónde has estado esta noche? —inquirió él, sin poder evitarlo.
—Bailando con mis primos —le informó ella—. Es la primera vez que voy a discotecas. ¿Tú sueles hacerlo?
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