—Eso es bueno. Ese era mi objetivo… distraerte —reconoció él.
—Bueno, pues lo has hecho muy bien. Pero no me afectará cuando estemos en la mesa de negociaciones.
—No esperaba que te afectara. Si te soy sincero, solo quería nivelar la balanza. No hago más que pensar en tu exuberante cuerpo y en besarte, en vez de en los negocios,y quería que a tí te pasara lo mismo conmigo.
—¿Quiere decir eso que, en realidad, no quieres que tengamos una aventura?
—Claro que no. Te deseo con toda mi alma. Pero quiero que tú me desees por las razones adecuadas… no porque pienses que tener una aventura te ayudará a conseguir tus propósitos. Creo que podemos mantener en secreto esta atracción que sentimos y explorarla.
Paula sopesó sus palabras. Lo deseaba y no podía negarlo.
—No estoy… Miami es para mí más que mi hogar. Es el lugar donde me convertí en lo que soy y volver aquí está removiendo cosas en mi interior.
—¿Como cuáles? —quiso saber él.
Pedro era peligroso, pensó Selena. La hacía sentir tan cómoda y segura que tenía ganas de contarle casi cualquier cosa.
—El vestido, para empezar. Lo he comprado para quedar contigo.
—Me gusta.
—Esa era mi intención, pero en Manhattan… nunca me pondría algo así.
—Bien —respondió él, encaminándose con ella al hotel—. Sé tú misma conmigo, Paula. Quiero conocer a la mujer que ocultas al resto del mundo. No quiero ser como los demás hombres para tí.
—Eso no podría ser de ninguna manera. Tu familia me ha advertido de que eres el diablo.
Él rio. Era un sonido fuerte y masculino que la hizo sonreír. Se le puso la piel de gallina al sentir el aire acondicionado cuando entraron al hotel.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él.
—Eso creo —contestó ella—. Nos vemos en…
—Te espero aquí. Quiero que conozcas el Luna Azul.
—¿Por qué?
—Quiero presentarte a mi familia.
—Después —repuso ella—. Necesito estar un tiempo a solas antes de ir a cenar con mis abuelos.
—¿De verdad? Esperaba que fueras conmigo. No quiero ir solo.
—¿Desde cuándo tiene miedo el diablo?
—No tengo idea, pues yo no soy el diablo.
—¿Y qué eres? —quiso saber ella.
—Solo un hombre a quien le gustan las chicas bonitas y no quiere meter la pata.
Paula lo observó marchar, preguntándose si lo habría subestimado y si estaría corriendo más peligro con él del que creía.
Cuando Pedro llegó a casa de los Chaves, cabizbajo porque no había podido convencer a Paula para que se quedara con él, salía música del patio y el olor a barbacoa y carne asada impregnaba el aire. Aquel era un barrio modesto. ¿Se habría referido a eso Paula cuando había dicho que Pequeña Habana no era lugar para Luna Azul?
—Amigo, ¿Entras?
El tipo que se acercó a él tenía unos veinte años, el pelo corto y moreno y piel aceitunada. Su expresión era amistosa.
—Sí —contestó Pedro, que llevaba un paquete de cervezas en una mano y un ramo de flores para la abuela de Paula.
—¿De qué conoces a Alfredo? —inquirió el joven.
—Tenemos negocios en común —replicó Pedro.
Era la verdad. De hecho, a juzgarpor cómo había salido su encuentro con Paula, con ella tampoco tenía mucho más en común que los negocios. ¿Qué le ocurría a la familia Chaves? ¿Por qué eran todostan duros de pelar?
—¿De veras? —dijo el muchacho—. Mi abuelo siempre dice que él no hace negocios con… espera un momento. ¿No serás Pedro Alfonso?
—El mismo —repuso él.
Apenas estaba llegando y ya tenía una reputación a sus espaldas, pensó. Y, al parecer, no demasiado buena.
—Vaya, sí que tienes agallas por venir aquí —observó el muchacho.
—Me han invitado. Y no soy un mal tipo —afirmó Pedro—. Estoy tratando de encontrar la forma de que el mercado sea rentable. No pretendo echar a tus abuelos.
El joven lo miró, ladeando la cabeza.
—Te estaré vigilando.
—Bien. La familia debe cuidarse entre sí.
Entonces, vió a Paula caminando hacia la casa. Se había cambiado de ropa y se había puesto unos pantalones cortos color caqui y una blusa sin mangas. Estaba preciosa. Al verla, Pedro se olvidó de lo incómodo que aquel muchacho le estaba haciendo sentir.
—Déjalo en paz, Gonzalo. No es un mal tipo —dijo Paula, acercándose a ellos.
—Lo mismo dice él —contestó Gonzalo—. ¿Estás segura?
—No al cien por cien, pero casi.
—Si haces negocios con mi familia, quiero proponerte pinchar música en Luna Azul —señaló Gonzalo, volviéndose hacia Pedro—. ¿Por qué solo llevas DJ de Nueva York y Los Angeles?
Pedro no se ocupada de esos asuntos en el club nocturno.
—No lo sé, pero puedo enterarme. Si puedes enviarme una maqueta…
—No creo que Gonzalo quiera trabajar para tí…
—Yo tomaré mis propias decisiones, pocha—indicó Gonzalo.
Luego, abrazó a su hermana.
—Gonzalo es mi hermano pequeño.
—Soy más alto que tú, hermana. Creo que eso de pequeño ya no me queda bien — replicó Gonzalo con una amplia sonrisa.
—Para mí, siempre serás mi hermanito chiquitín —afirmó ella, rodeándolo con un brazo por los hombros.
Los dos hermanos caminaron juntos hacia la casa, seguidos por Pedro. Él tuvo la sensación de que siempre sería un extraño entre esa gente. Era una pena que su hermano menor no estuviera allí. Diego sí que sabía encajar en las fiestas. Pero él había asistido para conseguir dos objetivos: primero, que Alfredo retirara la petición de medidas cautelares y, segundo, que Paula se comportara con él como había hecho en la playa. Entonces, la tomó del brazo que tenía libre. Ella dió un traspié,sorprendida.
—¿Qué estás haciendo?
—Quiero asegurarme de que todo el mundo sepa que tú me has invitado a la fiesta.
Gonzalo rió.
—Nadie va a dudarlo. Esta es la fiesta de bienvenida de Pau. ¿Sabías que no había vuelto desde que cumplí diez años?
¿Por qué no?, se preguntó Pedro.
—No, no lo sabía. Es un honor que me haya invitado, entonces.
—No lo olvides —advirtió Gonzalo y soltó el brazo de su hermana para abrir la puerta principal de la casa.
Los sonidos de la fiesta los envolvieron.
—Pau está en casa —gritó el joven y recibió un aplauso como respuesta.
—No estoy segura de que esto haya sido buena idea —murmuró ella.
—Yo, sí. Quiero conocer a tu familia —repuso Pedro.
—¿Para qué? —preguntó ella, mirándolo a los ojos—. ¿Para poder utilizarlo en tu provecho?
—No, para poder comprenderte mejor.
Pedro posó la mano en la espalda de ella y la guió al salón. Todo el mundo la rodeó y le dió la bienvenida. A su lado, él se dió cuenta de que Paula no se sentía del todoparte ese mundo. Parecía mantener cierta reserva. Y él quería saber por qué.
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