Pedro entró en su casa y se detuvo delante del retrato que habían hecho de su familia cuando Federico se había graduado en el instituto. Todos sonreían. En apariencia,siempre habían jugado a ser la familia feliz y eso los había convertido en la envidia de los demás. Su padre, jugador profesional de golf, había viajado a los torneos en su jet privado.Su madre, estrella de la alta sociedad, se había asegurado de que sus hijos se codearan con gente importante y salieran con las mujeres adecuadas. Miró a su madre en la foto, una mujer rubia con un peinado perfecto, y se preguntó por qué ella nunca había sido feliz. Por muy buenas notas que él hubiera sacado y por muy bien que Diego hubiera jugado al béisbol, nunca había parecido satisfecha. Y nunca les había dado muestras de afecto. Había creído que todas las mujeres eran así, pero cuando su hermano se había enamorado de Nadia, había comprobado que había estado equivocado. Al ver lo mucho que Diego y Nadia se estaban esforzando en hacer funcionar su relación, se preguntaba por qué su madre no había intentando llevarse un poco mejor con su padre.
—¿Señor Alfonsp?
Él giró la cabeza. Era su mayordomo.
—¿Sí, Juan?
—Tengo listas sus maletas. ¿Quiere que lo lleve al Ritz?
—No. Iré en el Porsche.
—Lo traeré a la puerta. ¿Necesita algo más?
—No. Puedes tomarte las dos semanas próximas libres.
Cuando Juan salió, Pedro siguió sumido en sus pensamientos. ¿Estaría haciendo lo correcto o se estaba comportando como un acosador? Si Paula y él iban a tener una aventura, tenía sentido que estuvieran los dos en el hotel. Así era como tenían lugarlas aventuras veraniegas. Él lo sabía por propia experiencia. Y le gustaba el anonimato que les proporcionaría estar en el hotel. Si la llevara a su casa, ella vería a su familia y a sus amigos y suaventura se haría pública. Y, cuando ella regresara a Nueva York, dejaría su casa llena de recuerdos. No quería que eso sucediera. Quería que su relación fuera lo más sencilla posible. Yque ninguno de los dos saliera lastimado. Sería un tonto si pensara que Selena no tenía el potencial para hacerle daño,reconoció para sus adentros. No tenía ni idea de qué consecuencias podía traerle tener una aventura con ella, pero tampoco podía resistirse a la tentación de tenerla entre sus brazos. La deseaba. Era algo que no podía ignorar e iba a hacer lo que fuera necesario para tenerla. No le importaba tener que pagar un precio después. No estaba acostumbrado a fracasar y no fracasaría. Había triunfado en los negocio sy, por primera vez, quería algo solo para sí mismo. Paula.
Paula estaba pasándolo en grande. No recordaba la última vez que se había divertido tanto. No solía salir a bailar. Siempre había sido una chica estudiosa y,cuando había conocido a Fernando, él la había mantenido aislada del resto del mundo. En parte, por eso su estafa le había salido tan bien. Pero, esa noche, no quería pensar en eso. Ezequiel salió del club y se sentó con ella en un banco.
—¿Te estás escondiendo?
—No. Solo estaba tomando el aire. Hacía años que no bailaba tanto —contestó ella.
—¿Qué haces para divertirte en Nueva York?
—Nada. No me divierto. Solo trabajo y voy a mi casa.
—Vaya vida tan aburrida.
—No me lo parecía hasta esta noche —confesó ella—. Es una vida tranquila, sin complicaciones.
Ezerquiel la abrazó.
—Necesitas relajarte.
—Creo que tienes razón. Esta noche lo he pasado muy bien. No pensé que bailar fuera tan liberador. Te hace olvidarte de todo.
Ezequiel sonrió. Su sonrisa le recordaba a Paula a la de su padre y, al pensar en él, se le encogió el corazón. Echaba mucho de menos a sus padres.
—Para eso se sale. Creo que tenemos que sacarte más.
—Puede que acepte —repuso ella—. Pero ahora estoy cansada. Llamaré a un taxi para que me lleve a mi hotel.
—¿Hotel? ¿Por qué no te quedas en tu casa? —inquirió Ezequiel.
—Demasiados recuerdos.
Él asintió.
—¿Y por qué no la vendes?
—A veces, obtengo ingresos de alquilarla —contestó ella, encogiéndose de hombros—. Y le doy el dinero al abuelo. Es lo menos que puedo hacer.
—Pau, tienes que desenredarte de una vez del pasado.
—Ya lo hice, ¿Recuerdas? Vivo en Nueva York.
—Eso no era desenredarse, sino huir —comentó Ezequiel—. Te castigas a tí misma estando apartada de la familia. Aquí nadie te culpa por lo que pasó. Debes perdonartea tí misma.
—Es más fácil decirlo que hacerlo.
—Lo sé muy bien.
—¿Cómo lo sabes?
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