—¿Qué pasó? ¿Volviste a enamorarte?
—Sí. No es el mismo tipo de amor de cuento de hadas, pero estoy contenta.
Atendieron un par de llamadas más y, por suerte, ninguna de ellas tuvo que ver con Pedro. Pero Paula no pudo volver a prestar atención. ¿Acaso confiaba en tener algo que no era real con Pedro? Hicieron otra pausa publicitaria y Lauren apretó el botón de la línea tres, que continuaba parpadeando.
—¿Sigues ahí?
—Sí, y sé lo que estás pensando.
—Lo dudo.
—Maldita sea, Paula. Eres más importante que cualquier otra mujer con la que he estado. ¿No es eso suficiente?
Paula estuvo a punto de responder que sí, pero recordó a la mujer que había llamado. También se acordó de que su cuñada siempre decía que el matrimonio no era una cuestión de romanticismo y flores, sino de encontrar a alguien con quien disfrutar el día a día. Aquello era el mundo real. Quizá buscaba algo con Pedro que nunca llegaría a ocurrir.
—Claro, Pedro. Eso puede ser suficiente, pero, ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cinco meses?
—Maldita sea, Paula...
—Sí, maldita sea, Pedro—dijo Paula y colgó.
Sabía que Pedro le había llegado al alma. Encontrar aquella clase de amor y la conexión que había entre los dos sólo ocurría una vez en la vida y le partía el corazón comprobar que él no lo sentía así.
Paula no contestaba sus llamadas y Pedro había tenido que soportar un sermón de su secretaria por culpa de su mal humor. No le importaba. Sabía que la había perdido y trataba de hacerse a la idea, pero no estaba preparado para perderla tan pronto. Si la hubiera dejado después de seis meses, habría sido más difícil porque la amaba. Pero no estaba dispuesto a mostrarse débil. Cada vez que su madre se había enamorado, a las pocas semanas había sido abandonada. Las relaciones de su padre tampoco habían ido mucho mejor. Federico le llamó poco después de las siete y lo invitó a su partida semanal de póquer. Lo último que le apetecía era estar con otras personas, pero Federico fue muy insistente, así que veinte minutos más tarde estaba sentado junto a su hermano, fumando un puro y bebiendo un whisky.
El mejor amigo de Federico, Bruno, estaba allí y también Rolo King, el nuevo locutor. Bruno y Federico eran amigos desde el colegio, pero Rolo era un extraño y Pedro sabía que iba a tener que controlar su humor, a pesar de que le era difícil. Había pasado toda su vida tratando de mostrarse diferente de Horacio, tratando de ser elegante y sofisticado, como cualquiera de los hombres queaparecían en las revistas de moda, pero en el fondo era como su padre, que vivía la vida a mil por hora. Por fin entendía por qué su padre nunca se había calmado. A esa velocidad era difícil percatarse de algunas cosas. Las personas a las que se hacía daño pertenecían al pasado a la vez que una nueva carretera se abría frente a él, con una nueva promesa de... Pero, ¿Qué prometía una nueva carretera? Ya no estaba seguro de nada. Rolo lo miró inquisitivamente.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Todavía no es demasiado tarde para participar en el concurso Un kilómetro de hombres.
—Olvídalo. No me gusta participar en ese tipo de publicidad —dijo Pedro, consciente de que buscaba un enfrentamiento. Pero no era una buena idea provocar una discusión en casa de su hermano y con uno de sus empleados.
Pedro se mantuvo tranquilo después de aquel comentario, apurando vaso tras vaso de whisky y haciendo bromas con los demás para aparentar que estaba bien.
—Ten cuidado con el alcohol —le advirtió Federico.
—Déjame en paz, hermanito, a menos que quieras continuar esta discusión ahí fuera.
No quería pelearse con Federico, así que dejó el vaso en la mesa y se concentró en las cartas.
—En tu estado, Fede tiene las de ganar —dijo Bruno.
Quizá fuera cierto, pero no sería una pelea justa. En el fondo estaba muy enfadado y enfrentarse a Ty sería sólo una excusa para aliviar su mal humor.
—¿Problemas con las mujeres? —preguntó Rolo.
—Sí, pero ya he oído que han hablado de ello en el programa de esta mañana.
—¿Así que eras tú?
Pedro se encogió de hombros, tomó su vaso y lo vació de un trago. Aquel hombre tenía una mirada que parecía estar adivinando lo que él ocultaba. Parecía entender que no estaba preparado para dejar que Paula se marchara de su lado, pero que a la vez no tenía ningún derecho a mantenerla junto a él.
—¿La mujer con la que sales habló de tí en un programa de radio? —preguntó Bruno y dió un trago a su cerveza.
—No sigas, Bruno. Estoy buscando pelea.
—Maldita sea, Pepe, creo que todos nos hemos dado cuenta —dijo Federico—. Anda, ven y ayúdame en la cocina.
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