martes, 19 de septiembre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 10

—No busco pareja —dijo ella—. Estoy centrada en mi carrera.

—Ya veo —respondió él—. Pero, a menos que quieras engañarte, tienes que admitir que hay cierta atracción entre nosotros.

Paula podía admitirlo. Había una poderosa atracción entre los dos. Algo más intenso de lo que ella había experimentado nunca. Aquello era más que suficiente para que fuera precavida. Pedro era diferente de los demás y eso lo convertía en alguien más peligroso.

—Atracción física —afirmó ella—. Pero eso no es más que una ilusión pasajera.

—¿Una ilusión? No lo creo. La atracción física nos dice que debemos estar alerta.Podrías ser una buena pareja para mí.

Paula dejó de caminar y se volvió para mirarlo a la cara. Pedro se había puesto unas gafas de aviador y llevaba la chaqueta colgada al hombro. Y daba toda la sensación de ser un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería.

—¿Qué? —preguntó ella—. No hay manera de que tú y yo podamos ser pareja.Además, no sé si debería creerte o no. Solo buscas una aventura de una noche,¿Verdad?

—Normalmente, sí. Pero, por lo que estoy sintiendo contigo, creo que mi forma habitual de actuar se me ha quedado anticuada. Para empezar, me estás haciendo olvidar mi regla de oro: no mezclar los negocios con el placer.

Ella negó con la cabeza.

—No puedo permitirme correr ese riesgo contigo, Pedro.

—¿A causa de Alfredo?

Paula deseó que fuera tan sencillo.

—Si mis abuelos no estuvieran implicados…

—¿Qué quieres decir?

—Imagínate que nos hubiéramos conocido de vacaciones. No habría dudado en tener una aventura contigo. Pero se trata de mi familia y mi hogar y no puedo permitirme ponerlos en peligro.

—No tienes por qué poner nada en peligro —señaló Pedro, posando la mano en la parte baja de la espalda de ella para que siguiera caminando.

Paula meneó la cabeza, haciendo que su perfume a gardenia lo envolviera. ¿Porqué todo en ella le resultaba tan excitante?, se preguntó Pedro.

—No voy a aceptar un no por respuesta —insistió él—. A los dos se nos dan bien las negociaciones.

—Esto no es fácil para mí. Mis abuelos se merecen mi lealtad. Estoy en deuda con ellos.

—¿Por qué estás en deuda? —quiso saber él.

Quería averiguar lo que había pasadohacía diez años y estaba decidido a obtener respuestas.

—Porque sí.

—Bueno, yo estoy en deuda con mis hermanos y mi compañía se merece mi lealtad, pero no puedo pensar en negocios cuando estoy contigo. Ahora mismo, solo puedo pensar en tu boca y en lo mucho que me gustaría besarla.

—Diciendo esas cosas no me ayudas mucho —replicó ella, cerrando los ojos y rodeándose la cintura con los brazos.

Si insistía un poco más, podía tenerla. Pedro lo sabía. Pero no quería acosarla, ni derribar sus defensas. La atrajo a su lado y salieron juntos del camino, alejándose de los demás paseantes.

—¿Lo habías pensado tú también?

Ella se mordisqueó el labio y levantó la vista hacia él.

—Sí, pero no voy a lanzarme a tus brazos con tanta facilidad.

Pedro inclinó la cabeza, deseando besarla y, al mismo tiempo, deseando que ella quisiera besarlo. Ansiaba que ella sintiera la misma atracción, que se olvidara de las reglas, de sus miedos… y de todo.

—Pedro, deja de manipularme.

—No lo estoy haciendo. Quiero saber qué necesitas para dejar de lado el trabajo y verme solo como a un hombre.

—Deja de jugar conmigo —pidió ella—. Sé tú mismo, sin más.

—Creo que no confías en mí.

—No confío en tí —admitió ella—. Y la sensación de que estás jugando conmigo no ayuda mucho. Te deseo, pero no quiero ser tu marioneta.

Su honestidad le llegó al alma a Pedro. Él tampoco quería utilizarla como una marioneta. Quería tenerla como a una mujer. Eso era todo. La deseaba, sin importarle las circunstancias. E iba a hacer lo que fueranecesario para tenerla. No podía rendirse.

—Lo siento. Estaba tratando de…

—Sé lo que estabas intentando —le interrumpió ella, levantando una mano para tocarle los labios—. Lo entiendo, porque yo tampoco quiero ser quien esté en desventaja. No me gusta que des tú el primer paso.

Cuando lo acarició, Pedro apenas pudo pensar. La rodeó de la cintura y la apretó contra su cuerpo. Durante un instante, frotó sus caderas con las de ella. Luego, dió un paso atrás, para no caer en la tentación de devorarle la boca.

—Tenemos que… caminar —suplicó él.

Pedro le dió la mano y la guió de vuelta.

—No podemos hacer la vista gorda a lo que sentimos —opinó él.

—Lo sé —afirmó ella—. Pero no voy a dejar que esta clase de atracción tome el control de mi vida.

Pedro podía comprender su punto de vista. Como hombre, él se alegraba de que ella lo deseara. Como empresario, también era una buena noticia, pues significaba que podía utilizar sus sentimientos para conseguir lo que quería de ella. Mientras caminaban, logró concentrarse en algo más, aparte de en la idea delevantarle la falda y tocarle entre los muslos.

—¿Y si fingimos estar de vacaciones?

—¿Por qué?

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