martes, 19 de septiembre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 9

—De acuerdo. Puedo entenderlo. Solo pensaba que, si no hubieran vendido el mercado, tal vez, ahora no estaría tan descuidado —opinó él.

Pedro tenía razón. Vender la finca había sido un error y era la razón por la que ella estaba allí. Para arreglar los daños que había causado cuando se había dejado engatusar por un mentiroso hacía diez años. Paula nunca había sospechado cómo era Fernando en realidad. Había caído en su trampa y él se había aprovechado de ella. La había timado con facilidad. Fernando había empezado su propia empresa, un negocio de yates de lujo, y necesitaba inversores.Ella había puesto toda la herencia de sus padres en ello y, siguiendo las indicaciones de él, había convencido a sus abuelos para que hipotecaran el mercado y lo invirtieran todo también. Pero él había huido con el dinero.

Las investigaciones que habían seguido a la desaparición de Fernando habían supuesto un duro golpe para ellos. Les habían llevado casi dos años y, con los honorarios de los abogados y el detective privado, sus abuelos habían perdido el resto de su fortuna. Se habían visto forzados a vender el mercado y convertirse en arrendatarios. Fernando había sido capturado a fin y llevado ante la justicia, pero ellos nunca habían recuperado su dinero. Había sido una de las épocas más humillantes de la vida de Paula y había deseado escapar de Miami a Fordham, donde nadie la conocía. Allí, había empezado desde cero. Y había tenido mucho cuidado, desde entonces, en no dejar que sus sentimientostomaran las riendas de su vida.

—Tienes mucha razón —aceptó ella y le dió un trago a su mojito.

El sabor a ron y amenta era muy relajante. Sabía que Pedro la estaba observando cuando bebía y sabía,también, que llevaba distrayéndose con ella toda la tarde. A Paula le gustaba la sensación de poder que le daba saber que podía manipularlo.Se preguntó qué habría sentido Fernando mientras la había conducido a su trampa. ¿Se habría sentido poderoso? Ella no lo había pensado durante años pero, después de su experiencia con los hombres y en el trabajo, había aprendido que todo se reducía aquién tenía algo que el otro quería. Y, en ese momento, ella tenía algo que Pedro quería.

—Lo sé —repuso él con arrogancia.

Pedro parecía tenerlo todo bajo control, observó Paula. Era la misma sensación que  ella solía causar en los demás, aunque dentro de su corazón todo fuera un caos. ¿Le sucedería a él lo mismo? Sin embargo, no conseguía descubrir su verdadero talón de Aquiles.

Cuando Paula se inclinó hacia delante para dejar la bebida, se dió cuenta de que los ojos de él se posaban en sus pechos. Irguiéndose para que la tela del vestido se le ajustara a las curvas, se echó hacia atrás.

—¿Has pensado en venderles la propiedad de nuevo a mis abuelos? —preguntó ella—. Creo que esa sería la mejor solución —añadió.

 Así, podría dar por zanjada sumisión y tomar el primer vuelo de regreso a Nueva York, pensó. Allí, todos losejecutivos que conocía era hombres grises y aburridos, en vez de bronceados, calientes y llenos de vida.

—No lo creo —contestó él, levantando la vista a los ojos de ella—. Tus abuelos no…

—¿Qué?

—No tienen los recursos necesarios para hacer que el mercado sea rentable y mi compañía sí los tiene. Hace falta mucho capital para revitalizar toda la zona. Y eso soloserá posible atrayendo a nuevos clientes, además de manteniendo a los habituales.

Él tenía razón, pero a Paula no le gustaba la idea de que un extraño fuera propietario del mercado. También la irritaba ser la culpable de la situación en que se encontraban sus abuelos. Si no se hubiera enamorado de Fernando hacía años, su querido abuelo no tendría que someterse a las condiciones de los hermanos Alfonso.

—Ya. Pero si le quitas al mercado su sabor original, perderás clientes y dinero.

—Ahí es donde intervienes tú. Me gustó tu idea de formar un comité —reconoció él—. Me hubiera gustado haberlo pensado antes. Pero ya está bien de hablar de negocios. Quiero conocer a la mujer que hay detrás de la abogada. Por cierto, me gusta tu vestido.

Paula se echó el pelo hacia atrás y se relajó. Se dijo que, antes o después, Pedro se convencería de que ella tenía razón o comprendería todos los obstáculos que ella podía ponerle en el camino para frenar su plan de expansión.

—Me he fijado en que te gustaba.

—Bien. ¿Has terminado ya tu mojito? Quiero invitarte a dar un paseo por la playa.

—Buena idea —repuso ella,  poniéndose en pie—. Echo de menos la playa.

—Yo vivo en ella. Esa fue una de las razones por las que regresé aquí al licenciarme en Harvard. Me gusta el buen tiempo.

—¿Y qué más? —preguntó Paula. Sospechaba que la familia era importante para él. Eso no era algo muy común en los altos ejecutivos que ella solía conocer en Manhattan. Aunque, si lo pensaba bien, lo cierto era que Pedro no encajaba en ningún molde—. ¿Cuál es la verdadera razón por la que estás aquí? —insistió, mientras salían al exterior.

—Ya te lo he dicho. Me gusta conocer a mis oponentes.

—Eso ya lo veo —replicó Paula—. Estabas intentando conocer mi punto débil, ¿No es así?

—En parte, sí —admitió él—. Pero, si te soy sincero, no eres lo que esperaba del abogado de Chaves.

—¿Porque soy una mujer? —preguntó ella.

—No quería menospreciarte —aseguró él—. Mi problema es que eres demasiado sexy. Puedo negociar con una oponente del sexo contrario, pero cuando me hace pensar en noches largas y calientes en vez de en el trabajo… Bueno, se me ocurrió que debía contraatacar y hacer algo inesperado, como invitarte a salir.

Paula se mordió el labio inferior. Era un hombre muy franco, lo que no debía sorprenderla. Era la clase de hombre que decía lo que pensaba y no se preocupaba por las consecuencias. Y ella era una mujer que todavía estaba sufriendo las consecuencias de haberse enamorado con anterioridad. Tenía que recordar que sus abuelos se encontraban en esa situación porque ella había seguido los dictados de su corazón. Y ellos habían pagado el precio.

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