jueves, 14 de septiembre de 2017

Inevitable Atracción: Capítulo 2

Maldición. Pedro quería llamarla. No estaba acostumbrado a conocer a una mujer que comprendiera su peculiar sentido del humor y que estuviera a su altura en laconversación. Sin embargo…  Pero ella no vivía allí. Estaría en la ciudad unas semanas nada más. Eso la convertía en la mujer perfecta para él. ¿Acaso se estaba volviendo loco? Aquella mujer tenía la misión de desbaratar susplanes de negocio. Y, si se parecía en algo a su abuelo Alfredo, sería tozuda y se negaría a ver que hacía falta un cambio para mantener vivo el barrio de Calle Ocho.

Paula Chaves dejó la comisión de urbanismo con la información que necesitaba y una orden de medidas cautelares bajo el brazo. Cuando su abuelo la había llamado hacía tres días, le había sonado como si una gran compañía sin escrúpulos estuviera tratando de robarles su mercado. Pero, por la información que había recibido… la cosano estaba tan clara. Pedro Alfonso había despertado su curiosidad. A ella le habría gustado que hubiera sido un extraño. Sin embargo, había oído demasiadas cosas sobre aquel niño rico queestaba tratando de arrebatarles a sus abuelos su mercado y sabía que no era elhombre encantador que había fingido ser en la sala de espera. Si la compañía Luna Azul conseguía su propósito y construía un centro comercialdonde estaba el mercado de sus abuelos, intuía que todo su barrio cambiaría.Había visto los planos que la compañía había presentado en urbanismo para levantarun centro de lujo, con el objeto de atraer turistas a la zona. Algo que no tendría nadaque ver con el mercado latinoamericano de verduras de su familia, pero tampoco seríaun club nocturno, como temían sus abuelos. Mientras conducía a casa, se deleitó contemplando la exuberantevegetación de Miami. Su familia llevaba tiempo intentando hacerla volver. Y, si no hubiera sido por aquella emergencia legal, ella habría seguido desoyendo sus súplicas. Miami le hacía ser todas las cosas que odiaba de sí misma. Cuando estaba en casa,se volvía apasionada e impulsiva. Y tomaba decisiones estúpidas… como darle sunúmero de teléfono a un guapo desconocido en una sala de espera. Además, después de todo lo que había sucedido con Fernando hacía diez años, había temido volver a casa. No había querido enfrentarse a los recuerdos, que la estaban esperando en cada esquina de Miami. Cuando estacionó delante de casa de sus abuelos, tomó aliento.

—¿Has conseguido interponer las medidas cautelares? —le preguntó su abuelo en cuanto la vió.

No era un hombre muy alto, pero era fornido y mostraba una barriga oronda,prueba de que la vida le había ido bien. Aunque era un tipo duro en los negocios, parasu nieta siempre tenía un abrazo y una sonrisa. Paula era una de sus quince nietos y siempre se había sentido amada en esa casa. Sobre todo, después de la muerte de suspadres hacía once años. Un conductor borracho se había llevado la vida de ambos enun accidente, dejándolos a su hermano y a ella solos en el mundo. Sus abuelos sehabían ocupado de ellos entonces.

—Sí, abuelo —contestó ella— Y mañana iré a las oficinas de Luna Azul para hablar con ellos sobre las condiciones, si es que quieren seguir adelante con su plan.

Paula se sentó a la mesa de la cocina, donde pasaban la mayor parte del tiempo.Su abuela estaba en la sala contigua, viendo su programa favorito en la televisión.

—Muy bien, pocha. Sabía que nos ayudarías —repuso su abuelo.

Pocha era el apodo cariñoso de Paula y a ella le gustaba escucharlo, le hacía sentir querida.

—Esos hermanos Alfonso creen que pueden llegar y comprar nuestra propiedad así como así, pero ellos no son parte de nuestra comunidad.

—Abuelo, Luna Azul lleva diez años en el barrio. Por lo que me han dicho en urbanismo, han hecho mucho por nuestra comunidad.

Su abuelo levantó las manos al cielo.

—Nada, pocha, no han hecho nada.

Ella se rió. Estaba acostumbrada a que su abuelo hablara con una pasión casi melodramática de su Pequeña Habana. Alfredo había crecido en la Cuba precomunistay se había llevado con él su creatividad y energía cuando se había exiliado en Miami. Todavía hablaba de aquella Cuba que ya no existía y recordaba cientos de historiasmaravillosas de su vieja época.

—¿De qué se ríen? —preguntó su abuela, entrando en la cocina para rellenarse una taza de café.

—Esos hermanos Alfonso—rezongó el abuelo—. Creo que Pau es lo que necesitamos para mantenerlos a raya.

La abuela se sentó a su lado. Olía a café y al perfume de gardenias que siempre llevaba. Le rodeó los hombros a Paula con el brazo.

—Prometiste que te quedarías hasta el verano, pochi. ¿Habrás podido ocuparte de todo esto para entonces?

—Claro que sí —repuso ella, abrazando a su abuela—. Quiero asegurarme de que saquen la máxima ventaja del nuevo plan urbanístico.

—Bien. Queremos ser dueños de nuestro mercado… como solíamos serlo —señaló el abuelo.

A Paula se le contrajo el corazón, pues sabía que ella era la razón por la que sus abuelos no eran dueños de su propio mercado. Solo tenían en alquiler el comercio quelos Alfonso planeaban remodelar, aunque en el pasado habían sido propietarios deledificio. Hasta que ella lo había estropeado todo. Tenía que arreglar las cosas, pensó.Se lo debía a su familia.

—He conocido a Pedro Alfonso en las oficinas de urbanismo. Voy a pedir una cita con él —les dijo Paula a sus abuelos.

—Bien —repuso la abuela—. Voy a seguir viendo la tele. ¿Vas a quedarte en tu casa?

—No lo he decidido todavía —contestó Paula, que seguía teniendo su casa en la ciudad. Pero no estaba segura de querer pasar la noche sola. Sin embargo, quedarse con sus abuelos no era la solución. Después de tanto tiempo fuera de casa, necesitaba su independencia. Se encogió de hombros—. ¿Para que quiero una casa si no la uso?

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