—Tengo diez minutos para ir a la sesión de fotos para los anuncios. ¿Quieres algo más?
—Sí, voy a dejarte mi coche —dijo Pedro levantándose del asiento y entregándole las llaves.
—¿Me confías tu coche? —preguntó ella en un tono que le hizo desear tumbarla sobre la mesa y demostrarle quién era el jefe.
—Sí, listilla. Y es un Porsche.
No sabía la razón, pero tanto los coches como los negocios siempre le habían parecido más importantes que las mujeres. Pero no le pasaba con Paula y tampoco quería saber por qué.
—¿Por qué? —dijo Paula mientras jugaba con las llaves lanzándolas al aire.
—Porque si no, no tendrás manera de volver a casa. ¿Puedes recogerme más tarde?
Ella ladeó la cabeza y lo observó. Pedro trató de mantenerse tranquilo aunque lo que realmente deseaba era mandarlo todo al infierno, tomarla entre sus brazos y llevársela con él. Las últimas palabras que le había dicho aquella mañana en su casa, no le habían permitido concentrarse en todo el día. Quería estar a solas con ella, desnudos, y explorar hasta dónde llegaban sus límites y si de verdad había dicho en serio lo de convertirse en su esclava sexual.
—¿En qué piensas? Se te han dilatado las pupilas y te estás sonrojando.
—En nada.
Incluso su voz sonaba más profunda. Paula dirigió la mirada hacia abajo y advirtió lo abultado de sus pantalones.
—No creo que no estuvieras pensando en nada.
—Escucha, los dos tenemos trabajo que hacer. No sigas pinchándome o conseguirás lo que buscas.
Ella se humedeció los labios y se acercó lentamente hasta él contoneando las caderas a cada paso.
—Quizá me gusta jugar con fuego.
—Como des un paso más, puedes irte despidiendo de tu sesión de fotos.
Paula no se amedrentó y continuó acercándose a él sin retirar la mirada de su entrepierna y con una picara sonrisa en los labios, lo que indicaba que estaba preparada para cualquier consecuencia que sus actos pudieran provocar. No había tenido intención de iniciar nada sexual en aquel lugar. Estaban en su trabajo y siempre había sido muy racional. Pero esa vez se había dejado llevar por su corazón. Y todo por Pedro. Lo notaba más sensible después de lo que había pasado la noche anterior. Tenía que admitir que había sido mucho más que sexo. Las cosas entre ellos estaban cambiando más rápidamente de lo que parecía.
—Sólo un paso más, ¿De acuerdo? —preguntó ella.
Aquello era lo que necesitaban. Sexo sin preocupaciones y flirteo. Teniéndolo claro, ninguno de los dos saldría herido.
—Eso es. Imagina que he dibujado una línea justo aquí —dijo él señalando una imaginaria línea en el despacho de Paula—. Si la pasas...
—Si la paso... —dijo ella simulando atravesarla.
Pedro dejó su abrigo en una silla y dió un paso hacia ella.
—Entonces, voy a perder el control.
—¿De veras? —preguntó Paula viendo en sus ojos la misma excitación y deseo que sentía ella.
—Sí, y me convertiré en una máquina de sexo.
Ella se rió.
—No sé si eso sería juego limpio.
—¿Cuál sería el castigo? —preguntó él acercándose más a la línea imaginaria.
Ella cruzó los brazos y se mostró pensativa. Por alguna razón, le gustaban aquellas conversaciones estúpidas con Pedro. Sabía que él la respetaba, por lo que se sentía a gusto flirteando con él.
—No puedo permitir algo tan...
—¿Sugerente? —preguntó él arqueando una ceja. Ella negó con la cabeza—. ¿Provocador?
Ya apenas quedaba espacio entre ellos. Paula podía sentir su aliento junto a su mejilla. Olía a café y a chicle de menta. Levantó una mano para impedir que se le acercara más y recordarle que esa vez estaba en su terreno.
—Te estás haciendo ilusiones —comentó ella.
Pedro se echó hacia delante hasta que la mano de Paula rozó su camisa. Luego, ella frotó sus fríos dedos contra la tela, acariciando su pecho. Él inspiró y los músculos de su pecho se tensaron, mientras ella le desabrochaba un par de botones.
—Lo sé, pero me voy acercando a lo que busco —dijo Pedro con voz seductora.
—¿Y qué buscas? —preguntó ella.
Le interesaba conocer la respuesta, ya que parecía que él siempre se guardaba alguna carta en la manga.
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