martes, 5 de septiembre de 2017

Guerra De Amor: Capítulo 36

Él sacudió la cabeza.

—Siempre supe caer con cuidado. Lo único que me pasó es que me hice un esguince en una muñeca.

Ella no soltó su mano y continuó acariciando su piel. Pedro trató de concentrarse en lo que ella estaba diciendo, pero su cuerpo estaba reaccionando a su proximidad y sus caricias.

—¿Te castigaron?

Pedro se separó de Paula. No debería haber hablado del pasado. Su familia era completamente diferente a la de ella. Se preocupaban de cosas como ser siempre ganadores y nunca mostrarse débiles.

—Por supuesto. Estropeé la bicicleta y era una de las favoritas de mi padre. Se enfadó mucho.

Todavía podía ver el rostro enojado de su padre. Al principio había pensado que estaba preocupado por su estado, pero luego se había dado cuenta de que era la bicicleta lo que de verdad le importaba.

—¡Oh, Pepe! —susurró Lauren en un tono de voz apenas perceptible.

—No te pongas así, Pau. Ya era lo suficientemente mayor para saber que tenía que haber tomado la bicicleta con el permiso de mi padre.

—Eras un chico tratando de comportarse como su padre y...

—Tenía que regañarme. El tejado no es el lugar más adecuado para montar en bicicleta.

Ella lo rodeó por la cintura y apoyó la cabeza en su pecho.

—Tienes razón, pero en tu familia el riesgo es como una tradición.

Él le acarició la espalda, tratando de contener los sentimientos que se arremolinaban en su interior. Paula era la primera persona que se ponía de su lado en aquel asunto. Incluso Federico se había puesto de parte de su padre. Pero ella no era objetiva ni imparcial y había entendido, sin necesidad de decírselo, lo que quería. Le molestaba que ella lo conociera tan bien. ¿Acaso era tan transparente?

Paula no sabía qué hacer. Pedro la rodeaba suavemente con sus brazos, pero sabía que no estaba relajado.

—¿Te ha gustado conducir el Porsche? —preguntó él y colocó la barbilla sobre la cabeza de Paula.

Ella evitó abrazarlo demasiado fuerte. Su profunda voz le resultaba cálida después de un largo día de trabajo. En aquel momento deseó pasar el resto de su vida con él.

—He tenido un pequeño accidente —dijo ella.

Él se echó hacia atrás.

 —¿De veras?

No parecía enfadado, ni siquiera preocupado. Sabía que aquel coche era una de sus más preciadas posesiones. Incluso Ty se había sorprendido al saber que Pedro se lo había dejado.

—¿Tú qué crees?

—Que es una broma. Eres una buena conductora.

Paula respetaba las normas siempre y ésa podía ser la razón por la que no hubiera encontrado una pareja adecuada. Había estado comportándose como era de esperar en una mujer del siglo veintiuno, pero allí estaba, aún sola.

—Tienes razón. He estado tentada a tomar la autopista interestatal y buscar una carretera desierta, pero entonces me acordé de ti, atrapado aquí, en tu oficina durante toda la noche.

Pedro le dió un breve abrazo, antes de dejarla ir. Estaba muy guapo con aquel traje. Claro que con la planta que tenía, estaba guapo con cualquier cosa.

—¿Estás libre este fin de semana? —preguntó Pedro.

—Sí, ¿Por qué? —contestó ella.

¿Querría planear un viaje? Todas aquellas dudas sobre Pedro y su reputación de mujeriego estaban quedando a un lado.

—¿Quieres que hagamos un viaje en coche? —preguntó él, mientras caminaba por su despacho apagando las luces, cerrando la persiana y colocando los papeles sobre su mesa.

Paula no podía ver bien su rostro y menos aún adivinar lo que estaba pensando. Ella se acercó y ni siquiera cuando él la miró a los ojos pudo adivinarlo.

—Piénsatelo esta noche con la almohada.

No tenía nada que pensar. Quería pasar todos los fines de semana con él.

—No, no tengo que pensarlo, Pepe. Me encantará pasar este fin de semana contigo.

—Estupendo. Podemos conducir hasta Chicago e ir de compras.

Ir de compras era uno de los pasatiempos favoritos de Paula.

—No, a Chicago no. No puedo ir a escondidas a la ciudad en la que vive mi familia sin ir a verlos.

Pedro la tomó por el codo y la dirigió hacia el pasillo.

—¿Quién ha dicho que tienes que ir a escondidas?

—¿Quieres conocerlos? —preguntó Paula mientras él cerraba la puerta de su despacho y dejaba un montón de papeles encima de la mesa de su secretaria.

—Claro, ¿por qué no?

Su familia era adorable y encantadora. A la mayoría de las personas les caía bien, aunque no a los novios que había tenido. Era la pequeña de la familia y todos la trataban como si necesitara que la protegieran. Siempre habían sometido a los hombres con los que había salido a un interrogatorio de tercer grado. Paula no quería perderlo, al menos no tan pronto.

—¿Pau?

Había dejado pasar demasiado tiempo y Pedro podía estar pensando que algo no iba bien, así que sonrió y apretó el botón de llamada del ascensor.

—Si conoces a toda mi familia y les gustas, voy a creer que de verdad eres mi hombre ideal.

El ascensor llegó y Pedro le hizo un gesto para que pasara antes que él. Quizá deberían pensar en otro sitio para pasar el fin de semana. Seguramente podría encontrar un agradable hotel en algún pequeño pueblo al norte de Michigan. Eso facilitaría mucho las cosas para ambos. Él se encogió de hombros y la atrajo hacia sí. Ella se apoyó contra su cuerpo. Le gustaba sentirlo a su lado. Se inclinó y la besó en los labios de un modo al que estaba empezando a acostumbrarse.

—Echaba de menos tu sabor —dijo Pedro.

Paula separó los labios y él introdujo su lengua lentamente. Se fundieron en un abrazo íntimo. Ella inclinó la cabeza hacia atrás y él la besó más profundamente. Pedro tomó el rostro de Paula entre sus manos y ella se dejó llevar, olvidándose del resto del mundo. La puerta del ascensor se abrió en la planta baja y Pedro le dió un rápido beso en los labios antes de salir. Había nevado y el suelo y el coche estaban cubiertos de nieve. Paula sacudió la cabeza pensativa mientras entraba en el coche. Algo estaba surgiendo entre ellos y parecía ir en serio.

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