jueves, 1 de octubre de 2015

Un Viejo Amor: Capítulo 13

Hilillos de agua que goteaban de su vello oscuro se deslizaban por su musculoso pecho hasta la superficie, a la altura de su vientre. Su pelo negro estaba echado hacia atrás, acentuando sus fuertes rasgos y su piel bronceada.

Parecía uno de esos dioses griegos sobre los que Paula había leído en la escuela. Sólo que él no era de mármol, sino de carne y hueso.

–Será mejor que cierres la boca si no quieres tragarte una mosca –la cálida voz de Pedro le calentó la piel como los rayos de sol.

Aterrorizada porque la hubiera visto babeando, cerró la boca de golpe.

–No… no… no pretendía mirar. Es sólo que…

–¿Te gusta lo que ves? –preguntó él con una sonrisa.

El rubor encendió sus mejillas. “Sí”.

–¡No!

Pedro recogió agua con la mano y dejó que se filtrara entre sus largos dedos.

–Tal vez he pasado demasiado tiempo solo. Pero hubiera jurado que he visto deseo en esos preciosos ojos azules que tienes. Puede que la vida en el este te haya arrebatado el coraje, pero no a la mujer que hay en tí.

La situación se hacía cada vez más difícil para Paula.

–Las damas no sucumben a las emociones primarias.


Pedro se acercó un poco más.

–¿Cómo es posible?

Paula miró por encima del hombro la falda y la blusa, que había colgado en una rama. No había modo de alcanzarlas sin ofrecerle a Pedro una privilegiada vista de su trasero.

–La expresión de mi cara era de horror, no de deseo.

–Hubo un tiempo en el que podía volverte loca de deseo –dijo él en voz baja.

–Eso fue hace mucho tiempo –a pesar de sus esfuerzos, los años de separación empezaban a desvanecerse.

El brillo de los ojos de Pedro se apagó.

–Recuerdo cada detalle del tiempo que pasamos juntos… Los he revivido una y otra vez.

Aquellas palabras le llegaron al alma a Paula. No soportaba pensar que había sufrido. Pero la verdad seguía siendo que él nunca había ido tras ella. Había dejado que sus padres la apartaran de todo lo que amaba.

Endureció los brazos contra su pecho, como si pudiera protegerse de los viejos sentimientos.

–No quiero hablar del pasado.

–Recuerdo la última noche en el granero –dijo él.

Paula cerró los ojos, intentando olvidar. Aquella noche, Pedro le había desabrochado lentamente los botones del vestido y le había besado los blancos pechos que se elevaban sobre la camisa.

 Un intenso estremecimiento de deseo la había recorrido, y había estado dispuesta a rendirse por completo a él.

Pero Pedro se había detenido, diciendo que quería esperar… hasta la noche de bodas. Sin embargo, cuando fueron a decírselo a sus padres, nada salió como esperaban. Los padres de Paula echaron a Pedro de su finca y a ella la encerraron en su habitación.

 Dos días más tarde, su madre la pilló intentando escabullirse para ir a ver a Pedro. A la mañana siguiente, Paula estaba en una diligencia en dirección a Virginia.

Había esperado y rezado porque Pedro fuera a salvarla, pero él nunca apareció.

No volvió a verlo.

Hasta el día anterior.

Intentó fortalecerse contra el dolor. Nunca le había permitido saber a Pedro el daño que él le había hecho.

–No lo has olvidado –dijo él. Todo rastro de humor y burla había desaparecido de sus ojos.

–No.

–Hay muchas cosas que se quedaron sin decir.

Dolor. Abandono. Soledad… Demasiados malos recuerdos para nombrarlos.

–Siempre pensé que volverías conmigo. No importaba lo lejos que te enviaran. Estaba convencido de que volverías –su voz era poco más que un susurro ronco.

Paula se quedó helada.

–¿Por qué no me seguiste?

Pedro la miró sorprendido.

–Quería hacerlo.

–Pero no lo hiciste.

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