martes, 20 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 15

  ¿Una bomba? ¿Aquellos cretinos se atrevían a llamar bomba a su Paula?
—Estoy en reunión —dijo entre dientes—, y lo estaré durante la próxima media hora. Ya hablaré luego con ustedes —y sin añadir nada más, les dio con la puerta en las narices.
—Paula, lo siento mucho —se disculpó, sabiendo que sus palabras eran de muy poco consuelo—. Te lo juro, no sabía que esto iba a pasar. Solo era una broma. Ya sabes...
—Dime una cosa, Pedro —lo interrumpió Paula—, ¿cómo es que un hombre tan inteligente como tú sabe tan poco sobre las mujeres?.
—¿Qué quieres decir?
—¡Oh, olvídalo! Acabo de recordar que tú no me consideras una auténtica mujer —dijo Paula. Su voz era dura y amarga—. Para tí solo soy la buena de Pau, una más de la pandilla. Solo te acuerdas de mí cuando necesitas comida, un hombro para llorar, o alguien a quien tomarle el pelo.
—Tú me tomas el pelo al menos tanto como yo a tí —se defendió Pedro.
—¿Qué pretendes? ¿Darme además una cucharada de mi propia medicina? Ni por un momento has pensado lo que todo esto significa para mí. Ya sé que no tengo mucha práctica pero, por una vez en mi vida, me gustaría hacer el esfuerzo y aprender a ser una auténtica chica. Fíjate lo que te digo: aunque fuera por una vez, me gustaría ser capaz de llorar. ¿Alguna vez has reparado en el daño que me haces con las cosas que me dices?
Aquello le llegó al corazón.
—¡Por Dios, Paula! Sabes que nunca he querido hacerte daño.
Ella se volvió al fin para mirarlo, con los ojos llenos de lágrimas.
—Entonces, ¿por qué me lo haces?
—Paula—enormemente arrepentido, Pedro se puso a su lado—. ángel, lo siento mucho, muchísimo —conmovido, la abrazó con fuerza—. Te lo digo de verdad: no pensé que esta broma tan tonta fuera a hacerte tanto daño.
—Lo siento mucho, Pedro... Han sido tantas cosas: la cita, la página web. Creo que eso fue la gota que derramó el vaso —se separó un poco, con los ojos relucientes como ámbar oscuro por efecto de las lágrimas—. La verdad, creo que no tengo derecho a echarte nada en cara... pero tenía que decírtelo, entiéndelo. Es muy duro que tu mejor amigo te diga que no eres bonita, ni femenina, y que nunca conseguirás un marido...
—Oye, oye, para el carro —la interrumpió Pedro cariñosamente—: yo jamás he dicho semejante cosa. —Ella meneó la cabeza con una triste sonrisa.
—No con esas palabras, pero el sentido era el mismo. Te conozco desde hace muchos años, y sé perfectamente lo que piensas —se desprendió de su abrazo y, componiendo el gesto, se acercó a la ventana, secándose las lagrimas con el dorso de la mano—. ¿Ves? Es imposible discutir contigo, siempre tienes razón. Mirándome, ¿qué hombre querría salir conmigo?
—¡Eres tonta! Paula, tú tienes mucho que ofrecer a cualquier hombre —replicó Pedro de inmediato, intentando componer el mal que había hecho—: eres elegante, sexy y muy divertida. Lo que pasa es que no sabes verlo.
—Ni tú tampoco, si vamos a eso —apuntó Paula—. La verdad, pensé que serías el primero en darme la razón.
Aquellas palabras tuvieron la virtud de hundirlo aún más.
—Sabes que estoy de tu lado, Paula.
—Lo estabas hasta que empezamos con esta estúpida apuesta —dijo, volviéndose a mirarlo con sus hermosos y luminosos ojos—. ¿Sabes por qué sigo en esto? Porque si pierdo tu hermana y Zaira  me prometieron que me dejarán en paz, y no se meterán más en mi vida. Creo que esa es la solución más fácil... Por lo menos así me lo parecía hasta que decidiste declararme la guerra abierta.
—Paula, por favor, me siento fatal, como la peor rata del Universo —Pedro le limpió una lágrima que rodaba por su mejilla—. Creo que he sido muy egoísta... —hizo una pausa antes de admitir algo que jamás le confesaría a nadie, ni a su familia ni a sus amigos, ni siquiera a los colegas de la pandilla—. Lo que pasa es que tenía miedo, temía que te convirtieras en una de esas mujeres superficiales cuyo único objetivo es la caza del marido. Y, sobre todo, temía perder a la mejor amiga que he tenido en toda mi vida...
Ella le dedicó una sonrisa entre las lágrimas.
—Sé cómo te sientes. Fíjate, anoche te llamé para contarte ,lo que había pasado en la cena.
—Hagamos un trato —propuso Pedro tomándole de la mano—: pase lo que pase, seguiremos siendo los mejores amigos. Eso significa que podremos contarnos cualquier cosa que nos ocurra. Como los mosqueteros: todos para uno y uno para todos. ¿De acuerdo?
—Trato hecho —dijo, estrechándole la mano primero y abrazándolo después—. No podemos consentir que esto nos ocurra otra vez.
—Claro que no, no pienso correr otra vez el riesgo de perderte, ángel.
Aunque no hacía la menor falta que continuaran abrazados, mantuvieron aquel gesto un buen rato, disfrutando de aquel calor y del consuelo mutuo. Ella sentía su cuerpo fuerte y acogedor, mientras Pedro se deleitaba con la suavidad de su pelo, el dulce aroma de su piel. Miró hacia abajo y ella alzó la cabeza: Paula tenía las mejillas arreboladas, y le miraba con una ternura que él no le había conocido hasta entonces.
—«Pedro», se dijo a sí mismo, «cualquier mujer que te mire así merece que la beses».
Estupenda idea. Por fin su conciencia se había decidido a echarle una mano. Se agachó un poco más, sin dejar de mirarla.
Justo cuando sus labios estaban a punto de tocarse, se detuvo en seco.
«Espera un momento. ¿Qué demonios estás haciendo?»
Se echó hacia atrás como si hubiera tocado una valla eléctrica. Se separó unos cuantos pasos, con el corazón latiéndole como una ametralladora. Ella lo miraba con una expresión indescifrable.
—Me... me alegro de que hayamos puesto las cosas en claro.
—Yo también —convino Paula rápidamente sin dejar de mirarlo.
—Bueno... —Pedro carraspeó: se había salvado de milagro. ¿En qué diablos estaría pensando?—. Se me ocurre una idea para salir de este embrollo en el que nos hemos metido.
—Soy toda oídos.
—Es culpa mía el que te hayas metido en esta apuesta, así que lo más lógico es que sea yo el que te ayude a salir de ella.
—Pedro—le interrumpió Paula escéptica—, me parece que ya me has ayudado bastante...
—No tenía la menor idea de lo que te pasaba por la cabeza —se defendió su amigo—. Creo que lo que tienes que conseguir es sentirte un poco más cómoda con los chicos.
—Vamos, Pepe—protestó Paula entre risas—. Llevo saliendo con la pandilla desde que me saqué el carné de conducir. ¿De verdad crees que mi problema es que no me siento cómoda con los hombres?
—Lo que pasa es que cuando te comportas como una mujer te acobardas —le explicó Pedro—. Esta noche haremos una prueba. ¿Has quedado con alguien?
—¿Es broma? —Paula no daba crédito a lo que su amigo le proponía—. No tengo ninguna cita, y, si quieres saberlo, me alegro. Sin embargo, como Zaira está tan metida en este asunto, seguro que viene a buscarme para que salgamos. Espero que no se le ocurra traer a su marido... eso sí que me acobardaría.
—¿Podrás librarte de ella y encontrarte conmigo, digamos a eso de las siete, en Sharkey's?
—Creo que sí.
—Y vente arreglada.
—¿Cómo dices?
—Ya me oíste: confía en mí. Con un poco de suerte, acabaremos de una vez por todas con este asunto de la apuesta.
—Tienes suerte de que sea tu mejor amiga, porque ninguna mujer en su sano juicio querría tener nada que ver contigo —le espetó Paula—. De acuerdo —cedió al fin—. A las siete en Sharkey's.

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