–Aún no se ha casado con nadie. Pero lo hará si no haces nada por evitarlo –Jorge le puso una mano en el hombro–. Te has estado martirizando todo esto tiempo porque no fuiste tras ella la última vez.
No cometas el mismo error dos veces.
Pedro volvió a atar la cincha. Jorge tenía razón. Había luchado por todo lo que tenía, y si tenía que luchar por Paula, que así fuera.
Se montó en el caballo y cabalgó a toda velocidad hasta el Double H. Al llegar, desmontó de un saltó y entró en la casa como una exhalación.
–¡Paula!
No hubo respuesta.
Recorrió las habitaciones gritando su nombre, pero no la encontró.
Se había ido.
Paula estaba en la parada de la diligencia de Upton. Se sentía como si le hubieran quitado un peso de los hombros, mientras mandaba las cartas a Lucas y a su abuela.
Imaginó que Lucas estaría secretamente aliviado cuando recibiera el rechazo cortés a su proposición. No era un mal hombre, pero no quería las mismas cosas que ella. Si se casaban, pasarían el resto de sus vidas intentando cambiarse mutuamente.
Su abuela era otra historia. Se pondría hecha una furia cuando se enterara de que su nieta no iba a volver.
Pero a Paula no le importaba.
Estaba en casa. En el lugar al que pertenecía.
Durante semanas había estado diciéndose que había vuelto por Gonzalo. Pero la verdad era que había regresado a Upton por ella misma y por Pedro.
No se había alejado ni cinco pasos de la parada, cuando oyó su voz.
–Estoy dispuesto a atarte de pies y manos si piensas irte en esa diligencia.
Pedro.
Sonrió y se volvió lentamente hacia él. Tenía el pelo revuelto por el viento y la cara roja. Y había un atisbo de desesperación en sus ojos. Parecía diez años mayor.
–Autoritario hasta el final, ¿no es así, señor Alfonso?
Pedro soltó un suspiro y avanzó hacia ella.
–No fui a por tí la última vez, pero esta vez sí que lo haré.
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