jueves, 1 de octubre de 2015

Un Viejo Amor: Capítulo 16

Habían perdido cuatro años, pero no iban a perder ni un minuto más.
Tal y como se esperaba, la encontró frente al fregadero, pelando patatas. En dos días, Paula había transformado la cabaña en un hogar.
El delicioso olor del pan recién hecho y de las galletas de canela impregnaba el ambiente, y un cuenco de campanillas adornaba el alféizar de la ventana.
Pedro estaba más convencido que nunca: Paula pertenecía a aquel lugar.
Cerró la puerta y vio cómo ella tensaba los hombros. El lazo entre los dos era frágil, pero aún persistía.
Paula no se dió la vuelta. Él tomó una galleta y le dió un mordisco.
–Estas galletas están tan deliciosas como las que solías hacer para mí. ¿Recuerdas cómo las envolvías pulcramente en una servilleta y me las traías en aquel cubo abollado?
Paula vertió las patatas mondadas en una cacerola al fuego. Tenía una expresión de pesar y tristeza.
–No quiero hablar de ello.
–Entonces no diré ni una palabra –dijo él, alzando las manos en un gesto burlón de rendición.
Ella entrecerró los ojos, como si esperase que Pedro mencionase lo que había pasado en el estanque. Al no hacerlo, sus hombros se relajaron un poco.
–Si no te importa, me gustaría ir al Double H –dijo, secándose las manos con un trapo–. Estaré de vuelta a tiempo para servirles la cena a los hombres.
–Me parece bien.
–¿Podrías prestarme un caballo? –intentó pasar a su lado, pero él le bloqueó el paso.
–Tengo un caballo listo para tí  y otro para mí esperando fuera.
–¿Cómo sabías que quería ir al rancho?
–Aún puedo leer tus pensamientos como un libro abierto.
Paula se quitó el delantal y lo arrojó sobre la mesa.
–No tienes por qué venir conmigo.
–Quiero hacerlo.
–No es necesario.
–Tal vez haya animales que necesiten atención –dijo él, pensando rápidamente–. Quién sabe en qué estado habrá dejado Gonzalo el rancho.
Ella abrió la boca para protestar, pero pareció aceptar su lógica observación.
–Bien, pero nada de hablar del pasado. Lo hecho, hecho está.

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