sábado, 31 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 34

—Paula, amiga, ¿podemos hablar un momento?
Paula levantó la cabeza para mirar a Zaira, a la que casi no podía oír debido al estruendo que había en local al que habían ido a bailar.
—¿Qué pasa?
Zaira se volvió al rincón donde estaban Luciana, Alejandro y su marido, Daniel; le dijo algo a Luciana al oído, que asintió y enseguida se unió a ellas. Paula se estremeció cuando las dos mujeres la llevaron a la calle. La brisa nocturna era fresca, así que se arrebujó en el vestido.
—Paula, estamos muy preocupadas por ti —dijo Zaira yendo directamente al grano, como tenía por costumbre.
—¿Preocupadas por mí? —repitió Paula. Por la expresión de sus rostros adivinó que aquella conversación iba a levantarle dolor de cabeza—. ¿Por qué? Estoy perfectamente.
—No, no lo estás —la contradijo Luciana con dulzura.
—Les agradezco mucho que se hayan molestado tanto para salir conmigo esta última semana, pero la verdad es que no era necesario... a decir verdad, jamás he tenido una vida social tan intensa como estas últimas semanas —dijo, jugueteando con el dobladillo del corto vestido rojo cereza que se había puesto aquella noche—. Estos últimos días hasta se han detenido hombres por la calle para pedirme mi número de teléfono: en el supermercado, en los semáforos... Ha sido una auténtica locura. Es lo más increíble que me ha pasado en la vida —y realmente lo era. En cualquier otro momento de su vida, se habría quedado asombrada al ver la atención que despertaba a su alrededor, incluso estaría un poco asustada. Sin embargo, después de lo ocurrido con Pedro, todo aquello no le importaba lo más mínimo. En realidad, muy pocas cosas la afectaban desde entonces. Como mucho, toda aquella situación la divertía un poco.
—Sí, tu vida social se ha disparado —admitió Zaira—, pero no es eso lo que ha hecho que te salgan ojeras. Además, parece incluso que has perdido algo de peso.
—Puede —convino Paula  de mala gana. No se atrevió a confesar que le costaba bastante conciliar el sueño, y que aún así solo dormía unas pocas horas cada noche—. Supongo que estoy un poco cansada con tanto trajín. Les prometo que este fin de semana me quedaré en casa tranquilita.
—Paula—intervino Luciana con mucho tacto—, a nadie le alegra más que a nosotras que estés teniendo tanto éxito. Sobre todo, nos complace que por fin empieces a confiar en ti misma —añadió cruzándose de brazos—. Sin embargo, nos preocupa que no seas feliz. Y no lo eres, no lo niegues.
—Para empezar —replicó Paula secamente—, cuando no prestaba ninguna atención a mi aspecto, me dijiste que me dejarían en paz si conseguía ser feliz. Ahora que tengo la agenda repleta de compromisos, me dicen exactamente lo mismo. ¡No resulta nada fácil complacerlas, chicas!
Zaira y Luciana podían haber pasado por hermanas gemelas, tan idéntica era su expresión en aquellos momentos. Se le quedaron mirando, haciendo caso omiso de aquel ácido comentario, esperando que continuara hablando. Evidentemente, estaban decididas a esperar lo que hiciera falta con tal de averiguar qué le pasaba realmente.
Paula suspiró incómoda. Las quería mucho por la forma en que le demostraban su cariño y preocupación por ella, pero no podía confiarles lo que le angustiaba. Aquel tormento era cosa suya.
—Voy a contarles una historia —dijo por fin, con voz tranquila y firme—. Trata de una chica que no tenía mucha confianza en sí misma y que lo disimulaba portándose como un chico. También sale un chico amable y gentil, dotado con un gran sentido del humor: sería alguien con quien ella pudiera pasar el resto de su vida encantada —al llegar a este punto se le quebró un poco la voz, así que fijó la vista en la pared del club, evitando que su mirada se cruzara con las de Zaira y Luciana—. Ese hombre consigue que se dé cuenta por fin no solo de que es hermosa, sino alguien realmente especial, maravillosa de verdad. También la ayuda a despertar sentimientos y deseos que nunca hubiera imaginado que escondía en su interior. Entonces, esa mujer, que se ha enamorado por completo, decide una noche acostarse con él, suponiendo que eso iba a ser el principio de una vida llena de felicidad... sin embargo, precisamente en ese punto, el hombre decide que es mejor que sigan siendo solo amigos.
Zaira  ahogó una exclamación de sorpresa, mientras Luciana la animó a seguir con un gesto.
—La mujer, tal como yo lo veo, tiene entonces dos opciones: puede hacer lo que ha hecho hasta entonces, es decir, ocultarse detrás de unas ropas informes y refugiarse en su trabajo para que ningún hombre sospeche siquiera cómo es en realidad. De esa forma evitaría que volvieran a hacerle daño —Paula dedicó una triste sonrisa a sus amigas—. Por otra parte, puede recordar algo que el hombre le ha enseñado: él consiguió demostrarle lo maravillosa que era en realidad, pero no fue él quien la hizo tan especial. Lo es por sí misma. Y si no es capaz de apreciarlo, ese es su problema, no el de la chica.
—¡Cariño! —sus dos amigas se fundieron con ella en un tierno abrazo.
—Puede que no sea feliz, es cierto —susurró Paula—, pero por primera vez en mi vida puedo decir con total sinceridad que estoy bien.
—¡Oh, Paula! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —exclamó la impetuosa Zaira—. Si hubiera estado en tu lugar, le habría destrozado el coche.
Paula se echó a reír.
—Te confesaré que lo he pensado.
—Ahora mismo voy a decirle a Pedro que se ha acabado esta estúpida apuesta —declaró Luciana decidida—. No tienes por qué seguir sometida a semejante presión cuando es evidente, además, que tienes cosas mucho más importantes en las que pensar.
—Ni siquiera me acuerdo de la apuesta, y me parece que Pedro tampoco —Paula dió gracias mentalmente por conseguir que su voz sonara firme. Se le hacía difícil hasta pronunciar su nombre.
—Estoy tan furiosa que me dan ganas de gritar —dijo Zaira con los ojos llameantes—. ¿Quién se cree que es ese tipo? ¡Don Perfecto! ¿Con que el soltero más deseado de América, eh? Pues si le tuviera delante, les aseguro que su próxima foto parecería sacada de un informe de la policía.
Paula la miró sorprendida.
—¿De qué estás hablando?
—Está enfadada con Pablo, Paula—le explicó Luciana—. Debimos estar ciegas para no darnos cuenta de lo que estaba pasando.
Dios del cielo. Sus amigas estaban a punto de cometer un terrible error.
—No me refería a Pablo, chicas.
—¿No? —ahora fueron sus amigas las que la miraron atónitas—. Entonces, ¿de quién hablabas? —preguntó Dana perpleja.
—No voy a decirlo —declaró Paula con firmeza—. Es mi problema y seré yo la que lo solucione como mejor pueda.
Zaira abrió la boca para protestar, pero Luciana la detuvo con un gesto.
—Creo que nuestra niñita ha crecido por fin —murmuró con una sonrisa.
Maite les dio un fuerte abrazo.
—Eso, y que no quiero que le destrocen el coche...

—¡Guauuuu! ¡Allá vamos, chicas! —exclamó Francisco pasándole una cerveza a Germán.
Su amigo echó un vistazo a la multitud que los rodeaba.
—¡Chica buena a la vista! ¡Fíjate que pedazo de mujer, Pedro!
Pedro levantó la vista y puso cara de circunstancias.
—¿Pero qué demonios le pasa a este tipo? —gruñó Germán dando un codazo a Lucas, que se quedó mirando a Pedro.
—Oh, oh... me temo que nuestro amigo tiene problemas sentimentales...

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