A las ocho en punto de la mañana del siguiente día, el timbre comenzó a sonar insistentemente, poniendo fin a una inquieta noche. Paula saltó de la cama, frotándose los ojos.
—Si eres Pedro, te digo desde ya que he decidido abandonar —dijo en voz alta, dirigiéndose a la puerta—. Debía estar loca. ¿Por qué no dejas que me sumerja en paz en mi soltería?
—De eso nada —respondió una voz femenina—. Soy Zaira, abre.
Paula gruñó. Zaira, todavía peor. Quitó la cadena y abrió la puerta.
—¿Y bien? —Zaira parecía demasiado entusiasta para tratarse de un domingo a las ocho de la mañana—. Hoy es el primer día de tu nueva vida, Paula Chaves, ¿estás lista?
—Pero, ¿quién eres tú? ¿La patrona de las casamenteras? —dijo Paula, dirigiéndose a la cocina para preparar café. No estaba dispuesta a soportar uno de los discursos de Zaira sin ayuda de la cafeína—. Además, no pienso seguir adelante con esto. He estado pensando y es una tontería. Tengo que hablar con Pedro, no tengo por qué demostrarle nada a nadie.
—Nada de hablar con Pedro—dijo Zaira, mirando a Paula con el ceño fruncido mientras dejaba en el suelo una gran bolsa que llevaba colgada del hombro. Luego depositó un buen número de frasquitos de todo tipo sobre la mesa de la cocina—. Te habría desaconsejado cualquier otra apuesta, y la verdad es que los dos han hecho algunas de lo más tontas, pero esta vez, no pienso hacerlo. Llevo diez años esperando que hagas algo contigo misma, que pienses un poco en tu aspecto y no pienso desaprovechar esta oportunidad.
Paula contempló los articulos con precaución.
—¿Y eso para qué es?
—Eso —dijo Zaira con una sonrisa— es el primer paso.
—¿El primer paso? —repitió Paula y se fijó en la etiqueta de uno de los frascos. Estaba escrita en noruego y todos los ingredientes tenían dieciocho sílabas—. ¿Y cuántos pasos hay?
—Eso depende de si estás dispuesta a cooperar o no.
Zaira sacó una caja de polvos blancos y los mezcló con agua en un cuenco de cristal.
—Yo iba a desayunar —dijo Paula, sirviéndose una taza de café—, así que espero que eso no sea para mí.
—Esto no es para que te lo tomes sino para que te lo pongas —dijo Zaira, y echó el contenido verde de uno de los botes en el cuenco de cristal, luego observó la mezcla resultante—. Me temo que va a ser un poco pegajoso. Toma, sigue removiendo.
Paula siguió sus instrucciones, y observó con perplejidad los movimientos de su amiga. Zaira sacó una gran sábana de plástico y la extendió sobre el suelo. Luego abrió la puerta de la cocina y metió una de las sillas de plástico del porche.
—Siéntate.
Paula apuró su taza de café antes de que Zaira la obligara a sentarse por la fuerza.
—Zaira, esto empieza a dejar de ser molesto para convertirse en una pesadez.
Zaira suspiró con impaciencia.
—Escúchame bien. Por nada del mundo quiero que me tomes por una entrometida o que te enfades conmigo, pero deja que diga algo: necesitas ayuda, y por primera vez desde el instituto, Luciana y yo nos vamos a asegurar de que la recibas.
Paula apretó los dientes. Al parecer, el tiempo del disimulo y de los guiños sutiles que se hacían muchas veces sus amigas en su presencia había terminado. Zaira y Luciana habían decidido declararle una guerra abierta.
—Ya sé que no...
—Chist, déjame terminar —dijo Zaira, con firmeza—. No quisiera pasar por psicóloga aficionada, pero el hecho de que hayas crecido sin la compañía de una madre no puede haber sido fácil para ti. Luciana y yo hicimos cuanto pudimos, pero incluso a mí se me alcanza que dos amigas no pueden sustituir a una madre.
—Las dos me han querido siempre y han hecho lo que consideran mejor para mí —cosa que Paula había agradecido muy sinceramente, por mucho que los esfuerzos de sus amigas resultaran muchas veces fastidiosos—. No ha sido fácil, pero he salido adelante, ¿no?
—Esa es la cuestión, que no has salido adelante —dijo Zaira suspirando de nuevo—. Nos has tolerado, nos has tomado el pelo, pero eres muy testaruda y sigues convencida de que no eres lo bastante guapa como para enamorar a un hombre. Huyes de tí misma, te escondes, te ocultas bajo esa fachada de «una más de la pandilla» con todos esos hombretones. Bueno, pues desde ahora mismo te lo digo: tus días de huida han terminado —dijo Zaira, mirando a Paula fijamente a los ojos—. Y no me mires así.
—¿Que no te mire cómo?
—Como diciendo que me vas a dar la razón en todo, como a los tontos, para luego hacer lo que te dé la gana.
Paula suspiró.
—Ok, te escucho. ¿Qué es lo que quieres que haga?
—Que lo intentes de verdad, que apuestes por ello de verdad.
—Yo no estoy huyendo, Zaira. Yo solo... de acuerdo, podría ser algo más atrevida en el terreno social, pero, francamente, estoy contenta con mi vida tal como está. No necesito salir con nadie, no necesito cambiar mi aspecto. ¿Por qué no puede aceptarme la gente tal como soy?
Zaira suspiró.
—Algún día, cariño, un hombre te va a querer por lo que eres, te lo prometo. Pero si eres tan feliz con la vida que llevas, ¿por qué ayer estabas tan triste? Y no me digas que era la resaca porque no me la creo.
Eso era lo malo de conservar las amigas de la infancia, que no podía ocultarles nada. Era para ellas como un libro abierto.
—Te dejaríamos en paz si de verdad viéramos que eres feliz —prosiguió Zaira, dándole un abrazo rápido y confortante—, pero no vamos a dejar que aceptes una vida mediocre sin luchar. Si dejas que tu belleza exterior se ponga a la altura de la interior, sé que encontrarás a la persona adecuada. Lo sé.
—¿Belleza? ¿Yo? —dijo Paula con mofa y sorpresa—. ¿Qué has estado fumando, Zaira?
Zaira resopló con impaciencia.
—Paso a paso, nena, ahora mismo nos pondremos con el cuerpo, de la actitud ya nos ocuparemos más adelante.
Recogió el cuenco y metió la mano en él.
—Zaira —le advirtió Paula—, no pienso permitir que me pongas en la cara ese... agh.
Y fue silenciada por la inclemente acción de su amiga, que le extendió sobre la cara aquella pasta gruesa y compacta. No le quedó más remedio que cerrar los ojos y hacer frente a lo inevitable.
—Ahí, quieta. Esto es solo el principio. A las doce tenemos hora en la peluquería y vete preparando para pasar la tarde de compras...
Zaira siguió parloteando alegremente, relatando entusiasmada los pormenores de la próxima transformación de Paula . Esta, por su parte, pensaba que no podía denegar aquella molesta y dolorosa ayuda. Si se hubiera tratado de otras personas cualquiera, les habría dicho dónde podían meterse sus brillantes ideas, pero a sus dos mejores amigas... que le habían hecho sitio en sus vacaciones, que la habían acompañado y aplaudido en su graduación, a la que su padre no había podido asistir porque había fallecido dos años antes. Las quería lo bastante como para soportar aquel insistente, molesto e incansable afán suyo de ejercer de madres, las quería lo bastante como para morir por ellas si se lo pedían.
Pero morir era una cosa, y actuar estúpidamente por segunda vez en su vida algo bien distinto.
—Paula, ¿has oído una palabra de lo que te he dicho?
Paula interrumpió bruscamente sus pensamientos.
—¿Qué?
Zaira chascó la lengua y se acercó al fregadero para dejar el cuenco.
—Te he estado contando los planes que tengo para tí. Estoy segura de que ahora mismo todo esto te resulta abrumador, pero sé que te vas a empeñar en esto como en ninguna otra cosa en tu vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario