Paula habría disfrutado mucho más de su venganza si Luciana y Zaira no la hubieran localizado. De mala gana, como una prisionera, subió con ellas a la habitación que los Alfonso habían alquilado en el hotel donde se celebraba la boda. Se las había arreglado para evitar a las tías de Pedro, pero con aquellas dos no había escapatoria posible.
—Te lo digo en serio, Paula —dijo Luciana—, este libro puede resolver todos tus problemas.
—¿Por qué se empeñan en torturarme? —gruñó Paula, dejándose caer en la cama—. He venido a pesar de que tenía la cara más verde que una espinaca y con la cabeza a punto de explotar. Si incluso me he vestido de rosa, ¡por favor! ¿Y ahora qué quieren, mi sangre?
—Solo queremos verte feliz... y que leas un pequeño libro —dijo Luciana , quitándose el velo de novia—. No dejes que se vaya —dijo Luciana, abriendo un cajón del que sacó una minúscula pieza de encaje blanco tengo que ponerme el regalo sorpresa para Alejandro.
—No te preocupes —dijo Zaira, sin dejar de mirar a Paula.
Ésta suspiró. No tenía escapatoria.
Zaira puso el libro sobre la cama. Paula le dió la vuelta y leyó el título: Guía para dejar de ser la señorita Negativa y convertirse en la señora Adecuada en un año. Volvió a gruñir, enterrando el rostro en la almohada.
—Es una broma, ¿verdad?
—A mí me ha servido —dijo Zaira, tirando de Paula para que se incorporara—. Y a Luciana también, y no se puede poner en duda la realidad. Mira lo feliz que está Luciana, ¿es que tú no quieres ser feliz?
—Luciana se ha casado con el último hombre bueno de la tierra —dijo Paula, sin levantar la vista—. ¿Por qué cuando tus amigas se casan siempre insisten en que lo hagas tú también?
—Tienes veintiocho años, Paula —adujo Zaira—. ¿No oyes el tic tac? Es tu reloj biológico.
—Se le ha acabado la cuerda.
—De eso nada —dijo Zaira, tocando la barbilla de su amiga para obligarla a mirarla—. Llevas demasiado tiempo sin salir con nadie. Desde que saliste de la universidad, no has hecho otra cosa que dedicarte en cuerpo y alma a esa empresa de diseño y frecuentar a esos tipos. No sé cuántas veces te he visto con sudadera y unos vaqueros gastados.
—Todo el mundo se pone ropa cómoda para trabajar —argumentó Paula, que comenzaba a impacientarse. ¡Con cualquier otra ropa tengo un aspecto de lo más estúpido!
Zaira alzó los ojos al cielo.
—Hay mucha ropa cómoda y al mismo tiempo muy femenina. Por mucho que te quejes, los vestidos te sientan muy bien. Como esos rizos.
—Zaira, incluso tú sabes que para salvar mi vida no basta con que me rice el pelo. Además, así parece que me han electrocutado.
Zaira resopló. También ella comenzaba a impacientarse.
—No es verdad y lo sabes. A tí te pasa algo, y me vas a decir qué es.
Paula se quedó sentada durante un largo minuto, en silencio. Era cierto, algo la molestaba desde el momento de llegar a la iglesia y encontrarse con Pedro y oír sus palabras: cuatro bodas como dama de honor.
Siempre la dama de honor.
Se fijó de nuevo en el libro: La señorita Negativa...
—Es que no veo dónde están las ventajas, eso es todo —mintió—. Sé que solo he tenido una relación importante, pero fue una experiencia muy convincente, créeme. Ahora disfruto de la vida. Tengo un buen trabajo y muchos amigos. Por favor, ¿no podemos hablar de esto en otro momento?
Antes de que Zaira pudiera responder, Pedro se asomó por la puerta.
—¡Eh, el coche está esperando! ¿Dónde está la novia?
—Cambiándose —respondió Zaira, molesta por la interrupción.
—¡Santo Dios! —dijo Pedro, entrando en la habitación—. ¿Por qué las mujeres tardan tanto en vestirse? Yo nunca tardo en desvestirlas.
—Y se trata de la opinión de un experto —dijo Paula, bajando de la cama.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo Pedro.
Ella sonrió.
—Eso será después de que me pagues la apuesta.
—Pedro, no estás ayudando nada —se quejó Zaira—. Estábamos hablando de cosas importantes antes de que tú metieras las narices donde no te llaman.
—¿De qué estaban hablando?
—De su futuro —dijo Zaira señalando a Paula y luego el libro que estaba sobre la cama—. La estás distrayendo, ¿por qué no esperas abajo?
—¿Distrayéndola de qué? —preguntó Pedro, y se detuvo al ver el libro—. Oh, no. No de eso.
—¿No de qué? —preguntó Paula, que no se había percatado del gesto de Zaira.
—¡No me digas que vas a leer eso!
Paula siguió la dirección de sus ojos y al ver que se refería al libro, echó mano de él. Pedro, sin embargo, se sentó sobre la cama agarrando el libro al mismo tiempo.
—Déjame ver... —dijo, tirando de él. —De eso nada.
—¡Ya estoy lista! —anunció Luciana saliendo del cuarto de baño, solo para contemplar con horror cómo su hermano y su amiga se debatían sobre la cama de matrimonio—. ¿Qué está pasando aquí?
Aprovechando que Pedro se había distraído momentáneamente con la interrupción, Paula hizo un último esfuerzo por hacerse con el libro y tiró con todas sus fuerzas. Y en efecto se lo quitó, pero a costa de perder el equilibrio y caer de espaldas en el suelo.
—¡Lo tengo! —exclamo triunfalmente, y luego se frotó la cabeza, se había dado un buen coscorrón—. ¡Ay!.
Luciana suspiró.
—¡Cuándo van a crecer!
—Nunca —replicó Pedro—. Me parece que nos vamos a estar tirando los trastos a la cabeza hasta en el asilo. Ven aquí, ángel mío, que te ayudo a levantarte.
Con gran facilidad así, lo hizo, y Paula se levantó del suelo al instante, situación que Pedro aprovechó para quitarle el libro definitivamente.
—Traidor. ..
—La guía. ¡Dios de mi alma! —bufó Pedro. Hojeó el libro y leyó algún pasaje—: «Sé consciente de tu poder, pero no seas arrogante. Eres una mujer, sé una mujer» —repitió, ignorando la mirada asesina de las tres mujeres—. ¿Y qué ibas a ser? ¿Un hámster?
—Dámelo —le exigió Paula, arrebatándole el libro de las manos.
—Pero tú no querrás ser la señora Adecuada en un año, ¿verdad? —dijo Pedro con seguridad, luego frunció el ceño—. ¿O sí? '
—Por supuesto que no —replicó Paula por instinto, y se interrumpió. En realidad no se trataba de querer sino de ser consciente que ella no podía ser la tal señora Adecuada. Pero aun así, ¿lo quería o no?
Sí, susurraba una vocecita en su interior, para su sorpresa. Al cabo de un año o de una década, pero sí, quería, deseaba ser la adecuada señora de alguien. Y quería encontrar a un señor adecuado para ella.
—Puede que crea que no es eso lo que quiere, pero no tiene experiencia bastante para saberlo —dijo Zaira, con convicción—. Y tiene mucho a su favor. Si quisiera, sería una auténtica rompe corazones.
—Con un poco de tiempo y otro poco de esfuerzo —añadió Luciana, cruzándose de brazos—, dudo que tarde un año en encontrar a un hombre que se enamore de ella hasta el punto de pedirla en matrimonio.
Paula sintió un súbito ataque de pánico.
—Un hombre maravilloso, seguro —sentenció Zaira con entusiasmo.
—Lo tendría a sus pies en un mes —dijo Luciana.
—Bueno, bueno, no empecemos a volvernos locos —intervino Paula. No le gustaba lo más mínimo el cariz que estaba adquiriendo la conversación.
—Y en cuestión de meses la pediría en matrimonio, si ella lo quiere de verdad —dijo Zaira, asintiendo—. ¡En tres meses, te lo garantizo!
Pedro negó con la cabeza, rodeando a Paula por los hombros.
—¿Por qué la presionan? Es mi mejor amiga y la conozco mejor que nadie. Y no pueden decirme que va a leer ese estúpido libro, va a ir a la peluquería y, de la noche a la mañana, se va a convertir en una esposa. Es ridículo.
Paula estaba a punto de protestar, pero no con esas palabras.
—No es que yo tenga interés en...
—Ni siquiera pertenece al mismo planeta de las mujeres que leen esa guía de lo que sea —prosiguió Pedro—. Quiero decir, hay mujeres que se toman la búsqueda de un marido casi como una actividad profesional. Esas, mujeres sí saben qué hacer, tienen el aspecto adecuado, adoptan la actitud correcta y llegan a convertir a los hombres en marionetas a sus expensas —dijo, y miró a Paula—. Los dos sabemos que tú no eres de esa clase de mujeres, Pau.
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