jueves, 1 de octubre de 2015

Un Viejo Amor: Capítulo 15

Las lágrimas le abrasaron los ojos a Paula  y le resbalaron por las mejillas. Quería expulsar toda su ira y dolor, pero el crujido de unas botas sobre la gravilla la hicieron enderezarse.
Se restregó la cara y se volvió. Era Pedro. El último hombre al que quería ver.
–Tengo que preparar la cena –le dijo ella.

Instintivamente, Pedro supo que algo iba mal. Cubrió la distancia que los separaba en un par de rápidas zancadas.
–¿Qué ocurre?
Paula consiguió esbozar una media sonrisa y le tendió la carta.
–Gonzalo se ha marchado.
Pedro leyó la carta; al acabar, la plegó cuidadosamente y la metió en el sobre.
–Es lo mejor.
–¡Ha abandonado! –dijo ella–. Se aleja de lo que podría ser una vida maravillosa.
–Una vida que él odia –le devolvió la carta a Paula–. Parece que finalmente Gonzalo ha decidido madurar.

Paula se abrazó a sí misma y caminó hasta el límite del porche. Una suave brisa acariciaba la hierba y hacía crujir las ramas de los árboles. Gonzalo había renunciado al sueño de sus padres, pero eso no significaba que ella fuera a hacer lo mismo.

Sus padres habían querido que ella fuera una dama y que se casara con un hombre respetable. Gonzalo les había fallado. Había huido. Pero ella encontraría un modo de hacer realidad sus sueños.
Se secó las lágrimas del rostro.
–Con Gonzalo fuera, no hay razón para que yo me quede.
–¿Qué pasa con el Double H? –preguntó Pedro. Su voz era dura y tensa.
–Quédatelo.
Una risa amarga retumbó en el pecho de Pedro.
–¿Y nosotros?
Paula se volvió hacia el fogón.
–No hay “nosotros”, Pedro.
Treinta minutos después, Pedro guiaba a los caballos ensillados hacia el porche. Ató las riendas al poste y entró en busca de Paula.
Había aprendido mucho en los últimos cuatro años. Había aprendido a llevar un rancho y a criar potros para que se convirtieran en magníficos caballos. Se había granjeado buenas amistades en el pueblo y había ganado el respeto de otros rancheros.
Pero aquel día, había aprendido la mayor lección de todas: Paula pensaba que él la había abandonado cuatro años antes.
Ahora sabía que no debería haber esperado su regreso.
Tendría que haber ido en su busca y haberla traído de vuelta a casa para casarse con ella. El orgullo y la inexperiencia se habían interpuesto en su camino durante tres años, pero esta vez no.
Esta vez iba a luchar por Paula.

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