martes, 27 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 25

La había besado una vez, la había visto medio desnuda, pero eso formaba ya parte del pasado. Desde aquel día serían amigos. Era perfecto. Ahora lo único, que hacía falta era salir a comer una pizza y sellar el pacto. A partir de aquel día todo iría viento en popa.
—Levanta, pequeña —le susurró al oído—. Hay una deliciosa pizza margarita esperándote.
—Hum —masculló Paula, encogiéndose de hombros.
—Vamos, vamos. Si sigues durmiendo esta noche no tendrás sueño —dijo Pedro, frotándole los hombros—. En cuanto comas algo te sentirás mejor.
—Oh —se quejó ella.
—¿Te he hecho daño?
Paula dejó escapar un suspiro.
—No —seguía medio dormida.
—Estás loca, no sé cómo pudiste estar cosiendo toda la noche —dijo Pedro, e incrementó la presión de los dedos—. Relájate y déjame a mí. Llámame Gunther, tu masajista sueco...
Paula se acomodó para recibir mejor el masaje de Pedro.
—Así, así.
Pedro recorrió el cuerpo de Paula con la mirada. Tenía las largas piernas estiradas y la espalda arqueada como si fuera una gata.
Y él comenzaba a sentir deseos de besarla. «Lo estabas haciendo muy bien», se dijo, «no lo estropees ahora».
—Bueno, ya está bien —dijo, y le dio la vuelta para que lo mirara—. Levántate, ya, Paula.
Ella parpadeó. Tenía los ojos entreabiertos y muy pesados. Luego sonrió.
—Pedro...
Antes de que él pudiera reaccionar, le echó los brazos al cuello. Antes de que pudiera pensar, tiró de él hacia sí.
Cuando él se dio cuenta de lo que estaba pasando, ya no quiso ni reaccionar ni pensar siquiera.
Comenzó suavemente, como en un lento susurro, rozando sus labios contra los suyos. Susurró su nombre, lo cual provocó en su estómago una especie de intenso fuego. Trató de recobrar el control, pero ella lo sostuvo con más firmeza y se apretó contra él.
El deseo de controlarse, no obstante, desapareció muy pronto. Se echó sobre ella, recostándola sobre los cojines. Ella se estremeció y él se dio perfectamente cuenta de ello. Sintió sus pezones erizados a través de la tela de su camiseta. La besó apasionadamente, disfrutando del sabor de sus labios, de su lengua.
Le acarició el cuello y ella tembló y gruñó en su boca. El beso se hizo más intenso aún cuando él le acarició un seno y ella se lo facilitó, separándose un poco, agradeciendo y buscando aquella deliciosa caricia. Pasó un dedo por un pezón y ella se arqueó, acoplándose a él con una pasión tan intensa que le hizo retorcerse de placer.
De pronto, sin saber cómo había llegado a aquella postura, Pedro se vio entre las piernas de Paula, con las caderas dulcemente aprisionadas entre ellas. Y se dio cuenta de que Maite se acomodaba para sentir su erección.
Era una sensación intensa, tóxica. Estaba fuera de control. Su corazón latía con tanta fuerza que podía oír sus latidos con la fuerza de un tambor de guerra.
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Un momento... ¡No se trataba de su corazón!.
—¡Pedro...! ¿Estás ahí?
Levantó la cabeza con esfuerzo. Los dos se quedaron muy quietos, mirando hacia el pasillo de donde provenía el sonido de los golpes.
—Abre, sabemos que estás en casa —parecía Francisco—. ¡No nos obligues a derribar la puerta!
Pedro se puso en pie de un salto. Los dos respiraban con dificultad.
—No te muevas —dijo y bajó a toda prisa.
Abrió la puerta.
—¿Qué?
Francisco, Germán y Lucas estaban junto a su puerta.
—Tranquilo. Solo queríamos que supieras que hay olas de más de dos metros, perfectas para hacer surf. ¿Vienes?
—¿Casi tiran la puerta para decirme que hay olas de dos metros?
—Pues, claro —dijo Germán, levantando la vista con un gesto de impaciencia—. ¿Qué demonios te pasa?
Francisco estudió la expresión de Pedro durante un momento, luego sonrió.
—Me da la impresión de que hemos venido en mal momento...
—Más o menos —dijo Pedro.
—Lo siento, Pepe, de verdad —intervino Germán, retrocediendo—. En serio. Haz lo que tengas que hacer.
Francisco se echó a reír, pero Lucas se fijó en los coches que había aparcados en la calle y luego lo miró con gesto preocupado.
—¿Seguro que estás bien?
—Lo estaré en cuanto te lleves a estos payasos de aquí.
Lucas dio media vuelta y los tres amigos se alejaron hacia la playa.
Pedro cerró la puerta, echó el cerrojo y volvió arriba.
Paula había metido toda su ropa en las bolsas y estaba recogiendo los dos blocs de dibujo.
—Creo que es mejor dejar esa pizza para otra ocasión —dijo, sin levantar la vista.
—Paula, con respecto a lo que pasó...
—Fue culpa mía —dijo ella—. De verdad, supongo que estaba cansada, o soñando o lo que sea.
—Fue un pequeño accidente, ángel —dijo él, tomando su barbilla para mirarla a los ojos—. No hay que echarle la culpa a nadie.
Paula seguía sin mirarlo directamente a los ojos.
—Tengo que ir a casa y terminar de perfilar estos bocetos, creo que puedo sacar de ellos algunos vestidos. Y de verdad que tengo que... hacer mandados, por mi casa.
Un momento, ¿él se estaba consumiendo vivo y lo único en que ella podía pensar era en hacer unos mandados?
—Paula, ¿estás bien?
—No quería que... —dijo, mirándolo por fin a los ojos—. Ocurriera lo que acaba de ocurrir. Créeme, de verdad. Sé que ha sido una tontería, pero llevamos siendo amigos mucho tiempo y seguro que lo comprendes. No significa nada en absoluto.
No significa nada en absoluto.
—La verdad es que me falta práctica —prosiguió ella sonrojándose—. Y ahora, con el asunto de la apuesta y el cambio de actitud... supongo que surgen muchas cosas que ni siquiera sospechaba.
Pedro asintió.
—Ahora me voy y será como si esto nunca hubiera ocurrido, ¿de acuerdo?
—Claro.
Era exactamente lo que él quería que sucediera con los dos besos que se habían dado, ¿o no?
Paula esbozó una sonrisa de disculpa y se puso de puntillas como si quisiera darle un beso, pero luego cambió de opinión y se dirigió a la puerta. Pedro estaba desconcertado.
—Hasta luego —dijo, abriéndole la puerta.
—Hasta luego, te llamaré luego.
La vio subirse al coche y marcharse. Luego se dirigió a la cocina, sacó una cerveza del frigorífico y volvió al salón. Allí se dejó caer en el sofá y abrió la lata de cerveza.
Por supuesto, lo que había ocurrido debía hacerle sentirse más feliz. Implicarse en una relación con Paula solo podría traerles muchas complicaciones a los dos. Para empezar, pondría fin a su amistad, lo cual por supuesto sería desastroso.
Sí, Paula tenía razón, razonó. Eran tan solo amigos, de modo que lo mejor era dejarse de besos y fingir que no había pasado nada. Solo así podría él conseguir lo que tanto deseaba, ¿no? Es decir, que todo volviera por sus cauces, que todo permaneciera como siempre y él no tendría que preocuparse por perderla. Resultaba extraño, pero de un modo algo peculiar su «cita» había acabado tal como él había planeado.
Suspiró y apuró la cerveza. Maldita sea, ¿por qué entonces no se sentía mejor que antes?

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