jueves, 22 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 19

 La pandilla en pleno acababa de hacer su entrada en el salón: Pedro, Francisco, Germán y Lucas, allí plantados como modelos de revista, aparentemente indiferentes al revuelo que habían provocado.
Ya era suficientemente insólito ver a sus compañeros de póker en pleno presentándose en el Baile en Blanco y Negro, pero, una sola mirada a su atuendo le sirvió para darse cuenta, además, de que algo faltaba.
Los pantalones.
Los cuatro llevaban impecables camisas blancas y chaquetas de esmoquin con pajarita, pero, por debajo, se habían puesto pantalones cortos de surfista de brillantes colores, y calzaban tennis de baloncesto de lona. Tanto los shorts como los tennis lucían el tiburón con gafas de sol que formaba parte del logotipo que Paula había diseñado para la compañía de ropa deportiva de Pedro.
Como un solo hombre, sus cuatro amigos se quitaron las gafas de sol y las guardaron en el bolsillo de la chaqueta. Bajaron la escalera contoneándose como modelos de pasarela, indiferentes a los flashes, las exclamaciones de asombro y los aplausos que provocó su aparición.
Paula se dirigió hacia ellos. Le encantaba aquella idea de sus amigos. Mejor dicho, le encantaban ellos, y punto.
—¡Pedro! —exclamó, dándole un fuerte abrazo.
—¡Hola, ángel! —replicó su amigo con una gran sonrisa, repartiendo abrazos a diestro y siniestro—. Estaba a punto de mandar a los chicos a tu búsqueda.
—Creo que si se hubieran quedado en lo alto de la escalera, tarde o temprano me habría percatado de su presencia —bromeó—. Son increíbles, chicos —declaró, muerta de risa.
—¿Qué opinas? —le preguntó Francisco poniendo cara de modelo de Vogue—. Creo que estoy súper sexy con estos pantalones, ¿no?
—Me parece que los cuatro son demasiado sexys para esta fiesta —convino Paula—. ¿Se puede saber qué están haciendo aquí?
Sus amigos se volvieron para mirar a Pedro.
—Bueno... cuando te fuiste, tuvimos una pequeña. reunión, y decidimos que a lo mejor ibas a necesitar un poco de apoyo moral.
—¿De verdad? —Paula los miró con ojos desorbitados.
—Es que estábamos un poco... preocupados —Pedro empezó a ponerse colorado, lo que provocó unas cuantas sonrisitas a su alrededor. Paula nunca hubiera imaginado que un día vería a Pedro Alfonso avergonzado—. Temíamos que te sintieras incómoda, y como sabemos lo terrible que podía ser eso para ti, pues se nos ocurrió... bueno... ya lo ves...
—Chicos, chicos, así que vineron para ayudarme, ¿no? —dijo Paula acabando la frase con él.
Los cuatro asintieron tímidamente.
—¿Qué tal lo estamos haciendo? —preguntó Francisco.
Paula no pudo aguantar más y estalló en carcajadas. Aquella era una de las situaciones más tiernas y tontas que había vivido.
—Creanme —empezó cuando por fin logró calmarse—, les estoy inmensamente agradecida. Son maravillosos: están locos, pero son estupendos.
—Y tú, princesa, estás preciosa—dijo Germán besándole caballerosamente en la mano. Por el rabillo del ojo, Paula se dio cuenta de que Pedro ponía cara de pocos amigos—. Entonces, ¿puedo esperar que me concedas un baile, o también hoy me vas a dar calabazas?
—¿Bailar? —Paula se volvió hacia la pista de baile donde algunas parejas evolucionaban con elegancia al compás de una clásica melodía—. No sé qué decirte... no es precisamente mi estilo...
—Nosotros lo arreglaremos —dijo Pedro—. ¿Francisco?
—Estoy listo —contestó el interpelado.
Paula  vió cómo su amigo se acercaba al director de la orquesta, le decía algo al oído y después estrechaba su mano con calor. Se preguntó cuánto dinero le estaría dando.
La canción que estaba sonando se interrumpió abruptamente y, tras unos segundos de silencio, la sección de trompetas inició una animadísima versión de Louie, Louie.
Los elegantes invitados se miraron perplejos, sin saber qué hacer. Sin embargo, los chicos de la pandilla estaban en su elemento. Paula no sabía si salir corriendo o quedarse allí riendo a carcajadas.
—¡Cobarde! —la retó Pedro para que se uniera a ellos.
¿Cobarde ella? Aquella noche se atrevería incluso a andar sobre el fuego.
—¡Ja! —exclamó—. Sígueme si puedes —y sin más preámbulos se lanzó a la pista de baile.
Para su sorpresa, el resto de invitados no les miraba con condescendencia o desdén. Muy al contrario, parecían estar disfrutando enormemente con aquel espectáculo que por fin animaba un baile famoso por lo aburrido que resultaba. Paula vió que varias parejas jóvenes se animaban a salir a la pista. No cabía duda de que la pandilla se había convertido en la sensación de la fiesta.
Cuando la orquesta en pleno acometió el fin de la canción, la sala entera estalló en un cerrado aplauso. Todo el mundo parecía encantado. Tomandola por la cintura, Pedro la obligó a salir al centro de la pista a saludar.
—¡No puedo creerlo! —dijo con la respiración entrecortada por el esfuerzo del baile. Al menos, se obligó a pensar que estaba tan alterada por eso. Justo entonces irrumpió en la pista con cara de muy pocos amigos Nora Sheffield, la anfitriona.
—¿Se puede saber quiénes son ustedes?
Pedro y Paula se separaron de golpe.
—Señora Sheffield...
Francisco, Germán y Lucas hicieron de inmediato frente común con ellos.
—Somos los Beach Boys —dijo, como si eso lo explicara todo.
—¿El grupo de música? —la elegante señora estaba al borde del infarto.
—No, no —le corrigió Francisco, temiendo que se desmayara allí mismo—. Somos un equipo de surf de Manhattan Beach.
—¿Un equipo de surf? —la señora Sheffield no salía de su asombro—. ¡No puedo creerlo! Les doy exactamente un minuto para...
—¡Pedro! ¡Son geniales, chicos! ¡Qué gran idea! —exclamó Pablo con su bien timbradora voz mientras se acercaba a ellos. Paula tuvo que contener la risa al ver la cara de asombro que puso Nora Sheffield cuando el rico y glamuroso Pablo Landor, el invitado estrella de la fiesta, estrechó con calor la mano de Pedro. ¡Había estado a punto de echar de la fiesta al que parecía ser su mejor amigo!
—Hola, Pablo—dijo Pedro—. Se me ocurrió que podíamos animar un poco la fiesta.
—Buena idea —le alabó Pablo  poniéndole a Paula un brazo sobre los hombros—. Nena, has estado increíble. No sabía que bailabas tan bien.
—Es otro de mis trucos —murmuró entre dientes. Sus amigos rieron complacidos, mientras la señora Sheffield los miraba a todos sin salir de su asombro.
—Espero que no te haya molestado que sacara a bailar a tu chica —dijo Pedro muy formalito.
—No me importa con quién baile o deje de bailar mientras sea yo el encargado de llevarla a casa —replicó Pablo alegremente—. Por cierto, es hora de que nos vayamos, ¿no te parece? Ha sido una gran fiesta, Nora, la mejor en mucho tiempo, te lo aseguro, y todo gracias a estos chicos.
—Gra... gracias, Pablo —musitó la atribulada dama.
—Cuida de mis amigos por mí, Nora. Yo le prometí a esta encantadora señorita que la llevaría temprano a casa —continuó mirando a Paula—. ¿Estás lista?
La joven se volvió hacia sus camaradas; todos la sonreían de oreja a oreja excepto Pedro, que mantenía una expresión fría y distante, casi como si se aburriera.
¿Y qué esperaba? ¿Que le rogara y suplicara que se quedara con ellos?

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