—Oye, oye, tranquilizate —le detuvo Lucas—. No te abalances, se las está arreglando bien...
Fijándose un poco más, vió que Paula mantenía a su pareja a raya sacudiendo la cabeza con firmeza. Tenía la misma expresión con la que había rechazado a Germán minutos antes: «Esto no es para tí», le estaba diciendo al hombre de forma inequívoca.
Pedro se relajó un poco.
—¿Sabes? —dijo Lucas de repente—, creo que cuando no se quiere vender algo, no debería ponerse en el escaparate.
—¿Y qué demonios se supone que quieres decir con eso? —preguntó Pedro, demasiado absorto en lo que estaba ocurriendo en la pista de baile como para entender la críptica frase de su amigo.
—Quiero decir que está preciosa, hombre. Déjala en paz.
—La estoy dejando en paz —gruñó Pedro.
—Sí, ya.
Paula se reunió con ellos cuando acabó el baile. El desconocido la seguía con expresión de cordero degollado.
—Gracias por el baile —le dijo la joven amablemente.
—¿Me darías tu número de teléfono? —preguntó el hombre haciendo acopio de valor.
—No —replicó Paula tras pensarlo un instante.
—¿Por qué no?
—Ya la escuchaste —dijo Pedro plantándosele delante, al tiempo que pasaba un brazo por los hombros de Paula—. Esfúmate.
—Esta bien, esta bien —murmuró el hombre temeroso. Después lanzó una última y esperanzada mirada a Paula—. Ví tu foto en la página web. Estoy deseando contarle a mis compañeros que bailé con la chica de la semana.
Paula miró cómo se alejaba con los ojos como platos.
—Tendrás que reconocer que era una gran foto —bromeó, Francisco.
—Sí, lo admito —replicó ella cortante—. ¿Por eso la dejaste en la red doce horas?
Francisco no parecía en absoluto arrepentido de su hazaña.
—Me pareció una buena idea: además, los chicos empezaban a estar hartos de ver a las mismas modelos semana tras semana. Ha sido un cambio refrescante.
—Sí, estoy segura —convino Paula lanzándole una mirada glacial.
—Bueno, no es que se quejaran exactamente... Una mujer buena es siempre una mujer buena —filosofó Francisco mientras mascaba un puñado de cacahuetes—. Lo que pasa es que las últimas que habíamos metido en la página eran del tipo «ponme la crema bronceadora, cariño»... me refiero a que eran de las que solo existen en las islas tropicales de los anuncios. No creo que sea fácil encontrarse con una de ellas en el supermercado, por ejemplo.
—Entonces, dejame ver si te entendí bien —dijo Paula molesta—, yo debo ser del tipo «pásame las papas fritas, cariño».
—Lo que quiero decir es que tú eres una mujer real... eres preciosa, pero no inalcanzable. Y esa cosa que hiciste —evocó Francisco sonriendo lujuriosamente—, ese nudo con la cereza... Te diré que he guardado una copia de la foto para mi disfrute personal.
—¡Dios...! —exclamó Paula tapándose la cara con las manos.
—Oye, ¿puedes sacar unas copias para mí? —intervino Lucas—. Unos amigos me las han pedido en la tienda de surf. Cuando quisieron verte ya habían quitado la foto.
—No, no puedes —contestaron al unísono Paula y Pedro.
—Esta bien, no se pongan así —les aplacó Lucas. Paula echó un vistazo a su reloj.
—Tengo que irme, chicos. Gracias por la... lección.
Inmediatamente se alzó un coro de protestas.
—¡Pero si es prontísimo! —dijo Lucas—. ¿Qué pasa? ¿Tienes alguna cita tempranera o qué?
—La verdad es que tengo dos —contestó Paula. Pedro la miró sorprendido—. Para empezar, quedé con Zaira que haríamos ejercicio; después iremos al salón de belleza. Conociendo a Zaira, saldremos al amanecer —se lamentó.
—¿Y la otra?
—No van a creerlo —les explicó Paula—. Voy a ir a la fiesta del Century Plaza. Tendré que ponerme un vestido de gala y todo. La verdad es que si no lo hubiera visto tan apurado no habría aceptado... Ya saben lo poco que me gustan ese tipo de cosas. Espero salir airosa sin ponerme en evidencia... sobre todo después de este desagradable asunto de la página web —añadió mirando a Francisco con cara de pocos amigos.
Francisco se las arregló para fingir que estaba avergonzado, y Pedro sintió una punzada de auténticos remordimientos al acordarse de la escena en su oficina.
—Bueno, me alegro de que todos hayamos aprendido algo hoy —sentenció Paula con una radiante sonrisa—. Hasta pronto, chicos.
—Te acompañaré hasta el coche —dijo Pedro.
—No está lejos...
—No protestes.
—No se te ocurra pedirle su número —le advirtió Germán con una sonrisa—. Es una chica muy dura, te lo aseguro.
La pandilla en pleno les despidió con un coro de aullidos y silbidos. Paula puso una sonrisa de circunstancias, mientras que Pedro ni se molestó en mirarlos.
—Gracias por tu ayuda, Pedro —dijo la joven mientras abría la puerta de Gominola—. Sé que no es fácil para tí.
—¿Y por qué no habría de serlo?
—Bueno, al fin y al cabo me estás ayudando a ganarte la apuesta. Debería pagarte esos mil dólares, aunque solo fuera por las molestias que te estás tomando...
—No seas mema —gruñó Pedro—. Ya verás cómo al final lo conseguimos.
Ella asintió, estremeciéndose al sentir la fresca brisa de la noche.
—Toma, pontela —Pedro le puso su chaqueta sobre los hombros—. Vas a resfriarte como no te andes con cuidado.
—Soy una chica con suerte: tengo el mejor amigo del mundo —dijo, dándole un cariñoso abrazo.
Pedro se concentró para no abrazarla, pero parecía que sus brazos tenían voluntad propia.
—Buenas noches —le deseó Paula alegremente metiéndose por fin en el coche.
—Buenas noches —respondió Pedro. Se quedó plantado hasta que la vio enfilar la carretera principal. Después, volvió al bar temblando de frío.
—¿Dónde dejaste la chaqueta? —le preguntó Lucas.
—Se la dí a Paula. Estaba temblando.
—No me extraña —bromeó Germán—. No es que llevara mucha ropa encima precisamente... Estaba fabulosa.
—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Francisco intrigado—. ¿Se convertirá en una devora hombres?
—No creo que llegue tan lejos, pero creo que la hemos ayudado bastante. Desde luego, parecía habérselas arreglado muy bien con el tipo con el que había bailado —comentó Pedro—. Sin embargo, la veo un poco insegura, no sé qué tal le irá en la fiesta de mañana. Ojalá hubiera una forma en que pudiéramos ayudarla. Ese rollo de la página web la puso muy nerviosa —Pedro se dejaría torturar si eso evitaba que Paula volviera a sentir un dolor como el de aquella tarde.
—Un momento, chicos... —dijo Francisco de repente—. Puede que tenga la solución. Ella dijo que era en el Century Plaza, ¿no?
—Sí, eso es.
—Entonces —continuó Francisco cada vez más entusiasmado—, supongo que será la fiesta de Sheffield.
—¿Y?
—Pues que conozco al dueño de la imprenta donde se hicieron las invitaciones —declaró por fin Francisco
A Pedro le costó solo un segundo entender a dónde quería llegar su amigo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
—Busquen sus esmóquines, caballeros —declaró, sintiéndose completamente feliz por primera vez en toda la noche—. Mañana vamos de fiesta.
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