martes, 27 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 27

 Pedro levantó los ojos al cielo. Si Pablo había recibido la aprobación de Luciana, más le valía irse preparando para soportar una gran presión.
—Me encantan sus ojos —dijo Zaira—. ¿Qué es lo que más te gusta de él, Paula? ¿O no puedes decírnoslo?
—Lo que más me gusta de Pablo es que es muy tierno y no me presiona nunca. A diferencia de ustedes dos.
«Ésa es mi chica», pensó Pedro. «Duro con ellas».
—Oh, vamos, amiga —dijo Zaira—. Me parece que no te pusimos una pistola en el pecho para que aceptaras la apuesta de Pedro. Te metiste en el lío tú solita. Pero ahora eso da igual, Pablo es el hombre más guapo y más simpático con el que has salido, ¿qué tiene de malo en que insistamos en que no lo pierdas?
Paula no dijo nada y Pedro sintió la tensión del silencio.
—Si no les importa, no quiero hablar del tema.
Pedro se mordió el labio en un gesto de frustración.
—¿Paula, qué ocurre? —preguntó Luciana con preocupación—. ¡Estás blanca!
Pedro dio un paso adelante. ¿Paula enferma? No estaría...
—No es nada, es solo que no he dormido bien —dijo Paula y Pedro suspiró, si le ocurriera algo serio, lo habría dicho, sin duda—. Y además no he desayunado, últimamente como muy poco.
—Muy bien, lo primero que haremos es darte de comer —dijo Luciana , adoptando un tono maternal—. ¿Sabes lo que parece? Que estás enamorada.
¿Enamorada?
¿Paula enamorada de aquel niño bonito?
—¿Han visto a Pedro? —preguntó Paula, y Luciana se echó a reír.
—Muy bien, si quieres cambiar de tema, cambiaremos de tema —dijo Zaira—. Pedro debe estar viendo algún partido en la tele, pero te diré una cosa, no, no puedes ir a buscarlo.
—Francamente, Paula, ¿qué va a pensar Pablo si te ve ver la tele con el beep de mi hermano? —añadió Luciana.
Pedro suspiró. Ya tenía bastante problemas con Paula  como para que Luciana y Zaira echaran más leña al fuego.
—Yo no pensaba ver la tele y no creo que Pablo pensara nada malo de mí, pero llevo sin hablar con Pedro una semana.
Se hizo un prolongado silencio.
—Muy bien, ¿qué es lo que pasa, Paula? —intervino Zaira, con evidente preocupación.
—¿Qué quieres decir?
—Si no vas a ver el partido y no hablas con Pedro desde hace una semana es que pasa algo muy malo —dijo Zaira—. Así que dinos qué es.
Pedro se inclinó hacia delante.
—No comes, no duermes y estás... un momento —dijo Luciana , lentamente—. ¿No estarás embarazada?
Pedro se agarró a los abrigos con tanta fuerza que estuvo a punto de echar abajo el perchero.
—¿Qué? ¡No!
—¿Seguro?
—Seguro, a no ser que baste con un apretón de manos y un beso de despedida.
Pedro respiró de nuevo. No tenía por qué alegrarse de que Paula no se hubiera acostado con Pablo, pero se alegraba, infinitamente. Fue como si le quitaran un gran peso de encima. Y entró en la cocina.
—Ah, Paula, estás aquí.
Las tres mujeres se callaron. Su hermana y Zaira tenían rostros culpables y sonreían disimuladamente. Paula se lo quedó mirando fijamente.
—¿Estaban hablando de algo que yo debería saber, señoritas?
—Era solo una conversación entre amigas —dijo Paula—. Nada que te interese.
—Bueno, pues podríamos hablar de otra cosa, ¿no?
—Tengo una idea —dijo Luciana , con ánimo desafiante—. ¿Qué te parece si hablamos del hecho de que Paula está a punto de ganar la apuesta?
—Pablo es el partido del siglo —dijo Zaira.
Pedro no dejaba de mirar a Paula a los ojos.
—¿Por qué no me hablas de Pablo, Paula? —dijo, bajando la voz—. La verdad es que no sé si están muy unidos o no.
—No hay mucho que contar —dijo Paula, elevando un poco la barbilla, clara muestra de orgullo, según Pedro sabía muy bien—. Quiero decir, Pablo es un gran partido. Le gusta estar conmigo y a mí estar con él. Si él quiere algo más, bueno pues ya veremos, pero de momento solo estoy tratando de pasar mi tiempo con alguien con quien sí puedo imaginar un futuro —dijo, enarcando una ceja y sin dejar de mirar a Pedro, a quien aquella situación le resultaba familiar—. ¿Representa eso algún problema para tí, Pedro?
Pedro apretó los dientes.
—Claro que no —replicó—. ¿Por qué iba a serlo?
—Creo que voy a ir por Pablo —dijo Paula, sonriendo—. Quería enseñarle el cuadro que te regalé, Avril . Si me disculpan...
Desapareció sin más palabras.
—Bueno —dijo Zaira—, ya te lo había dicho.
—Está preciosa —dijo Luciana—, y no es tanto su nueva ropa, aunque parece claro que el verde le sienta muy bien, como la actitud.
—Sí, pero la ropa me encanta —adujo Zaira—. Nuestra pequeña se ha convertido por fin en una mujer.
—¿Qué te parece, Pedro? —dijo Luciana, sonriendo.
—Creo que deben dejar de presionarla —dijo Pedro ásperamente y las dos mujeres se quedaron boquiabiertas.
—No la estamos presionando —protestó Zaira—.. Solo estamos...
—Claro que la estan precionando. Nunca les ha gustado su manera de ser y ahora está cambiando por complacerlas —dijo Pedro, frunciendo el ceño. Su temor era otro, que Paula cambiara y lo abandonara—. Me alegro de que haya ganado confianza en sí misma, ¿quién no se alegraría por eso? Pero no necesita que las dos insistan en que se comience una relación para la que no está preparada.
Luciana  parecía confusa, pero Zaira contraatacó.
—Es más fuerte de lo que tú crees.
—Es más frágil de lo que tú crees —replicó Pedro—. Confía en mí, lo sé muy bien, yo mismo le he hecho bastante daño. Así que lo único que digo es que tengan cuidado, ¿lo harán?
Luciana asintió.
—Muy bien, por nada del mundo le haría daño a Paula.
—Claro que no —dijo Zaira, suspirando—. Bueno, muy bien, Pedro, pero te digo una cosa, no creo que esta vez se sienta presionada, es que está muy implicada en su relación con Pablo.
—Puede ser —dijo Pedro y salió al pasillo. Quería comprobar hasta qué punto estaba implicada con Pablo. Era su mejor amiga y como tal responsabilidad suya, y no permitiría que nadie le hiciera daño... ni Zaira, ni Luciana, ni Pablo ni siquiera ella misma.

—Ha sido genial, Paula—dijo Pablo, sonriendo—. Gracias por invitarme.
—Por nada —dijo Paula, tomando un trago de su refresco. Se alegraba de que Pablo lo estuviera pasando tan bien. Ella por su parte lo estaría pasando mucho mejor si supiera dónde andaba Pedro, que la había evitado desde su corta conversación en la cocina; aunque solo le había dicho la verdad, así pues, ¿por qué ocultarla?
—Tienes unos amigos estupendos —dijo Pablo—. Son como una familia. Tanto que me han hecho echar de menos a la mía —dijo, y suspiró—. Puede que sean un poco pesados, pero te quieren, ¿sabes?
Paula abrió mucho los ojos.
—¿Puedes decir eso después de haber pasado con ellos solo un par de horas?
Pablo se echó a reír.
—Hablaba de mi familia, Paula. No dejan de presionarme para que me case.
—Sé muy bien a qué te refieres.
—Un día de estos voy a relacionarme con alguien solo para que me dejen en paz.
—Eso me suena.
—Paula—dijo Pablo, poniéndose muy serio—, ¿has pensado...?
—Hola.
Paula se giró. Pedro se colocó a su lado.
—¿Pedro?
—Hola, Pablo, ¿te importa que te robe a Paula un momento? Tengo que hablar con ella.

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