jueves, 15 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 7

Comenzó a bombardearla, cerrando además, la salida hacia el salón y el cuarto de baño, de manera que Paula dió media vuelta y huyó a través del pasillo, perseguida por su amigo.
—¡Pedro, no, no, déjalo ya!
Atrapada junto a la puerta de entrada, no tuvo más remedio que abrirla. Salió corriendo, en medio de un ataque de risas y se dispuso a huir por el jardín, quería llegar hasta la parte de atrás, para atacar a Pedro con la manguera. Alcanzó la esquina de la casa y ya se relamía pensando en darle a su amigo una buena ducha, cuando se topó con un hombre de pecho ancho y musculoso.
—Ay —exclamó, y cayó sentada sobre el césped.
—Ah, perdón —dijo el hombre, con una voz profunda y no sin cierta diversión disimulada—. ¿Estás bien?
Paula levantó la vista para fijarse en él. Un rubio y musculoso Adonis la miraba. Llevaba el torso desnudo, un torso moreno y dorado que emergía desde un par de pantalones chinos color beige.
—¿Estás bien? —repitió Adonis, menos divertido, o quizás más preocupado. También le parecía vagamente familiar, pero no podía ser. Si conociera a alguien la mitad de guapo que aquel hombre, no olvidaría su rostro, por supuesto que no—. ¿Te has hecho daño? No te ví—dijo el dios griego, disculpándose y ofreciéndole una mano para ayudarla a ponerse en pie.
Paula se quedó mirando la mano fijamente. Entre todos los días del año que podía ocurrirle aquel encuentro, ¿por qué aquel día precisamente, con todo aquella... aquella cosa en la cara?
Pedro apareció por la esquina, con un par de cojines en cada mano, aullando como un apache. Se detuvo en seco, silenciando su grito de guerra, al ver al nuevo personaje y a Paula en el suelo.
—¿Qué pasó? —preguntó, dejando caer los cojines y poniéndose de rodillas junto a su amiga—. Ángel, ¿estás bien?
Paula hizo una mueca, ¿es que no lo veía con sus propios ojos?
Adonis se aclaró la garganta.
—Lo siento, yo... salió corriendo y no me di cuenta de que venía. Nos tropezamos y creo que se ha llevado la peor parte.
—Estoy bien, no pasó nada —«Por supuesto que estoy bien. Pero sí que ha pasado algo: Adonis se ha venido a vivir al lado de mi casa y yo me tropiezo con él como un búfalo en estampida»—. Supongo que tendría que haber puesto más cuidado y mirar, pero como en el jardín nunca hay nadie...
—No hay problema. Acabo de mudarme. La casa es de un amigo mío y me la alquiló por unos meses. Siempre me ha gustado Manhattan Beach, es muy divertido —dijo, y le guiñó un ojo, en un gesto que a Paula le recordó a Pedro—. Siempre pasan cosas.
—Oh, no es lo que tú piensas —protestó Paula.
—¿Qué crees tú que él piensa? —preguntó Pedro, con ánimo burlón, como siempre.
—Eres... —comenzó a protestar Paula, y se interrumpió al oír la risa de Adonis.
—¿Viven aquí?
—Yo vivo aquí —respondió Paula, y miró fijamente a Pedro—. El gracioso, no. Pasaba por aquí y decidió entrar a fastidiarme un poco.
—Oh —dijo Adonis, volviendo a mirarla—, creí que estaban casados.
—¿Casados? ¿Nosotros? —preguntó Paula.
—Demonios, no —dijo Pedro—. El matrimonio en sí mismo ya es bastante malo como para encima compartirlo, con ella.
Paula le dio una patada, que no borró la sonrisa de Pedro.
—Oh —dijo Adonis, sonriendo ampliamente y tendiéndole la mano a Paula—. En ese caso vamos a presentarnos. Soy Pablo Landor.
—¿Pablo Landor? ¿El soltero más apetecible de América según la revista Society? —dijo Paula echándose a reír—. Sí, claro y yo soy el hada buena del Norte.
Adonis rio también, sonoramente, con una energía deliciosa. La verdad es que cuando se reía, sí que se parecía a Pablo Landor.
—Encantado, hada del Norte, llámame Pablo, por favor.
—Hola, Pablo—dijo Pedro, interponiéndose ligeramente entre los dos. Pablo tuvo que soltar la mano de Paula  para estrechar la suya—. Soy Pedro Alfonso.
—Y yo Paula Chaves—dijo Paula, apartando a Pedro ligeramente.
—Hola, Paula—dijo Pablo, sonriendo y saludando a Pedro con un movimiento de cabeza. Paula sonrió al ver que Pedro por fin se apartaba de su lado.
Pedro le devolvió la sonrisa, demasiado maliciosa para que se sintiera tranquila. Siguió el curso de su mirada que parecía fija en un punto de su cuerpo. ¿Qué era lo que le divertía tanto?
De repente, Paula recordó el comentario con que había comenzado todo aquello. Tenía barro en el...
—Bueno, bienvenido al barrio, Pablo—dijo, sonriendo tímidamente—. En fin, tengo que entrar a ponerme algo más... visible.
—Por mí no lo hagas —dijo Pablo, sin dejar de sonreír y mirándola fijamente.
Paula se quedó inmóvil por un instante. Sonaba a coqueteo.
Sacudió la cabeza y se echó a reír, luego dio media vuelta y volvió a su casa. No, no podía ser un coqueteo. Pedro la siguió con los cojines en la mano, pero sin la menor intención de tirárselos. Entraron juntos en la casa. Zaira los esperaba en el salón, con una expresión de horror.
—No puedo creer lo que han hecho —dijo. Era obvio que había estado espiando desde la ventana—. ¿Has visto a ese hombre?
—No pudo evitarlo —dijo Pedro, antes de que Paula pudiera hablar—. Y es Pablo Landor.
—¡No!
—Sí —dijo Pedro, y se dejó caer en el sofá—. Y quiere ligar con Paula.
—¡No! —dijo Zaira, y abrazó a su amiga de improviso. Y tan rápido como la abrazó la soltó, quitándole un poco de arcilla de una manga—. ¿Quiere ligar contigo? ¿Con... con...?
—¿...esta pinta? —dijo Paula con un resoplido—. No podía apartar los ojos de mí. Seguro que en toda su vida ha visto una cosa igual... seguro —dijo, y miró a Pedro—. Pedro te está tomando el pelo. Ni en un millón de años se interesaría Pablo Landor por mí. Además, no creo que ese Adonis sea Pablo Landor.
—¿Adonis? —repitió Pedro.
—¿Cómo que no es Pablo Landor? —dijo Zaira.
—No es tan guapo —siguió Pedro—. ¿A caso te gusta? Porque si te gusta, deja que te diga que no te conviene. Quiero decir, sé que te has tomado la apuesta muy en serio, pero no vas quedarte con el primero que salga, ¿no?
—Zaira —dijo Paula, ignorando el comentario de Pedro—, nos vemos en la peluquería. Pedro, vete al supermercado y luego vete a tu casa. Yo voy a ducharme.
Zaira sonrió.
—Nos vemos a las doce.
Pedro se levantó y siguió a Paula hasta el baño.
—¿Te hace falta alguien que te talle la espalda? Porque podría encontrar un voluntario en la casa de al lado.
Paula  le dio con la puerta del baño en las narices. Quizás no ganaría la apuesta, pero iba a combatir con todas sus fuerzas.

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