Francisco observó con detenimiento el rostro de Pedro y se echó a reír con ganas.
—Estoy de acuerdo: solo una mujer puede haber sido la causante de que este pobre diablo parezca estar hecho polvo.
—Ahora que lo dices, quizá deberíamos animarlo un poco —sugirió Germán—. Lo mejor sería que se pusiera en acción cuanto antes: ahí fuera hay un montón de chicas que seguro que están deseando consolarlo.
Pedro ignoró deliberadamente estos comentarios. Estaba demasiado absorto en sus negros pensamientos.
—Toc toc, ¿hay alguien en casa? —dijo Lucas dándole unos golpecitos en la cabeza—. Venga, vamos a entrarle a esa pelirroja de enfrente.
Pedro levantó la vista sin el menor interés. Una voluptuosa, joven con una espléndida cabellera pelirroja se acercaba a su mesa con una incitante sonrisa bailándole en los labios. La pandilla en pleno se la quedó mirando expectante.
—Hola, chicos —los saludó, dirigiéndose claramente a Pedro—. Me llamo Melisa.
Pedro se limitó a asentir con la cabeza.
Sin dejar de sonreír, la joven se las arregló para rozarle el hombro con su pecho.
—No parece que te estés divirtiendo mucho. ¿Qué tal si nos vamos a un sitio más discreto, a ver qué se me ocurre para levantarte el ánimo? —propuso descaradamente.
—No, gracias —respondió amablemente.
—¿Estás seguro? —insistió—. Te puedo asegurar que soy muy, muy buena dando ánimos...
—No quiero ser grosero, pero no me interesa, ¿esta bien? —le dijo, y sin esperar su respuesta, volvió a concentrarse en la cerveza, como si eso fuera lo que más le importaba en el mundo.
—¿Te has vuelto loco, hombre? —exclamaron sus amigos—. Esa mujer estaba tremenda —lo acusaron casi, sin hacer caso de sus gestos para que le dejaran en paz.
—Creo que está así por Paula —declaró Francisco de repente.
Pedro levantó la cabeza como si le hubiera picado una serpiente.
—No digas estupideces.
—¡Ja! —insistió Francisco—. Lo que pasa es que te fastidia que esté teniendo tanta suerte y que esté a punto de ganarte la apuesta. Pero, yo que tú, no me preocuparía mucho: aunque es verdad que está saliendo como una posesa, no creo que consiga que alguien la pida en matrimonio en la semana que le queda.
—¿Qué quieres decir con eso de que está teniendo tanta suerte? —preguntó Pedro con fiera expresión.
—Pues que la lista de sus pretendientes es tan larga como la guía de teléfonos. Además, sospecho que hay alguien que de verdad le importa. Me di cuenta hace cosa de una semana...
—¿Te refieres a nuestra Pau? —preguntó Germán intrigado.
—Yo lo único que digo es que nuestra Pau, como tú dices, parece mucho más feliz que el tipo que tengo enfrente —declaró Francisco pomposamente—. Creo que deberías pasar definitivamente esa página, hombre —le aconsejó—. La vi radiante, la verdad.
—¿Y te parece que sigue siendo tan... feliz? ¿Has encontrado más pistas? —preguntó Pedro sarcásticamente. ¿Acaso habría encontrado a alguien tan rápido?.
Germán se volvió hacia Francisco intrigado, pero Lucas no apartó la vista de Pedro que, sin embargo, estaba tan pendiente de las palabras de Francisco que no se dio cuenta.
—Ahora que lo dices, la verdad es que no —confesó su amigo al fin—. No hay duda que se lo está pasando bien, pero lo cierto es que sale con un tipo distinto cada noche, y que cada día queda para comer con otro.
—Entonces, quién crees que es ese tipo que según tú le importa tanto. ¿Ella te ha comentado algo?
—Pues no —admitió Francisco a su pesar—, pero es obvio, ¿no? Supongo que debe ser Pablo: es el único que salía con ella cuando me di cuenta del cambio.
—Sea quien sea, lo cierto es que es un tipo con suerte —intervino Germán—. La verdad es que hasta a mí me han dado ganas de llamarla para...
Pedro se levantó de un salto y le agarró de la garganta.
—¡Oye, para! —no sin esfuerzo Francisco y Lucas consiguieron que soltara a su presa—. ¿Se puede saber qué diablos te pasa, Pedro?
—No se te ocurra volver a hablar así de Paula—le advirtió Pedro temblando de rabia—, por lo menos no cuando yo esté presente. Y esto va por todos ustedes también. Si me entero de que van hablando de ella por ahí, yo mismo les parto la cara.
—Oye, Pedro, que yo sepa, no le estaba faltando al respeto —protestó Germán—. Me parece que te estás volviendo paranoico...
—No; yo creo que no —intervino Francisco enigmáticamente.
Pedro se volvió dispuesto a enfrentarse con él también.
—¿Y a ti quién te dió vela en este entierro, si se puede saber? —preguntó enojado.
—Debería haberme dado cuenta antes: tienes todos los síntomas, estás furioso, te comportas de forma irracional, pareces deprimido —enumeró Francisco con una sonrisita—. ¿Por qué no nos dijiste antes que te habías enamorado, Pepe? Eso nos habría evitado muchas quebradras de cabeza.
—No estoy enamorado —gruñó Pedro. Por lo menos podía dar gracias por eso. ¡Como si no tuviera ya suficientes problemas!—. Enamorarse es el peor error que puede cometer un hombre. Siempre acaba en desastre. No pienso caer en esa trampa —declaró airadamente antes de abandonar la mesa con precipitación, molesto por el coro que hicieron los chicos al unísono:
—¡En hora buena! ¡Está enamorado!
Pablo acompañó a Paula hasta la puerta de su casa. Le gustó que lo hiciera, pero se sentía un poco incómoda después de lo ocurrido entre ella y Pedro. Sin embargo, Pablo se había mostrado muy comprensivo, tomándose muchas molestias para mantenerla entretenida: la había llevado al cine, a cenar e incluso al zoo. Sin embargo, Paula detectaba cierta tensión que se intensificaba cada vez que estaban juntos.
—Buenas noches, Pablo —se despidió, dándole un ligero abrazo. No habían vuelto a besarse desde aquel frustrante intento después del Baile en Blanco y Negro. Sin embargo, en aquella ocasión Pablo la estrechó con fuerza entre sus brazos—. ¿Qué pasa? —preguntó ella al fin.
—Me resulta muy penoso contarte esto —declaró Pablo—. ¿Te he hablado alguna vez de mi familia?
—No —respondió la joven sorprendida—. Ahora que lo dices, aunque siempre me has escuchado con paciencia, me has contado muy pocas cosas de tu familia.
—Son maravillosos, no me malinterpretes —empezó Pablo, pero un velo de tristeza empañaba su mirada—. Mi padre es un importante editor, seguro que has oído hablar de él. Tanto él como mi madre son maravillosos, pero la verdad es que últimamente no hace más que presionarme. Entre sus charlas y el acoso de la prensa, me siento incapaz de dar el menor paso para comprometerme. Casi he renunciado a encontrar a alguien que me quiera por mí mismo. Estoy a punto de perder la esperanza. Es como si no pudiera estar solo y hacer sencillamente lo que me apeteciera, no sé si me entiendes...
—Perfectamente —le tranquilizó Paula con una sonrisa—. Zaira y Luciana han hecho exactamente lo mismo conmigo. Supongo que estás harto de ellos, pero como los quieres de verdad, no te atreves a mandarlos a la goma.
—Eso es exactamente lo que me pasa.
—Creo que al final he conseguido mantener a raya a esas dos celestinas, pero a veces sigo pensando que lo mejor sería cambiarme el nombre, afeitarme la cabeza y marcharme con el primer circo ambulante que pasara por la ciudad —bromeó.
Pablo sonrió con tristeza.
—Ojalá fuera tan fácil como dices —murmuró—. Se me ha ocurrido una solución, pero me temo que es una locura.
—Pablo, somos amigos, ¿verdad? —dijo Paula con sinceridad—. Puedes contármelo todo.
—Vas a pensar que estoy operado del cerebro, pero quisiera pedirte algo... necesito que me hagas un favor.
Parecía tan triste y desolado, que Paula no midió el alcance de sus palabras.
—Lo que quieras, Pablo, para eso somos amigos.
—¿Te importaría casarte conmigo durante una temporada?
No hay comentarios:
Publicar un comentario