–Tu madre me dijo que si yo te amaba, te daría la oportunidad de recibir una educación decente en una escuela de Virginia. Yo no quería privarte de eso. Me dijeron que volverías al cabo de un año. Pero no fue así.
–Hablaste con mi madre… –dijo ella, sintiendo que la cabeza le daba vueltas.
–El día que te mandaron al este, fui a tu casa. Cuando me lo contaron, estuve a punto de salir tras de tí, pero tu madre me detuvo. Decidí respetar su decisión, porque pensaba que volverías en un año.
–Nunca lo supe –se frotó las sienes, que empezaban a palpitarle–. Quería volver a casa pero mi abuela siempre tenía un viaje planeado o se ponía enferma.
–Siempre hay algo más importante –dijo él en tono amargo.
–No es eso… –quiso explicarse, pero él alzó una mano para silenciar más excusas.
De repente, Paula se sintió derrotada. Sin preocuparse más por su desnudez, salió del agua y agarró la ropa que colgaba de la rama.
Se vistió rápidamente y echó a correr hacia la casa. Se detuvo al llegar al porche, presionando los dedos contra la punzada que sentía en el costado.
–¿Cómo voy a superar las próximas dos semanas? –murmuró.
Aturdida, se acercó hasta la puerta. Estaba tan sumida en sus pensamientos que no vio la carta que estaba metida entre el quicio y la puerta hasta que abrió y el sobre cayó a sus pies.
Al recogerla, reconoció inmediatamente la letra de Gonzalo.
–¿Y ahora qué? –susurró, sacando la carta color crema.
"Paula…
No importa lo mucho que tú o yo lo intentemos. No estoy hecho para ser un ranchero. El rancho era el sueño de papá, no el mío. Ahora que él y mamá se han ido, no hay razón para seguir fingiendo.
Esta tierra me está matando poco a poco, y ya no puedo soportarlo más.
Me voy de Upton, al este. Te escribiré en cuanto me haya instalado. Te adjunto las escrituras del Double H.
Te pido disculpas por todo.
Gonzalo".
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