martes, 13 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 4

Las tres mujeres se lo quedaron mirando fijamente durante unos largos instantes. Paula fue la primera en recobrarse.
—Gracias —dijo, con la voz helada y apartándose de él—. Quieres que ponga también la otra mejilla y así me puedes golpear con otro de esos asquerosos cumplidos tuyos.
—¿Cómo? Oh, vamos, ángel —dijo Pedro, apartándole el flequillo de la frente—. Estamos hablando de una proposición de matrimonio en tres meses. Volvamos a la realidad.
—No digo que sea eso lo que quiero —argumentó Paula, tratando de mantener la dignidad—, pero si de verdad quisiera conseguir al señor Adecuado, podría hacerlo. Lo único que pasa es que me gusta mi vida tal como está.
—¿De verdad? —dijo Pedro, con un brillo en los ojos. Paula mantuvo su mirada—. ¿De verdad crees lo que dices?
Paula sintió un estremecimiento de rabia.
—Ponme a prueba.
—No, gracias. Si vamos a apostar, me gustaría por lo menos tener una pequeña posibilidad de perder, si no, no hay aliciente.
A Paula comenzó a hervirle la sangre. Ella sabía muy bien que no era ninguna seductora, pero oírselo decir a Pedro era una cuestión enteramente distinta.
—De acuerdo, te apuesto diez dólares a que puedo hacerlo—, era una estupidez, pero su orgullo la empujaba a aceptar el reto. Ella era soltera por elección propia, ¿cómo se atrevía Pedro a dudar de ello?
—¿Diez dólares? ¿En serio? —dijo Pedro, abriendo mucho los ojos. El maldito de él parecía divertirse mucho—. Oh, vamos, no estamos apostando sobre quién va a ganar la liga, o quién es capaz de beber más.
El corazón de Paula latía cada vez más deprisa. Lo único que deseaba en aquellos momentos era borrar aquella estúpida sonrisa de la cara de Pedro. Las palabras salieron de su boca antes de pensar en ellas.
—Cien dólares, Casanova. Y me pondré cosas que hasta a ti te van a sonrojar.
—Solo por eso merecería la pena apostar. Algunas veces tengo la impresión de que naciste en sudadera —dijo Pedro, sonriendo maliciosamente—. Cien dólares sigue siendo una apuesta infantil, ángel. Hazlo en dos meses y podemos empezar a hablar.
—Dos meses —accedió Paula, con la voz tensa y doscientos dólares.
La sonrisa de Pedro, por fin, comenzaba a congelarse.
—Oh, vamos, Pau, creo que estamos yendo demasiado lejos.
Aquel tono paternalista sólo consiguió encenderla todavía más.
—Quinientos.
Pedro había dejado de sonreír. Al contrario, más bien parecía preocupado.
—Esto es ridículo. No pienso seguir...
—Mil dólares.
Zaira estaba perpleja, Luciana boquiabierta.
—Mil dólares a que consigo que me pidan en matrimonio en dos meses —repitió Paula, mirando fijamente a Pedro, como si no hubiera nadie más en la habitación. Ella cerraba los puños—. Mil dólares, ya lo has oído.
Pedro mantuvo la mirada, pero estaba estupefacto.
—Solo si lo consigues en un mes.
Esperaba que ella rechazara aquella estúpida apuesta.
—Hecho —dijo Paula sin vacilar.
—Oh, vamos, Pau, ¿has perdido la cabeza?
—¿Y tú? ¿Has perdido el gusto por el juego?
Se miraron a los ojos durante un largo y tenso minuto. Luego, Pedro esbozó una amplia y brillante sonrisa.
—Te has echado un farol.., y te he pillado —dijo, con ánimo de batalla, y extendió la mano—. Me encantará cobrarme esta apuesta.
Paula estrechó su mano, sellando la apuesta. Pedro la miró durante un instante más, luego se separó.
—De acuerdo. Bajo y les digo que vas a tardar un poco —le dijo a Luciana—. Estoy seguro de que querrán quedarse unos minutos para urdir un plan de batalla. Pero me temo que de poco va a servir, dentro de un mes espero cobrar la apuesta.
Miró a Paula con una sonrisa maliciosa y desapareció.
—Oh, Dios mío —respiró Luciana—, ¡no puedo creerlo!
—Lo hecho, hecho está —dijo Zaira, asintiendo con aprobación—. Solo tenemos un mes. Lo primero, una expedición de compras. No, espera, mi peluquero, y puede que una limpieza de...
—Una limpieza de nada, hay que transformarte de la cabeza a los pies —dijo Luciana, buscando una tarjeta en su bolso—. Dentro de dos semanas vuelvo de Hawai, ustedes ocúpense de la ropa y del maquillaje, yo idearé el plan estratégico.
—Mil dólares —repitió Zaira, mirando a Paula sin ocultar su admiración—. Increíble.
Paula apretó los dientes.
—Nunca he perdido una apuesta con Pedro sin antes luchar hasta la muerte. Y ahora, dejenme sola —ordenó—, tengo que estudiar —dijo, recogiendo el libro.

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