—¡Pedro, esto es una ridiculez! —se rio Paula.
—Pues a mí me parece que Pedro ha tenido una idea súper —dijo Sean pasándole un brazo por los hombros—. Si lo que quieres es aprender a pescar a un hombre, tendrás que documentarte primero.
—Nadie dijo nada de pescar a un hombre —replicó Pedro ásperamente—. Lo que propongo es que se acostumbre a salir con ellos estando arreglada.
Y desde luego, lo estaba; llevaba un vestido color lavanda del mismo estilo que el rosa con el que había ido a trabajar el día que empezó todo aquel lío. También llevaba sandalias de tacón. Pedro ni se atrevía a mirarle las piernas, y mucho menos el escote... ni siquiera la cara. De hecho, se limitaba a fijar la vista en un punto indefinido por encima de su cabeza.
Pero el resto de los muchachos no tenía el mismo problema.
—¿Qué tal, belleza? —dijo Germán dirigiéndole su más luminosa sonrisa—. ¿Vienes mucho por aquí?
—Germán, todos estuvimos aquí el lunes pasado, ¿que no te acuerdas? ¿No estarás exagerando?
—Esta bien, esta bien —se defendió el joven—. Lo que pasa es que no estabas tan guapa como hoy.
—Pedro, esto es una estupidez —dijo levantándose y andando unos pasos. Inmediatamente varios pares de ojos quedaron prendados del meneo de sus caderas, así que se detuvo y se volvió para enfrentarlos—. Estos no son hombres de verdad, son los chicos de la pandilla, los conozco de toda la vida.
—Danos una oportunidad —bromeó Lucas.
—Sí, cielo, hazlo —rogó Francisco enarcando las cejas—. Estamos deseando darte todo nuestro amor, princesa.
—¿Princesa? ¿Cielo? ¡Dios mío! No había oído nada semejante desde que estaba en el instituto.
—Pedro—se quejó Lucas—, no se lo está tomando en serio.
—¡Es que me resulta imposible! —rió Paula. Se había pintado los labios en un tono de lo más atrevido, y también se había aplicado máscara de pestañas y sombra de ojos; fuera lo que fuese lo que había hecho, lo cierto es que había dado en el clavo. Estaba preciosa—. Desde que llegué no han hecho más que el ridículo.
—Por favor, tienen que fingir que están en una fiesta o algo parecido —les indicó Pedro, intentando que se centraran en lo que tenían entre manos. Le había prometido a Paula que la sacaría de aquel lío y pensaba conseguirlo, aunque eso significara hacerle creer que era la mujer más atractiva y femenina de la tierra—. Lo que digan los chicos no debe importarte, Paula, tú limítate a sonreír, a hacerte la interesante.
—¿Y cómo lo hago? —preguntó la joven perpleja.
—Trátalos como si fueran gusanos —Pedro se corrigió con una sonrisa: convertir a su amiga en una chica sexy no significaba inducirla a que fuera una estirada. Estaba a punto de enseñarle cómo atrapar una buena presa—. Pórtate como si fueras la mujer más hermosa del planeta, dales a entender que pierden el tiempo contigo, como si ni siquiera deberían permitirse pensar en tí.
—Oye, Pedro, eso no es justo —intervino Germán—. Así es exactamente cómo me han tratado todas las mujeres desde que empecé a salir. Yo creí que esto iba a ser más divertido.
Paula esbozó una sonrisa. Empezaba a entender el quid de la cuestión.
—¿Quieres decir que si les trato como si fueran basura, ellos me adorarán como a una diosa?
—Exacto, creo que ese es el gran secreto —Pedro sonrió al ver la expresión de deleite de su rostro. Las cosas empezaban a ponerse interesantes.
Paula volvió se encaramó a un taburete en la barra. Pedro estaba desprevenido y se quedó casi sin respiración al ver el sugestivo movimiento de sus caderas.
—Hola, preciosidad —dijo Germán volviendo a la carga.
Ella le lanzó una mirada cargada de intención, pero su voz era fría como el hielo.
—Esto no es para tí—dijo, señalando primero su cuerpo con un gesto y apuntándole después con el dedo.
Germán se retiró con una carcajada. Inmediatamente Francisco ocupó su puesto.
—Perdone, señorita, ¿podría prestarme 35 centavos? Mi madre me pidió que la llamara cuando me enamorara...
Paula rebuscó en su bolso y le dió tres monedas.
—Aquí tiene. Después de hablar con ella, intente llamar a alguien a quien le importe.
—¡Es muy buena! —dijo Lucas acercándose a ocupar el puesto de Francisco—. Ahora voy yo: ¿Está usted cansada, señorita? Lo digo porque lleva rondándome por la cabeza toda la noche.
—De acuerdo, tú ganas. Bailaré contigo.
Lucas le dió un cariñoso abrazo y la condujo a la pista.
—Siempre funciona —dijo a sus camaradas por encima del hombro.
Pedro se fijó en que la mayoría de los hombres presentes miraban a Paula como si se la quisieran comer con los ojos. Rogó a los cielos por no tener la misma expresión.
No quería sentirse atraído por ella, no quería que las cosas cambiaran. Habían sido amigos desde que tenían uso de razón, así que convocó en su memoria la imagen de una pecosa niña de ocho años. Cuando eso no le funcionó, evocó a la adolescente larguirucha, con vaqueros y camisetas dadas de sí.
A decir verdad, nunca se había permitido pensar en Paula como en una mujer. Por primera vez, no le quedaba más remedio que enfrentarse a esa realidad. Su transformación era tan evidente como una bofetada en pleno rostro.
Paula se echó a reír por algo que Lucas decía. Estaba preciosa; feliz, vibrante, increíblemente viva.
La deseaba.
«Puedes pensar lo que quieras», le dijo una vocecita en su interior, «pero ni se te ocurra pasar a la acción. Es tu amiga, acuérdate».
Odiaba tener que admitirlo, pero esa vocecita tenía toda la razón. Aquella era la piedra de toque en la que se basaba toda su filosofía: las mujeres van y vienen, pero los amigos son para siempre. Después de lo ocurrido aquel día, intuía mejor que nunca lo que le esperaba si perdía la amistad de Paula. Aunque siempre había pensado que sería dramático cuando ella se casara y, no pudieran pasar juntos casi todo el tiempo, mucho peor sería no volver a verla nunca más.
No podía engañarse a sí mismo: la mayor parte de las relaciones que había tenido habían durado muy poco tiempo, y las que habían resistido algo más habían terminado entre terribles peleas. Y jamás había vuelto a ver a ninguna de sus novias. No quería correr el mismo riesgo con Paula. Y si acababan pasando a mayores, sería eso precisamente lo que estaría haciendo.
Cada vez estaba más convencido de que tenía que evitar como fuera cualquier contacto físico con ella. Sería su amigo, nada más.
Cuando acabó el baile, Sean tomó de la mano a Paula para llevarla hasta la barra, sonriendo como un bobo. Pero antes incluso de que hubieran salido de la pista, un hombre se plantó ante ellos.
Pedro se quedó mirándolos petrificado.
Paula se quedó boquiabierta al ver que el desconocido la estaba invitando a bailar. Nerviosa, miró a Lucas en busca de ayuda, pero el joven se limitó a encogerse de hombros. Indecisa, se mordió el labio, hasta que por fin, encogiéndose a su vez de hombros, aceptó la invitación.
Lucas llegó a la altura de Pedro, que había contemplado toda la escena sin poder dar crédito a sus ojos.
—¿Qué te parece? Casi ni habíamos acabado de bailar y viene ese tipo y se abalanza para llevarse a Paula delante de mis narices.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando? —le gritó—. ¡La has dejado a merced de un completo desconocido!
—¿Y? —preguntó Lucas confundido—. Creo que se las está arreglando muy bien. Al fin y al cabo, ¿no era este nuestro objetivo?
Pedro se dió cuenta de que el hombre hacía todo lo posible por arrimarse a Paula, con el pretexto de decirle algo al oído. Sin pensárselo dos veces, se levantó para acercarse a la pista y partirle la cara a aquel sinvergüenza.
Jajajajaja qué divertidos los caps.
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