—Lo sé —dijo Pedro muy serio—. Espero que la próxima vez que se me ocurra una idea tan tonta me des un buen golpe en la cabeza.
—Bueno, no todo ha sido tan horrible —dijo más tranquila. Pedro estiró el brazo en el respaldo y ella apoyó la cabeza en su bíceps—. Quiero decir que por primera vez en mi vida me sentí de verdad hermosa. Y no sabes lo que eso significa para mí, Pedro. Todavía me queda mucho camino por recorrer, pero estoy deseando hacerlo.
—Tenías un aspecto magnífico, Paula —la animó su amigo con total sinceridad.
—Pero después Pablo me besó y eso lo echo todo a perder —continuó Paula con un triste suspiro—. Ojalá pudiera volver a los buenos tiempos, cuando me hacía feliz ver los partidos con los chicos, y me conformaba con las camisetas y los vaqueros sin que me preocupara lo más mínimo si conocía o no al Señor Adecuado, porque estaba convencida de que nunca iba a conseguirlo... —Pedro la escuchaba sin decir nada. —Y ahora es demasiado tarde —musitó pensativa—. Es como si hubiera abierto la caja de Pandora. Ya no quiero vivir como antes, pero tampoco sé qué hacer ahora. Esta noche me sentí hermosa, pero no quiero que nadie me diga cómo tengo que ser. Recuerdo el dolor que sentí cuando Facundo intentó convertirme en alguien que no era. ¿Cómo puedo saber que Zaira y Luciana están haciendo lo mejor para mí? —se limpió las lágrimas con un gesto—. Estoy muy cansada, y no entiendo absolutamente nada.
Pedro permanecía en silencio.
—¿Te quedaste dormido? —le preguntó Paula al fin. El estaba muy quieto, pero sus ojos relucían como dos brasas.
—¿Besaste a Pablo?
—Sí, y la verdad es que fue una experiencia de lo más decepcionante —respondió Paula poniendo los ojos en blanco—. Digamos que fue una especie de experimento de química...
Pedro reflexionó un momento y luego asintió con la cabeza como si hubiera llegado a una decisión.
—¿Quedaste con él mañana?
—No —contestó, algo sorprendida por aquella pregunta—. ¿Por qué?
—Se me ocurrió que podríamos hacer algo mañana, pero no quería estropear tus planes.
Ella le dio un cariñoso puñetazo en el hombro.
—Tú eres mi mejor amigo, y ya sabes cuál es el lema de la pandilla: los amigos, lo primero.
—Entonces, ¿mañana no es día de cita?
—Según las expertas que me asesoran, tengo que reservar del jueves al sábado para las citas —respondió Paula con una mueca.
—Estupendo —comentó Pedro complacido—. Entonces, señorita Paula Chaves, me concede el honor de salir conmigo mañana en una cita de viejos amigos.
—No es una cita de verdad, ¿no? —dijo Paula soltando la carcajada—. Iremos a una cervecería y tienes que prometerme que me tratarás como antes.
Pedro se echó a reír con ganas.
—Eso es justo lo que he echando de menos desde que empezamos con esta estupidez de la apuesta.
—Sí, lo sé —a ella le pasaba exactamente lo mismo. Empezó a darse un masaje en las sienes, intentando recordar cómo era su vida antes de que decidiera sumergirse en aquella vorágine de citas. Recordó con nostalgia aquella vida tan sencilla.
—¿Cuántas veces solíamos vernos cada semana?
—No lo sé: cuatro quizá.
—Más o menos. Íbamos al cine los martes y quedábamos para ver el partido los sábados o los domingos, a veces también los lunes.
—A veces los tres días —añadió Paula—. También solías venir a lavar tu ropa sucia y te quedabas a ver la tele.
—Ahí es justo donde quería yo llegar —dijo Pedro recostándose en el sofá—. ¿Cuántas veces nos veíamos entonces?
Era imposible negar lo evidente.
—Tienes razón: me parece que todo este asunto de las citas se nos ha ido de las manos.
—Ángel, ahora te veo como mucho una vez por semana. A veces tengo la impresión de que te fuiste a vivir a Tahití —distraídamente le pasó la mano por el pelo—. Odio admitirlo, pero te echo de menos.
Ella tragó saliva, intentando disolver el nudo que se le había hecho en la garganta.
—¡Bah! Lo que pasa es que tienes tal montón de ropa sucia en tu casa que te cuesta abrir la puerta.
—Eso también, claro —dijo Pedro riendo—. Sin embargo, puedo solucionarlo comprando una lavadora y una secadora y, en cambio, nunca podría encontrar otra amiga como tú.
Paula sonrió y apoyó la cabeza en su hombro. Instintivamente él la apretó contra su cuerpo.
—Imagínate que tuviera que empezar a programar las citas con mi mejor amiga. ¿Qué pasaría entonces con nuestra amistad, ángel?
—No sé qué pensaría Zaira si nos viera ahora —comentó Paula removiéndose inquieta—. Sabe muy bien que cuando estoy contigo tengo tendencia a portarme fatal.
—Y tiene mucha razón —convino Pedro enarcando las cejas—. Pero no te dijo con quién podías o no quedar...
—¡Una cita con Pedro! —murmuró Paula—. ¡Semejante posibilidad!
Notó cómo vibraba la risa de Pedro en el interior de su pecho. Poco a poco se dio cuenta de que se sentía feliz. Quería quedarse tal y como entonces estaba la noche entera, sintiendo aquel dulce calor calentándole las venas, escuchando el ritmo de su respiración, sus brazos alrededor de su cuerpo.
«Entonces, pídele que se quede a pasar la noche».
Mmmmm...
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