A la mañana siguiente Pedro estaba sentado en su despacho, delante del ordenador. Ya había tenido dos reuniones, dictado varias cartas e informes y examinado al menos media docena de propuestas para Lone Shark. A decir verdad, no había prestado la menor atención a ninguna de ellas.
La noche anterior se había acostado muy tarde, pero por fin había conseguido hacerse una idea de la situación. En las circunstancias en las que se encontraba, una pequeña campaña de venganza no es que fuera conveniente, sino absolutamente necesaria.
Cuando por fin él y su acompañante salieron del restaurante, estaba que echaba chispas. Había, montado todo aquello para demostrarle cómo se comportaban las mujeres que salían en aquella dichosa Guía, lo previsibles que eran sus tácticas y, a decir verdad, Gabriela había desempeñado su papel a la perfección. Lo que jamás hubiera imaginado era que Paula tuviera el temple no solo para imitarla, sino incluso superarla con creces. Al final de la cena estaba tan enfadado que lo único que deseaba era dejar a Gabriela en un taxi y presentarse en casa de Paula para decirle un par de cosas. Solo se detuvo al pensar que tal vez su amiga no estuviera sola.
Y fue justo entonces cuando el hombre de negocios que llevada dentro tuvo una intuición genial. Tras dejar a su acompañante en un taxi, volvió al restaurante y le compró al fotógrafo del local por el triple de su valor el rollo de fotos que había sacado aquella noche.
Para entonces había conseguido tranquilizarse bastante: Paula no era el tipo de chica que se acostaría con Pablo la primera noche, de eso estaba seguro. Se había portado de una forma tan escandalosa solo para vengarse de él, para provocarlo... y a fe que lo había conseguido. Ahora ella estaría esperando que él hiciera el siguiente movimiento... y ahí era precisamente donde entraban las fotos.
Llevó el rollo a una tienda de revelado rápido donde en menos de una hora le dieron una foto de no muy buena calidad pero en la que se distinguía perfectamente a Paula en el momento de llevarse a la boca la maldita cereza. Tenía que pensar cuidadosamente qué hacer con semejante material, no se le podía olvidar que ella era una auténtica maestra en el arte de la venganza. Recordó que una vez había conseguido un foto montaje de lo más logrado en el que aparecía él completamente desnudo, tapando sus vergüenzas con un sombrero, y que lo había hecho imprimir en todas las invitaciones para su fiesta de cumpleaños.
La verdad era que cuando había una apuesta de por medio, Paula y él dejaban a un lado cualquier escrúpulo. Enseguida iba a ver aquella descarada lo que la esperaba después de su actuación en el restaurante.
Lo más extraño era que tenía que reconocer que el comportamiento de su amiga le había afectado profundamente. Le hubiera gustado que se tratara de puro enfado, pero la conocía demasiado bien como para decir eso: solo de pensar en lo ocurrido le hervía la sangre.
Se levantó y se asomó a la ventana, confiando que la brisa que llegaba del océano tuviera la virtud de relajar sus excitados nervios. Sin embargo, solo pudo disfrutarla un segundo antes de que alguien entrara sin llamar en el despacho.
—¿Qué diablos significa esto?
Pedro sonrió sin volverse siquiera. Conocía muy bien aquella iracunda voz femenina.
—¡Hola, Paula! ¿Qué te trae por aquí?
Se dio la vuelta para enfrentarse a ella: los ojos le ardían como dos brasas. Llevaba una camiseta color azul claro y una vertiginosa minifalda. A Pedro le pareció que la temperatura de la habitación había subido varios grados; rápidamente asió la hoja de papel que Paula le mostraba, concentrándose en ella como si fuera lo más importante del mundo.
—Por lo que parece... esto es una foto tuya comiendo algo... ¿Una cereza, quizá?
—¡Eso ya lo sé! —le interrumpió la joven elevando el tono de su voz peligrosamente—. Lo que ahora quiero que me digas es quién la envió a mi departamento de informática.
—No tengo ni la menor idea —replicó Pedro con expresión de absoluta inocencia.
—¿De verdad? —se acercó a él con una mirada amenazante—, entonces, ¿cómo se las ha arreglado Francisco, nuestro común camarada de póker y colaborador mío en la empresa para colocarla en la página web de tu empresa?
Pedro se mordió la lengua para no soltar la carcajada. Desde que Francisco empezó a trabajar con Paula, la verdad era que le resultaba mucho más fácil maquinar bromas. Cuando lo llamó, la noche anterior, Francisco se mostró entusiasmado con su plan.
—No me lo puedo imaginar —dijo, manteniéndose lo más serio que fue capaz.
—¡Pues yo si puedo! —estalló Paula dándole un golpe en el pecho—. Todo el mundo sabe que tienes en tu página web una foto de la chica de la semana. ¿Cómo te atreviste a poner la mía?
—Bueno, bueno, no te lo tomes así. No creo que lleve ahí más de una hora...
—¡Lleva toda la noche!
Pedro se puso repentinamente serio. ¿Toda la noche? ¿Qué había ocurrido?
—Hablé con Francisco anoche, es cierto —replicó rápidamente—. Me dijo que solía llegar a la oficina a las diez, y no son más que las once y media.
—Sí, claro: imagino que le pareció tan gracioso que no quiso esperar ni un segundo más —dijo Paula con amargura—. Y como todo el mundo sabe que cambias la foto en jueves, seguro que ya la vieron todos los adolescentes precoses que entran en tu página desde medianoche.
Aquello no era en absoluto lo que él había planeado.
—No puso tu nombre, ¿verdad?
—No, y esa es la única razón por la que sigue vivo. Si Laura no me hubiera avisado, quién sabe cuánta gente la habría visto a estas alturas. Por lo visto han colapsado el correo electrónico preguntando quien es la misteriosa chica de la cereza. ¿Puedes creerlo?
—¡Oh, no! —Pedro estaba aterrado por la magnitud del desastre—. Tienes que creerme, jamás pensé que ocurriera tal cosa. Yo lo único que quería...
En ese momento entró el asistente de Pedro.
—Perdón...
Pedro deseó que Paula hubiera cerrado la puerta detrás de ella antes de empezar a montarle esa escena
—Sí, Manuel, ¿qué quieres?
—¿Has terminando de revisar los informes que te pasé esta mañana?
Pedro se sentó ante su mesa y se puso a buscar entre la pila de papeles, esperando que eso le diera un poco más de tiempo para preparar sus disculpas. El joven se acercó tímidamente a Paula.
—Hola, me llamo Manuel. Te ví en la página web.
—¿De verdad? —Paula lanzó a su amigo una mirada venenosa.
—Sí, y he pensando que a lo mejor te gustaría salir a cenar un día, o al cine...
—Oye, Manuel —le interrumpió Pedro antes de que su secretario se embalase—, ahora no encuentro esos informes y, como puedes ver, tampoco puedo atenderte. Hablaremos luego.
—Desde luego, perdona —se disculpó Pablo.
Pedro lo acompañó hasta la puerta, pero antes de que pudiera cerrar, se abalanzaron sobre él otros tres jóvenes con papeles en la mano.
—¿Está aquí? —preguntó uno de ellos.
—¿Qué se les ofrece, chicos? —preguntó Pedro, cortante
Todos ellos se pusieron de puntillas, sin hacerle el menor caso.
—Quería pedirte que echaras un vistazo a estos papeles.
Pedro dio un rápido vistazo a uno de ellos.
—Maldita sea, Nicolás: es un informe que me mandaste hace un mes.
Nicolás sonrió cobardemente.
—No te lo tomes a mal, Pedro. Necesitaba una excusa para entrar. Esa mujer es una bomba.
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