sábado, 24 de octubre de 2015

Desafiando Al Amor: Capítulo 22

  Un momento, ¿en qué estaba pensando?
Se levantó de golpe, sorprendida y molesta consigo misma. Debía estar más cansada de lo que creía si se le había ocurrido una idea tan absurda como aquella.
—Oye, me está entrando sueño, Pedro—dijo rápidamente—. Dime dónde nos vemos mañana.
Sonriendo, Pedro  se levantó y se quedó de pie frente a ella. ¿Cómo era posible que pudiera sentir el calor de su cuerpo? Prudentemente dio un paso atrás, pero él la siguió.
—Hay un partido de los Raider a las once, así que tienes todo el tiempo que quieras para dormir —propuso—. Después ya veremos; podríamos ver una película.
Aquello sonaba, algo mejor.
—Bueno, pero yo la voy a escoger, ¿eh? De lo contrario acabaríamos viendo uno de esos rollos violentos que tanto te gustan, con abundancia de puñetazos y ni dos líneas de diálogo.
—Muy bien. Hay que ver lo femenina que te has vuelto. Tú eliges la película y yo me encargo de la comida. ¿Pizza?
—Ya sabes que es lo que más me gusta.
Él le pasó la mano por la cabeza, revolviéndole el pelo.
—Si no quieres, no tenemos por qué hacer manitas... aunque ya sé lo mucho que te cuesta mantener las manos alejadas de mí —bromeó Pedro.
Paula le pegó un buen puñetazo en las costillas.
—Vamos, pesado, lárgate de una vez —dijo, pugnando por no echarse a reír. Después de lo que había tenido que pasar los tres últimos días, aquellos momentos de distensión eran justo lo que le hacía falta.
Agradecida, se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, como había hecho miles de veces antes de entonces. Pero él debía haber pensando lo mismo, ya que agachó la cabeza justo en ese momento, así que ninguno de los dos pudo impedir que sus labios se juntaran.
Fue como si una fuerza superior a ellos les impulsara a mantenerse unidos. Por un fugaz instante los dos se miraron con los ojos muy abiertos, fulminados por idéntica sorpresa.
Entonces Pedro cerró los ojos y ella se dejó llevar.
Aquel beso no duró más que unos pocos segundos, pero fue suficiente para estimular hasta el último nervio de su cuerpo. Nunca como entonces se había sentido Paula tan viva.
Era como una auténtica corriente eléctrica.
Y Pedro debió sentir lo mismo, porque cuando por fin se separaron estaba tan sorprendido como si le hubiera dado un calambre.
—Este... buenas noches, ángel.
—Bu... buenas noches — Paula le acompañó a la puerta y cerró de golpe en cuanto él salió. Tras cerciorarse por la mirilla de que en realidad se iba, se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de agua helada que bebió a grandes sorbos.
Lo que acababa de ocurrirle era una auténtica ironía del destino.
Aquel besito de nada había tenido la virtud de desatar una oleada de hormonas en sus venas. Y había sido Pedro nada menos el causante de aquel desastre.
Por lo menos, pensó filosóficamente, ahí tenía la respuesta a uno de los enigmas de aquella noche. Su reacción le demostraba que no era en absoluto frígida...
De repente le vino a la mente una conversación que había tenido con uno de sus clientes: le había dicho que no tenía que estar condicionado por una mala experiencia anterior con un diseñador, que eso no significaba que iba a tener mala suerte con todos. Y que en realidad, no importaba lo bueno que fuera un diseño, que lo realmente importante era que se ajustara a las necesidades de la persona que lo encargaba.
«Y tú tienes que buscar lo que te convenga, no conformarte con lo que la gente diga que es bueno para tí».
Eso era lo que había estado buscando.
Aquella intuición le traspasó la mente con la claridad de un rayo. Ahora empezaba a entenderlo todo: cuando era más joven había estado pensado si debería dedicarse o no al diseño de modas, le parecía algo demasiado «femenino», opuesto a su forma de ser. Así que dejó que fueran otras personas las que decidieran cómo debía encauzar su carrera. Nunca se había dejado llevar por su instinto hasta el día que decidió comprarse y ponerse aquel vestido rojo. Y el resultado había sido espectacular.
Como una tromba se dirigió a su estudio, buscó un bloc de dibujo y sacó una caja de pinturas. Nunca le habían gustado los colores pastel, y nunca se había sentido cómoda con aquellos infantiles vestiditos de línea romántica. ¿Qué pasaría si se dejaba llevar, si solo se ponía lo que en realidad se ajustaba con su personalidad?
Rápidamente llenó el cuaderno con todo tipo de esbozos, sin pensar en nada que no fueran aquellos diseños, ni en Pedro, ni en Pablo, y mucho menos en los chicos de la pandilla o en sus amigas.
El resultado era brillante, lleno de inspiración. Aquello iba a funcionar, estaba segura.

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