—Hola, Pedro —dijo muy tensa, apretando el vaso de limonada hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
—¡Ohhh, Pedro! ¿Ya te enteraste? —intervino Zaira resplandeciendo de felicidad—. ¡Pablo se lo pidió! ¡Le pidió que se case con él!
—Así que los periódicos decían la verdad. Pensé que lo mejor sería averiguar lo que había de cierto en esa historia —dijo Pedro muy lentamente y con voz ronca—. Siento molestarte, Paula, pero necesito hablar contigo ahora mismo.
Tenía una expresión tan sombría que a ella se le encogió el corazón. No se había afeitado y tenía el pelo revuelto. Si no fuera por las profundas ojeras que sombreaban su rostro, parecería el vivo retrato de Indiana Jones. Era la viva estampa de un hombre luchando con sus demonios.
—No puedes creerlo, ¿verdad?
—No quería creerlo, pero me parece que no tendré más remedio que irme haciendo a la idea —sus ojos relucían como dos puñales de plata—. Solo quería oírtelo decir.
—Pues sí, Pablo me ha pedido que me case con él —dijo Paula con toda la calma de la que fue capaz.
—Ya.
Con un gesto deliberadamente lento, Pedro sacó la chequera de su cartera de cuero.
—Creo que me has ganado, ángel. Así que ahora mismo te firmaré un cheque.
Zaira y Luciana a punto estuvieron de morir de entusiasmo.
Sin embargo, a Paula se le rompió el corazón en mil pedazos. Sin saber muy bien cómo, se las arregló para mantener una fachada imperturbable, con la mirada fija en aquel cheque.
—Es tuyo —insistió Pedro—. Toma.
Como una marioneta, Paula se puso en pie y se aceró a donde él la esperaba. Vio la cifra, mil dólares, y la frase que Pedro había escrito al dorso.
—¿«Felicidades a la ganadora»? —leyó extrañada.
Pedro asintió. A la joven le dieron ganas de tirarle el dinero a la cara y marcharse, no volver a verlo nunca más en la vida. Cuando extendió la mano para tomar el cheque, Pedro la agarró por la muñeca, atrayéndola junto a sí. A Paula le bastó una mirada a su rostro torturado para revivir el infierno que había atravesado los días que habían estado separados.
—Te apuesto doble contra sencillo —susurró Pedro— que consigo hacerte más feliz en los próximos cincuenta años que lo que ese tipo pudiera hacerte en mil vidas que viviera. Te lo juro.
Una oleada de pura alegría le invadió hasta el último rincón de su cuerpo. Sin embargo, no sin esfuerzo consiguió soltarse de su abrazo.
—Pedro...
—Dime...
—¿Lo dices porque me quieres de verdad o porque te fastidia perder la apuesta? —le preguntó.
Pedro la miró sorprendido durante una fracción de segundo y acto seguido estalló en carcajadas.
—Reconozco que me lo merezco —se apartó un poco para verla mejor—. No sabía que esto es lo que se siente cuando se está enamorado. Siempre pensé que el amor era como en las películas, lleno de dramatismo y un punto de histeria. Creo que lo que me pasaba es que estaba muerto de miedo: temía perder a la mujer que me importaba más que mi propia vida. ¿Y qué es lo que hice entonces? Directamente me las arreglé para arruinar mi vida entera.
—¿Acaso no sabías que es por cosas como esas por lo que las mujeres pensamos que los hombres son beep de remate? —se burló Paula.
—¡Dios, parece que lo llevo escrito en la frente! —rió Pedro—. Incluso cuando creía que estaba enamorado —continuó más serio—, no conseguía entregarme del todo a las mujeres con las que salía de la forma en que me abría contigo —le acarició la mejilla con una dulce sonrisa—. Nadie se ajusta a mi forma de ser y de sentir como tú, Paula. Te quiero, estoy enamorado de tí. Por favor, di que te casarás conmigo.
—Le dije a Pablo que te quería demasiado como para casarme con cualquier otro hombre. Nunca habrá ningún otro con el que acepte hacerlo —dijo Paula con vehemencia. Alzó la cabeza y se fundió con él en un apasionado beso, dejándose llevar por la pura felicidad de sentirse entre sus brazos, deseando que aquel momento no acabara nunca.
—Ejem... disculpen...
Pedro y Paula se separaron y se volvieron a mirar hacia las mesas de la terraza. Todas las mujeres presentes tenían los ojos llenos de lágrimas, y alguna lloraba sin el menor pudor. Luciana estaba boquiabierta de puro asombro, mientras que Zaira estaba literalmente pasmada.
—¿Alguien puede explicarme qué es lo que está pasando? —preguntó atónita.
Pedro alzó la cabeza para mirar a Paula y le sonrió.
—Hemos hecho otra apuesta, y esta vez los dos hemos salido ganando.
FIN
Me encanto esta historia ❤
ResponderEliminarque linda historia!!
ResponderEliminarAyyyyyyyyyyyy, qué hermoso final!!!!!!!!!!
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