Paula abrió los ojos de par en par. Pablo asintió.
—Claro, adelante.
Paula frunció el ceño.
—Seguro que puede esperar —dijo.
—No, tengo que hablar contigo ahora mismo —dijo, y tomándola del brazo la empujó hacia el pasillo.
—Volveré ahora mismo —le dijo a Pablo, y se volvió hacia Pedro—. ¿Qué haces?
—Salvarte —dijo Pedro—. Este sitio está lleno hasta los topes y tengo que hablarte en privado. Dónde... por aquí, ven —dijo, y abrió una puerta que conducía al sótano.
Paula se sentía algo frustrada.
—Será mejor que sea algo importante, Pedro—dijo, mirando a su alrededor la oscuridad que los rodeaba. El aire era húmedo y fresco, con ligero olor a detergente.
—¿Te has dado cuenta de lo que ese tipo estaba a punto de decirte? —dijo Pedro, tirando de la cuerda de la bombilla que colgaba del techo para encenderla—Tienes suerte de que pasara por ahí.
—¿Perdón? —replicó ella con estupor.
—Me escuchaste. Ese tipo estaba a punto de atacar —dijo Pedro, sonriendo con satisfacción—. Se las sabe todas. Tú no habrías sabido rechazar un montón de mentiras sobre el matrimonio y esas cosas.
—¿Y por qué iban a ser mentiras? —dijo ella—. Muy bien, de acuerdo, puede que quisiera «atacar», ¿y qué? ¡Ya era hora de que alguien lo hiciera!
—¿Hablas en serio? —replicó Pedro, apretando los dientes—. Esta sí que es buena, yo me rompo los cuernos por protegerte y lo único que se te ocurre decir es que te da igual.
—¿Protegerme? —dijo ella, con un gesto de impaciencia—. ¡Por favor! Cuántas veces voy a tener que decirte que puedo cuidar de mí misma. Soy una mujer adulta, hecha y derecha, perfectamente capaz de tratar con un hombre que tiene en la mente algo más que un beso por descuido.
—¿De verdad? —replicó Pedro con sarcasmo—. Tiene gracia. Ahora mismo creo recordar a cierta mujer «hecha y derecha» totalmente nerviosa después de besar a un tipo en el sofá de su casa. Creo recordar a una mujer «hecha y derecha» que me dijo que le faltaba práctica en los aspectos físicos de una relación —dijo, con los ojos inyectados en sangre—. ¿O son imaginaciones mías?
—Es que, como me falta práctica, estoy pensando en que Jack me ayude a recuperar el tiempo perdido.
—Y un cuerno —gruñó Pedro—. Paula, no importa lo que pienses, no sabes dónde te estás metiendo. Estás mal de la cabeza, ¡ni siquiera conoces a este tipo!
—¡Claro que lo conozco!
—¿Después de dos semanas? —preguntó Pedro, dando un paso adelante, inflamado—. Entonces dime, ¿cuál es su deporte favorito? ¿Y su película favorita? ¿Y su helado preferido?
Paula se acercó a él, estaban a unos centímetros.
—No es un fanático del deporte, como tú, pero a veces ve algún partido de béisbol. Su película favorita es Espartaco y su helado preferido el mismo que el tuyo: de chocolate.
Pedro frunció el ceño.
—¿Y en la cama? ¿Qué tal en la cama?
Paula se quedó en shock.
—¡Cómo te atreves!
—Claro, en esa cuestión no nos puedes comparar —dijo Pedro con una fría sonrisa—. Aunque puede que te dé una idea de lo que prefiero, para que Pablo sepa lo que me gusta.
Antes de que pudiera moverse, Pedro la tomó por la cabeza y se echó sobre ella besándola violentamente.
Con esfuerzo sobrehumano, Paula se separó de él.
—¡Cómo te atreves! —dijo, con la respiración entrecortada.
Pedro la miró con ánimo incendiario. También a él le costaba respirar, pero, poco a poco, lograba controlarse y no dejarse llevar.
La voz de Paula vibró con la energía que le corría por las venas.
—En tu vida, escúchame bien, en tu vida vuelvas a hacer eso. Me da igual que te pueda tu impulso de macho. No eres Tarzán y yo no soy Jane —dijo, apretando los dientes—. Cuando quiera besar a alguien, no lo haré de rabia, ni por frustración, ni por lo que sea. Cuando bese a alguien será porque lo deseo, pura y simplemente. ¿Me oyes?
—Te oigo, sí.
—Mejor —respondió Paula, y sin más le echó los brazos al cuello, hundiendo los dedos en sus cabellos y lo besó apasionadamente.
Si pensaba que podía controlar las sensaciones que le provocaba aquel beso, se equivocaba. Pensó, vagamente, que quería demostrar algo, pero en aquel momento solo podía aferrarse al hecho de que necesitaba sentir sus labios, sus brazos, su cuerpo entero.
Pedro se quedó de piedra, sin poder reaccionar durante unos segundos, luego respondió con un abrazo, tomándola por la cintura, estrechándose contra ella. Trazó con la lengua el perfil de los labios de Paula y luego la deslizó dentro de su boca, para saborearla. Paula sintió una oleada de calor y fue como si un rayo de pasión y ardor la recorriera de arriba abajo. No pensaba porque no podía pensar. Solo podía desear... y actuar.
Pedro la empujó contra la lavadora, sentándola en ella. Paula se aferró a sus hombros y separó las piernas para recibirlo entre ellas. Pedro le acarició la espalda, poco a poco, dulcemente. Ella sentía las yemas de sus dedos, como si trazaran una senda de fuego que aumentaba su pasión.
—Paula—susurró él, con la respiración entrecortada, besándola detrás de las orejas, deslizando la lengua por el cuello. Ella arqueó la espalda para sentir su presión en los senos.
—Pedro—susurró ella, guiándolo hacia sus labios. El nuevo beso fue largo, dulce, cálido, pero no menos apasionado. Metían y sacaban la lengua en sus bocas, en un recordatorio de lo que ambos estaban deseando.
—¿Pedro, Paula, están ahí?
Paula dió un respingo al tiempo que Pedro se separó de ella, llegando hasta el otro extremo de la pequeña bodega.
Luciana se asomó, con curiosidad.
—¿Están bien? ¿Pasa algo?
—Subimos dentro de un momento —dijo Pedro. Su voz era ronca, casi ahogada, y le daba la espalda a la escalera.
—¿Puedes subir una caja de cervezas? —dijo Luciana , y cerró la puerta.
Paula lo miró con un brillo en los ojos.
—Pedro, tenemos que dejarnos de interrupciones.
—Paula, esto es una locura —dijo él, volviendo a su lado y besándola de nuevo sin dejar de hablar—. Si vuelve Luciana, ¿qué le vamos a decir?
—¿Qué tal esto: «Luciana, ¿te importaría volver después de que hagamos el amor en tu lavadora»? —dijo ella, y se echó a reír, aunque dejó de hacerlo al darse cuenta de que era eso precisamente lo que acabarían haciendo si no se detenían a tiempo. Sin embargo, a la alarma le siguió una nueva idea: ¿y qué? ¿qué importaba nada?; y lo besó de nuevo.
Pedro, no obstante, se separó de ella y retrocedió.
—Paula, no puedo hacer esto.
Su rechazo fue para Paula como un trago de ácido.
—Claro que no —dijo ella, y cerró los ojos para recibir un nuevo beso de él.
—Es una estupidez —dijo Pedro, besándola en el cuello—, porque sé que somos solo amigos, y... —volvió a besarla— ...los dos sabemos que esto no conduce a ninguna parte, ¿no?
—Claro —dijo ella, devolviéndole el beso—. Lo que tú digas.
—Si lo intentamos los dos, estoy seguro de que olvidaremos todo esto —dijo y la besó de nuevo, larga y dulcemente.
—Claro —respondió ella cuando pudo, sin saber muy bien por qué le daba la razón.
Luego, Pedro se separó de ella, dirigiéndose al otro extremo de la sala.
—Muy bien, de acuerdo. Yo puedo controlar la situación —dijo tomando aire. Luego cerró los ojos y al cabo de unos segundos dijo—: Vete de mi lado, Paula. Sé que entre tú y Pablo hay algo y sé que no debí dejar que esto llegara tan lejos, pero no pude evitarlo. Te lo juro si me das unos días... una semana, me olvidaré de todo lo que ha pasado. ¿De acuerdo?
—Pedro, ¿de qué estás hablando?
—Eres mi mejor amiga —dijo él, depositando un beso en sus labios—. Por favor, por el bien de los dos, mantente lejos de mí.
Y con estas palabras, desapareció.
Abanicándose la cara con una mano, Paula se apoyó en la pared. Lo que había ocurrido era...¡increíble!
«Él te desea».
No es que no le gustara físicamente, no es que la viera solamente como una amiga. Pedro pensaba que ella no estaba interesada en él, que de él solo quería la amistad.
Pero aquella sensación, la dejó perpleja. Si ella estaba enamorada de Pedro y si también sabía que él la deseaba, solo dependía de ella averiguar si una relación entre ellos podía salir adelante. No obstante, la situación era complicada. Resultaba sencillo penar por su amor, pero ahora que podía tenerlo a su alcance, resultaba mucho más difícil saber si era lo que realmente quería. Porque no se trataba de analizar sus sentimientos, o su amistad, sino de algo más importante, era una cuestión de amor... y de dejar de lado sus miedos y decidirse a buscar lo que realmente quería.
Si recordaba bien, había en La guía un capítulo dedicado a la seducción. Pues bien, había llegado la hora de poner a prueba aquel libro.
Ayyyyyyyyyyy, qué lindos caps!!!!!!!!! Me encantaron!!!!!!!!!
ResponderEliminar