martes, 3 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 29

 –¿Puedes bajar? –preguntó Pedro.


Asustada, Paula respondió con un gemido y asintiendo levemente con la cabeza.


–Sí, dentro de un momento –respondió ella con voz débil.


–Está bien. Voy a agarrarte por la cintura, así que no te asustes. Es sólo para sujetarte mientras bajas. ¿Lista?


Pedro se colocó detrás de ella y, con cuidado, le puso las manos en la cintura y se la apretó ligeramente.


–Ya te tengo. Baja despacio. Así. Eso es…


Ella era suave, cálida y temblaba en sus manos. Sólo un fino tejido separaba los dedos de él de la piel de Paula. Respiró su aroma. Y cuando Paula llegó abajo, se volvió de cara a él, apoyó las palmas de las manos en su pecho y la cabeza en sus propias manos mientras trataba de recuperar la respiración. Mientras, él se quedó contemplando su brillante cabello castaño. Conectaron. Profundamente. Sí, había conexión y atracción. La clase de atracción que le impedía querer retirar las manos de la cintura de ella. ¡Lo que era una locura! Trató de controlar el deseo y, por fin, retiró las manos de la cintura de Paula y dió un paso atrás. Allí, era un turista que iba a marcharse a la primera oportunidad, y mejor no olvidarlo. Quizá se quedara para almorzar, pero después se iría.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro mirándola a la cara, y se vio recompensado con una dubitativa sonrisa.


–Sí, mucho mejor. Gracias. Yo… Debería ser más consciente de mis limitaciones, ¿No te parece?  


-Voy a hacer un trato contigo. Te cambio una cesta de cerezas por un trozo de esa tarta de la que hablabas y el almuerzo. Y tendré cuidado con la resbaladiza suela de mis zapatos. ¿Te parece bien?


Ella fingió pensárselo; después, asintió y le ofreció la mano para cerrar el trato. La piel de la mano de Ella estaba seca y la palma tenía cayos. Era la mano de alguien que trabajaba. Y, extrañamente, le gustó.


–Trato hecho –Paula asintió con firmeza.


Una hora más tarde, Paula oyó a Simba ladrando y se asomó a la ventana. Pedro estaba paseándose por el patio. Movía una mano mientras hablaba y, en la otra, tenía el teléfono móvil, pegado a la oreja. Curiosa, ella, secándose las manos con el trapo de cocina que tenía sujeto a la cinturilla del delantal, salió fuera, justo en el momento en que él cortó.


–¿Algún problema?


Al verla, Pedro se ruborizó ligeramente, como si acabaran de sorprenderle haciendo alguna travesura. «El travieso Pedro». La ocurrencia la hizo sonreír. En los rizos se le habían enredado algunas hojas secas. Tenía arañado el antebrazo derecho y manchas de jugo de cereza en la camisa, en el hombro derecho. Le sentaba bien. El travieso Pedro.


–Me ha picado una avispa y, para colmo de males, debido a un asunto jurídico, va a tener que quedarse en París hasta el domingo –Pedro suspiró–. Así que estoy solo y abandonado a mi suerte.


–¡Vaya, muchas gracias, me siento sumamente halagada! Vamos, deja que vea esa picadura.


Pedro levantó una mano por encima de la cabeza y la miró con expresión incrédula.


–Gracias, pero puedo encargarme yo solito de la picadura de una avispa. 

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