jueves, 26 de octubre de 2023

Rivales: Capítulo 8

Cinco cuchillos básicos estaban pegados a una barra magnética situada en la pared de detrás del fogón de cada participante.


—¿Vas a usarlos? —preguntó Pedro.


—¡Por favor! —dijo Paula con sorna. Cualquier cocinero sabía que los cuchillos eran el utensilio más personal y que cada uno tenía sus favoritos. Por eso eran los únicos elementos que se les permitía llevar de casa—. ¿Bromeas?


Pedro se encogió de hombros.


—Era para comprobar qué tipo de cocinera eres.


El tipo que merecía conseguir un puesto en el Chesterfield, a lo que Paula pensaba dedicar todos sus esfuerzos. Gustavo, que debía haber escuchado la conversación, comentó:


—Recuerden que pueden traer un máximo de siete —iba recorriendo el estudio con las manos a la espalda, como un policía—. ¿Funciona todo bien?


—Por ahora sí —dijo Pedro.


Paula asintió.


En cuanto Gustavo se alejó, Pedro dijo con sorna:


—Supongo que Rafael se presentará con todos sus cuchillos a la cintura. Es un demente.


—Yo más bien diría que es peligroso. Por cierto, gracias por lo de antes.


Aunque no hubiera necesitado que interviniera, había apreciado su gesto.


—Estaba claro que intentaba desarmarte psicológicamente — dijo él.


Por una fracción de segundo, Paula se preguntó si también Pedro estaba jugando psicológicamente con ella, haciéndose el simpático y tratando de ganársela. Quería creer que no, pero tal y como había dicho Gustavo, los concursantes podían usar cualquier estrategia para ganar.


—¿Qué te hizo apuntarte al concurso? —preguntó Pedro.


Paula optó por la respuesta más obvia.


—Quiero el trabajo. ¿Tú?


—Lo mismo —respondió él precipitadamente.


Se observaron por un instante.


—Es una gran oportunidad —dijo Paula, sonriendo.


—Desde luego, aunque en cierta forma es humillante tener que pasar por esto para dirigir una cocina.


—No es una cocina cualquiera. Es el Chesterfield. Dos presidentes han comido allí, además de los jueces más importantes. Cualquier noche puedes cruzarte con varios actores famosos…


Paula calló bruscamente, consciente de que empezaba a sonar como su padre cuando su madre se quejaba del tiempo que pasaba en el restaurante. Por su parte, Pedro no parecía especialmente impresionado. Ni siquiera cuando, inclinándose hacia ella, añadió:


—Olvidas que tiene tres estrellas Michelín.


—¿No te parece digno de admiración? —preguntó Paula, desconcertada.


—Claro. Si no, no estaría aquí. La cuestión es saber qué motiva a los demás participantes.


—¿Qué quieres decir? —preguntó Paula, intrigada, mirando a su alrededor.


—Que sus motivos determinan la pasión que pongan en ganar.


Pedro dejó en el imán el cuchillo que tenía en la mano y dedicó a Paula la misma sonrisa que había desplegado tras cederle el taxi y pedirle un beso. El efecto fue tan embriagador como entonces, y ella sintió que la piel le ardía. Dejaron de hablarse durante varios minutos, mientras se familiarizaban con el estudio.


La despensa consistía en varias estanterías metálicas, en las que había toda una clase de cuencos y frascos etiquetados.


—Así que eso es una cebolla roja —dijo Kevin, el del peinado extraño.


Paula, Pedro y varios participantes más rieron. Gustavo se puso unas gafas y dijo:


—Las etiquetas son para los televidentes, pero puede que también les vengan bien a ustedes.


—Algunos están vacíos, Gustavo —Fiorella señaló un cuenco marcado como "Pimientos Italianos".


—No te preocupes. El lunes estará lleno.


—¿Dónde hace el programa la compra? —preguntó Paula.


—Tú eres la estilista culinaria, ¿No? —preguntó Gustavo.


Aunque hubiera usado un alias, Paula había intentado ser tan veraz como le fue posible en todo lo demás, Rafael hizo una mueca despectiva. Evidentemente compartía la mala opinión que su padre tenía de su profesión.


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