jueves, 19 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 51

El rugido del poderoso motor del coche retumbó en la silenciosa cocina. El bonito coche deportivo rojo cruzó la hierba para acercarse al patio; desgraciadamente, tiró unos tiestos a su paso. Ella salió al jardín corriendo mientras Pedro daba la vuelta al coche para iluminar las puertas del establo, que estaban cerradas, con los faros. Trató de mover el picaporte, pero éste se había quedado atascado. Los ojos se le llenaron de lágrimas de frustración mientras luchaba contra el viento y el picaporte, aterrorizada de lo que pudiera encontrar dentro del establo. Él apareció a su lado y, entre ambos, lograron abrir la puerta por fin. Nicolás estaba sentado en un viejo sillón envuelto en el edredón de su madre, tenía un brazo alrededor de su perro y leía un cuento a la luz de la linterna. A su lado había una botella de zumo y un paquete de galletas vacío.


–Hola, mamá. Estábamos de picnic. La linterna de Pedro es estupenda. ¿Me vas a leer un cuento?


Ella se apoyó en la mesa de la cocina y cerró sus cansados ojos. Habían pasado tantas cosas desde que dejara a Nicolás con Rosa que era como si hubieran transcurrido días en vez de horas. Unas horas maravillosas a solas con Pedro en las que habían cenado y habían ido a un concierto. Sintió una punzada de dolor al pensar en lo que podía haberle ocurrido a Nicolás de haber pasado solo toda la noche. En cierto modo, se sentía orgullosa de que su pequeño hubiera sido lo suficientemente valiente para salir con aquel viento frío por estar con su perro, pero el miedo que había sentido al ver la cama de su hijo vacía había sido sobrecogedor. Se dejó caer en una silla de la cocina, alzó las piernas y se las abrazó, sin importarle las arrugas en su mejor vestido. Sólo había salido unas horas… ¡Y lo que había pasado! Pero de una cosa estaba segura: no iba a ser tan egoísta como para volver a anteponer sus intereses a los de Nicolás. Había sido decisión suya quedarse hasta más tarde de lo que había pensado, y Rosa la había animado, pero sus decisiones tenían consecuencias. Nicolás la necesitaba, tenía que cuidar de él. Y aquella noche… Le había fallado.  Durante unas horas, se había sentido como si volviera a su antigua vida, pero le había costado muy caro. El instinto no le había engañado, no podía compaginar ser madre con ser concertista. No eran compatibles. En ese momento, Pedro apareció en la cocina, la levantó de la silla y la rodeó con los brazos.


–Nicolás está profundamente dormido. ¡Vaya día que ha tenido el chico! Igual que su madre.


Ella se quedó mirando los encantadores ojos de Pedro e intentó sonreír. Al instante, él pareció notar su angustia y la estrechó contra sí.


–Sé que estabas asustada. Pero Nico está bien, está bien.


–Lo sé. No se trata de Nico, sino de mí. Esta vez, quien tenía miedo era yo.


Pedro le dió un apretón antes de soltarla, llevarla a la silla y hacer que se sentara otra vez. Después, se sentó frente a ella.


–No debes culparte –dijo Pedro en voz baja–. Los chicos hacen travesuras, es normal. Pero no te preocupes, he hablado con él y me ha prometido no volver a darles a tí ni a la niñera un susto semejante.


La sonrisa de Pedro la hizo sonreír a ella también.


–Gracias. Pero no puedo evitar pensar que debería haberlo visto venir. Nicolás sabe que sus abuelos le quieren, pero estar fuera de casa por dos semanas es mucho para un niño de seis años.


–¿Y cuando se tienen veintiocho? –Pedro hizo una pausa, le tomó las dos manos y la miró fijamente–. He hablado con Nora esta tarde, va a venir el martes, ya tiene los billetes. Y me ha dicho otra cosa, algo muy importante. Está pensando en vender la casa y empezar una nueva vida. Y eso significa un nuevo comienzo para Nico y para tí, Paula.


A Paula le subió la sangre a la cabeza. Trató de asimilar el significado de las palabras de Pedro al tiempo que intentaba rechazarlas mientras el terror se apoderaba de ella.


–No es posible que Nora venda la casa. Me dijo que le encantaba esto.


Ella apartó las manos de las de Pedro y, mirándole, sacudió la cabeza.


–Espera un momento. ¿Has dicho que has hablado con Nora esta tarde? ¡Tú lo sabías! ¡Mientras cenábamos, tú ya sabías lo que ella tenía pensado! ¿Cómo no me has dicho nada, Pedro? ¿Cómo no me has dicho que estoy a punto de perder mi hogar? 

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