martes, 24 de octubre de 2023

Rivales: Capítulo 3

Suerte.


Justo lo que no había tenido Pedro Alfonso desde su divorcio, dos años atrás. Y en aquel momento llegaba tarde a la mejor oportunidad de su vida por una mala jugada del azar. Aun así, viendo el taxi alejarse, no conseguía arrepentirse. La mujer que viajaba en él no era espectacular. Tenía una nariz pequeña y pecosa; unas cejas que prácticamente desaparecían bajo el flequillo y unos labios menos llenos de lo que estaba de moda. Sus ojos verdes, de cerca, tenían pequeños reflejos dorados. Pero en cuanto sus manos se habían tocado, Pedro había sentido una descarga eléctrica y por primera vez en mucho tiempo, se había sentido atraído por una mujer. Con tanta fuerza que por un instante se había quedado sin respiración. Y la sensación era maravillosa. Llevaba muerto demasiado tiempo. Pero aquel beso… Sentía el calor de la sangre correrle por las venas. Puso los brazos en jarras y sacudió la cabeza, perplejo. El azar, caprichoso siempre, eligió aquel momento para hacer unas de sus apariciones. La lluvia que los había respetado durante el juego de Piedra, Papel o Tijera empezó a caer como si fuera el chorro de una manguera. Aun así, Finn solo pudo sonreír. Quizá no le iría mal una ducha de agua fría.


Pelar y cortar.



Para cuando Paula llegó a su destino había conseguido apartar el recuerdo del sexy desconocido, pero no dominar sus nervios. Pagó al taxista y, cubriéndose la cabeza con el bolso, corrió al edificio esquivando a los viandantes. En el mostrador del vestíbulo se registró, se puso el broche con el nombre Paula Chaves, y fue hacia el ascensor dando un suspiro de alivio. Primer obstáculo superado. Había temido ser reconocida a pesar del flequillo y del nombre falso. La sala de espera de los estudios Sylvan, en el piso quince, estaba llena de gente. La flor y nata de la industria, un grupo ecléctico de seres, desde los chefs vanguardistas y sofisticados, a los de aspecto normal o incluso desaliñado. Lara sabía bien que no debía descartar a ninguno basándose en su aspecto. Todos ellos habían superado la prueba preliminar y estaban allí por lo mismo que ella: Un trabajo. No un trabajo cualquiera, sino el que le habría correspondido de no haberse rebelado. Solo su padre era capaz de restregar sal en la herida y, tras proclamar públicamente que necesitaba un sucesor, convocar a través de la televisión por cable Cuisine, un concurso: Desafío Chef. En el último episodio, ya en otoño, ella o uno de los once mejores chefs del mundo, prepararía el menú del Chesterfield. Había entrado en la competición sin que su padre lo supiera y en la televisión, nadie sabía que estuviera relacionada con Luis o con el restaurante. Había podido contar con el anonimato porque el programa era grabado. Si llegaba a la última ronda, que iba a juzgar su padre personalmente, tendría que desvelar su identidad. Entre tanto, debía preparar la mejor y más creativa comida de toda su vida. Miró a los seis hombres y cuatro mujeres que ocupaban la sala. Con ella hacían once, así que faltaba alguien. Estaba al lado de la puerta, mirando sus correos en el móvil, cuando oyó que se abría. El concursante número doce. Paula se volvió y se encontró cara a cara con…


—Papel —musitó, sorprendida.

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