Paula apreciaba la caballerosidad de Pedro, pero no podía permitir que la percibieran como frágil. Adelantándose a él, dijo a Rafael:
—Lo cierto es que sí iba a decir algo, pero prefiero que sea mi cocina quien hable por mí.
—Si es así, solo escucharemos silencio —dijo una mujer voluptuosa con el nombre Ángela Horvarth en el broche.
Sus inflados labios se curvaban en una cínica sonrisa, y Paula intuyó que no le convenía darle la espalda. Ni a ella ni a ningún otro concursante. Pedro incluido. Todos tenían un único objetivo: Ganar. Y eso, como él mismo había dicho, los convertía en adversarios. Gustavo había sido testigo de la última parte del intercambio y dio una palmada para reclamar su atención.
—Chefs, no me importa que se ataquen. De hecho, crear inseguridad en los demás participantes es una buena estrategia, pero reservarlo para las cámaras. Los próximos dos días estaremos demasiado ocupados como para perder tiempo con sus egos.
Paula miró a Pedro de soslayo. La sonrisa relajada había sido sustituida por una expresión que se correspondía con la intensidad de su mirada. Esa sería su cara durante la competición, y Lara no pudo evitar lamentarse de no haberlo conocido en otras circunstancias.
Mezclar bien
Los concursantes contaron con una hora exacta para familiarizarse con sus puestos. Finn reprimió el impulso de correr al suyo, tal y como hicieron otros chefs, porque sabía que en la cocina la precipitación siempre conducía al caos.
Pedro había pasado su vida de adulto en cocinas profesionales e incluso había tenido su propio restaurante, el Rascal’s, que había montado con su esposa y mejor amiga. Ex esposa y ex amiga en el presente. Entre cacerolas, sartenes y utensilios, se sentía como en casa, pero en aquella situación no estaba tan cómodo. Aunque no lo hubiera admitido, la idea de cocinar delante de las cámaras lo inquietaba tanto como a Paula. Era capaz de cocinar sus platos estrella en cualquier cocina, pero la televisión representaba un contexto desconocido y que se escapaba de su control. Al principio de cada programa, el presentador mostraría tres tarjetas. En una se especificaba el tiempo del que disponían; en otra, el plato que debían preparar, aperitivo, plato principal o postre. La última tarjeta desvelaría el nombre del chef famoso que haría de juez. Otro factor desestabilizador era la simpática y guapa Paula Chaves. Si la atracción inicial lo había dejado sin respiración, al encontrarla en la sala de espera había recibido un gancho que lo había dejado noqueado. ¿Cómo era posible que la primera mujer que le interesaba desde que Candela lo traicionara fuera alguien con quien debía competir para conseguir la mejor oportunidad de su vida? «Ten claras tus prioridades, Alfonso», se amonestó. El sexo y su vida social ocupaban un lugar secundario frente a recuperar lo que había perdido. Y gracias a Candela y a Lucas, lo había perdido todo. Por mucho que todos los demás estuvieran decididos a ganar, su caso era diferente. Coronarse como el chef ejecutivo del Chesterfield representaba tanto una meta como un trampolín para preparar su retorno a la gran cocina. Nada ni nadie se interpondría en su camino.
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