Pedro separó la mano de la de ella y se dejó caer en el sofá. Paula se sentó a su lado y subió las piernas, pegándoselas al cuerpo. Y esperó. Despacio, levantó la cabeza, miró la fotografía de su madre y luego volvió el rostro hacia ella.
–No me conformo con saber que mis padres me querían –Pedro sacudió la cabeza–. Soy un idiota, ¿Verdad?
Ella se dió unos golpecitos en el labio inferior; después, dió un manotazo en la mesa de centro. Pedro se sobresaltó.
–¿Qué?
–Pedro Alfonso, voy a hacerte una proposición.
A la expresión de sorpresa de Pedro siguió una sagaz sonrisa.
–¿En serio? Pero si acabamos de conocernos…
Ella hizo una mueca.
–Muy gracioso. Venga, escucha. Nora Lambert es muy amiga mía y sé lo mucho que le va a doler cuando se entere de que en ningún momento tenías intención de asistir a su fiesta de cumpleaños…
Pedro se echó hacia delante en el asiento, pero Paula le indicó que volviera a acomodarse.
–Por favor, no te levantes, aún no he terminado. Escucha lo que tengo que decir.
Ella tomó aire, lo soltó y continuó:
–Tú te quedas aquí hasta el fin de semana de la semana que viene y asistes a la fiesta de cumpleaños de Nora, a pesar de que odia celebrar cumplir sesenta años. A cambio, yo haré todo tipo de averiguaciones respecto al tal Andrés Morel. Conozco a todos los del pueblo; además, el hotel es el centro de reunión de los jubilados, a quienes encantará realizar trabajo detectivesco. Vamos, dime, ¿Qué te parece?
Pedro le agarró una mano y se la besó.
–Te lo agradezco mucho, pero no puedo quedarme. Tengo que estar de vuelta en Sídney el lunes; después, hacia finales de semana, tengo que ir a Tokyo… ¿Qué pasa? ¿Por qué estás sacudiendo la cabeza? Ese tipo de táctica no funciona conmigo.
–No imaginaba que te dieras por vencido tan fácilmente, Pedro Alfonso.
Pedro enfureció.
–No me he dado por vencido.
–En ese caso, ¿Por qué estás poniendo disculpas? Verás, Nora regresó de Australia con una maleta llena de fotos de su extraordinario ahijado. Estaba sola en el mundo, pero llevaba fotos de tí. ¿Cómo crees que se va a sentir cuando vuelva y se encuentre con que tú ya te has ido? ¿Cuánto hace que no la ves? ¿Dos, tres años?
Pedro lanzó un gruñido.
–Tres. Nos vimos en Sídney, en un concierto para recaudar fondos con fines benéficos.
Ella se abrazó las piernas, apoyó la barbilla en las rodillas y le sonrió a él con una expresión dulce e inocente.
–Esta mañana, camino de la escuela, le estaba explicando a Nicolás lo maravillosos que son los ordenadores portátiles y las conexiones inalámbricas. Algunas personas trabajan desde casa, sin necesidad de viajar.
Ella se encogió de hombros y fingió examinarse la uña de un pie, esmaltada en color cereza.
–Por supuesto, después de lo que me has dicho, comprendería perfectamente tu necesidad de viajar a la otra punta del mundo para reunirte con hombres bien trajeados y hablar de ordenadores, en vez de averiguar quién es tu padre natural.
Pedro se echó hacia delante, sus cabezas casi se tocaban.
–Me quedaré hasta el lunes, eso es todo.
–El martes –contestó Paula inmediatamente–. Y podemos empezar el trabajo de investigación esta tarde, en la fiesta de Nicolás. Los padres de los niños van a asistir y, casi con seguridad, habrá alguien que conozca a la familia Morel. Después, puedes venir a la fiesta en el hotel para continuar averiguando cosas.
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