jueves, 19 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 50

Paula sonrió, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Pedro entrelazó los dedos con los de ella, dándole fuerza, mientras ella trataba de controlar la intensidad de lo que sentía por él. Como respuesta, asintió y susurró:


–Sí.


Pedro le dió un beso en la frente y Paula, por fin, reconoció que se estaba enamorando de Pedro Alfonso. Lo que era una locura. En apenas unos días, Nora y su fiesta de cumpleaños serían historia, Nicolás estaría en España con sus abuelos y Pedro en algún lugar a miles de kilómetros, pero no ahí, en el pueblo en el que se crió. Lo que significaba que salir con él aquella noche era también una locura.


–Rosa, ¿Aún estás despierta? –preguntó Paula en voz baja por miedo de despertar a Nicolás y asomándose al cuarto de estar.


Sonriendo por el recuerdo, aún vivo, de una velada musical memorable, Paula sonrió traviesamente cuando Rosa, que salía de la cocina, entró.


–Paula, ¿Ya estás aquí? ¿Has visto a Nicolás?


–¿A Nicolás? –repitió Paula alarmada.


Algo en el tono de Rosa hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo, pero decidió ignorar su reacción.


–¿Todavía está viendo dibujos animados? No te preocupes, yo conseguiré acostarle.


–Nicolás no está viendo dibujos animados, Paula. No está en la cama tampoco. Creo que ha salido a buscar a ese perro suyo –Rosa la agarró por el brazo–. Lo siento, creo que ha sido culpa mía.


¿A las dos de la mañana? Aquellas palabras fueron como un jarro de agua fría. Agarró a su amiga por los hombros y la obligó a mirarla a los ojos. Las dos estaban temblando.


–¿Cuándo le has visto por última vez? –preguntó Paula. 


–A la una pasé por su habitación y estaba profundamente dormido – Rosa bajó la cabeza–. Volví a bajar, me puse a leer el periódico y me quedé dormida.


Rosa volvió a alzar la cabeza, miró a Paula con los ojos llenos de lágrimas y añadió:


–Lo siento, Paula.


Ella corrió escaleras arriba y encendió la luz de la habitación de Nicolás. Las puertas del armario estaban abiertas, pero sus botas y la chaqueta no estaban, ni tampoco la linterna que Pedro le había regalado. Paula bajó corriendo al vestíbulo, se puso un impermeable y las botas que utilizaba cuando trabajaba en el jardín, abrió la puerta y se encontró en los brazos de Pedro.


–Eh, ¿Qué pasa? –le preguntó Pedro, sujetándola.


–Se trata de Nicolás. No está. 


«¡Nicolás!». Si algo le había pasado al pequeño, no sabía qué haría. Y si así se sentía un padre, era algo aterrador. Pedro estrechó a Paula contra sí. El temblor de su frágil cuerpo le obligó a tomar decisiones antes de que ella se viera presa del pánico.


–No habrá llegado muy lejos, ten en cuenta que es de noche.


Se volvió a Rosa, que había empezado a sollozar.


–Rosa, por favor, intenta recordar. ¿Dijo Nico algo que te hiciera sospechar que quería salir fuera?


–Me dijo que Simba estaba en el establo, que el viento aullaba y que tenía miedo de no poderse dormir sin su perro. Yo le contesté que estaba bien en el establo y que esperara a mañana para verlo. Me pareció que se había conformado…


Pedro besó a Paula en la cabeza, el beso resonó en el silencioso vestíbulo.


–¿El establo? Es un buen sitio para empezar la búsqueda. ¿Se ha llevado la linterna?


Pedro soltó a Paula mientras ella asentía.


–Paula, ven conmigo –dijo él mientras iban a la cocina y le pasaba la linterna pequeña a Paula–. Rosa, ¿Por qué no preparas un chocolate caliente? Volveremos lo antes posible.


Pedro se volvió de cara a Paula, la agarró por los brazos y la hizo concentrarse en sus palabras.


–Vamos a necesitar más luz, Paula. Tú empieza por el establo mientras yo voy a por el coche –y tras un beso en los labios de ella, salió fuera.


–Me gusta –susurró Rosa con voz ahogada–. Ana se habría sentido orgullosa de su hijo.


–Sí, a mí también me gusta –contestó Paula–, pero no sé qué hacer al respecto.


–Ya se te ocurrirá algo. Ahora, ve a buscar a Nicolás. Las pilas de la linterna no le van a durar toda la noche y se va a asustar. 

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