Pedro apagó el motor del coche, apoyó la cabeza en el reposacabezas del asiento y cerró los ojos. Estaba agotado, tanto física como mentalmente. Después de los traumáticos acontecimientos del día anterior, le había resultado difícil dormir. Por fin, harto de dar vueltas en la cama y de pensar en Paula, se había levantado y había examinado su correo electrónico, que le había llevado mucho tiempo debido a la más lenta conexión a Internet. Tenía mucho trabajo y pasarse el día recorriendo el Languedoc en el coche visitando familias que se apellidaban Morel era un lujo que apenas podía permitirse. Sin embargo, descubrir en esos momentos quién era su verdadero padre le parecía más importante que nunca. Oír la confesión de Paula la noche anterior respecto a su pasado le había hecho recapacitar sobre el suyo propio. Y ahora, después de un día de pesquisas, sabía lo que había ocurrido. Y por qué. Y cuándo. Estaba deseando compartir el resultado de su investigación con Paula. No había otra persona a quien quisiera decírselo. Se había establecido un lazo de unión entre los dos que no iba a romperse tras su regreso a Sídney. La noticia podía esperar. Su problema. Su pasado. Pero iba a esperar hasta el día siguiente a darle la noticia. Ella se merecía una noche de felicidad antes de enfrentarse a la dura realidad. Le había prometido a Paula Chaves una cita. ¡Y había llegado el momento de descubrir si ella estaba dispuesta a dejarse mimar!
Pedro dobló una esquina de la casa en el momento en que el sol comenzaba a ocultarse detrás de los árboles. Oyó el canto de un ruiseñor y una melodía al piano. Ella estaba tocando el piano del cuarto de estar con los ojos cerrados. Tarareaba al mismo tiempo. El canto era tan dulce y contenía tanta ternura que él se detuvo y, muy quieto, se quedó escuchando la hermosa voz de Paula. Era una escena mágica y se dejó llevar de la belleza del momento. Ella llevaba un vestido azul sin mangas del mismo color que sus ojos, azul pálido como el color del cielo de una mañana primaveral. Mientras la contemplaba, notó cómo le hervía la sangre y el pulso se le aceleraba. Ella estaba deslumbrante. Ésa era la Paula que había dominado sus pensamientos desde el momento de salir de la casa aquella mañana después de pasar una hora en el ordenador con Nicolás enseñándole todos los lugares del mundo en el que sus proyectos de beneficencia estaban dando resultados. Respiró el dulce aire del jardín. Sin saber cómo, esa mujer le hacía sentir y hacer cosas que le hacían sorprenderse de sí mismo. Nunca había dedicado tiempo a los juegos de ordenador ni a actividades educativas con un niño, aquélla había sido la primera vez. No estaba acostumbrado a actuar impulsivamente, y ahora lo estaba haciendo. Y, desde luego, no hablaba de su vida personal con gente a la que acababa de conocer. Pero… ¿Con Paula? Ella le hacía sentir y actuar de forma diferente. Y eso le desconcertaba. Se habría quedado ahí, observándola durante horas, de no ser porque, en ese momento, Paula alzó los brazos por encima de la cabeza y se estiró como una pantera. Y le sorprendió observándola. Enrojeciendo ligeramente, Paula se calzó los zapatos de tacón que estaban al lado del taburete, se echó el pelo hacia atrás con un movimiento de cabeza y, tras levantarse, se acercó al equipo de música y pulsó un botón. Al instante, la música de jazz resonó en la estancia.
–Es Ella Jane Fitzgerald. Quizá algún día llegue a cantar la mitad de bien que ella.
Al acercarse a ella, Pedro notó el collar que descansaba incitantemente entre sus senos. Era una mezcla de objetos pequeños: Conchas y piedras engarzadas en plata, una colección tan única como ella misma. Le sentaba a la perfección. Entonces, le llamó la atención algo que brillaba. Era un círculo de oro con brillantes y zafiros que colgaba del collar. El anillo de bodas de ella. Una mirada a su mano lo confirmó. Paula se había quitado su anillo de boda. Sintió ganas de lanzar un grito de alegría.
–Me gusta tu collar –dijo Pedro tratando de pronunciar las palabras con calma.
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