Y tal y como Paula había supuesto, al cabo de unos segundos, la anfitriona de la fiesta fue a por él y se lo llevó. Desde su ventajosa posición, ella comprobó que, en cuestión de minutos, le habían presentado a un montón de tíos, primos y demás parientes que componían la familia Morel. Y, por lo que oía de vez en cuando, a ráfagas, algunos de los hombres de la familia se llamaban Andrés o tenían otros familiares con ese nombre en Montpellier. Pobre Pedro, esa situación tenía que ser muy difícil para él. No pudo evitar clavar los ojos en el alto varón con traje de sastre que había sido el centro de atención de la estancia desde su aparición. Sabrina, con sólo verle, había pasado de ser una mujer adulta y propietaria de un hotel a una colegiala risueña turbada. ¡Acceso a Internet! ¡Sabrina! ¡Qué excusa más tonta! ¡Lo que le iba a tomar el pelo! Ella, por su parte, apenas había tenido tiempo de presentar a Pedro a la señora Morel y a su familia, y explicarles por qué había una persona que no había sido invitada. Y que resultaba ser el presidente de Alfonso Tech. Se habían sentido honrados de que Pedro Alfonso estuviera en su fiesta buscando a un miembro de su familia. En cuanto a Pedro, había entrado en la sala de fiestas con la seguridad en sí mismo de alguien acostumbrado a lograr cualquier cosa que se proponía. Trabajar con él durante los próximos días, hasta que Nora apareciese, iba a resultar ser un auténtico desafío para ella. Desde el primer momento de verle, ahí tumbado en el suelo, se había sentido atraída hacia él. Por supuesto, había intentado racionalizarlo. Había visto fotos de él y, durante algún tiempo, había tratado de imaginar cómo sería en persona. Verlo ahí, discutir con él, enterarse de los motivos que le habían llevado allí… Todo ello le había ayudado a comprenderle mejor como persona. Sus dedos comenzaron a tocar la parte dramática de una balada. ¿A quién pretendía engañar? Estaba atontada con él. Lo que era una completa y absoluta estupidez. Verlo ahora, charlando con los presentes con la mayor facilidad del mundo, le demostró que lo mejor que podía hacer era dejarse de tonterías. Pedro era un turista que sólo iba a pasar unos días allí. Estaba de paso. Y ella era demasiado mayor para tener una aventura de verano. ¿O no?
Pedro estaba anotando el teléfono de una mujer mayor cuyo sobrino se llamaba Andrés Pedro cuando notó que el piano había dejado de sonar. Con calma, prometió a la mujer llamar al día siguiente, le dio las gracias y regresó al piano. Paula se había puesto en pie, tenía el teléfono móvil pegado a una oreja y, a juzgar por su expresión, no parecía estar recibiendo buenas noticias. Él, al instante, se abrió paso, atravesó la habitación y la agarró del brazo.
–¿Qué pasa? ¿Qué es lo que ocurre?
Ella se estremeció y se puso la chaqueta.
–Era Rosa. Estaba leyéndole un cuento a Nicolás cuando se ha ido la luz. No es la primera vez que pasa; en una ocasión que hubo una tormenta, nos quedamos sin electricidad dos días –ella se aferró a su brazo–. Llévame a casa, por favor. Normalmente, nunca me marcho antes que los invitados, pero esto es una urgencia.
–Sí, claro. Pero no lo comprendo. ¿Acaso a Nicolás… Le da miedo la oscuridad?
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