martes, 3 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 31

La comida hecha con amor que tomaba toda la familia sentada alrededor de una mesa. Hacía años que había olvidado lo que era sentirse parte de una familia, y esa desconocida se lo había recordado. Una loca inglesa le había hecho recuperar el recuerdo. Y significaba mucho para él. Quizá, algún día, tendría una familia; pero hasta entonces, se sentiría agradecido por la recuperación del recuerdo. Pedro se volvió en la silla para darle las gracias a Paula justo cuando ella, doblando la cintura, se estaba agachando para ofrecerle a Simba lo que parecían restos de masa estropeada de las tartas. El animal, obviamente contento, agitó la cola. Durante unos segundos, mujer y perro aparecieron bañados por un rayo de sol que entraba por la puerta. Paseó la mirada por los pantalones de ella, por su delgada cintura... y el sol le tocaba los brazos mientras charlaba con Simba. Se la veía contenta, a gusto, tranquila, normal… Y sumamente hermosa. La idea le sorprendió tanto que le dio tos. ¿Hermosa? ¿Cómo se le había ocurrido semejante cosa? Al instante, volvió la cabeza. Justo en ese momento, el agua empezó a hervir e intentó calmar el ritmo de su respiración mientras veía a Paula echar el agua caliente al café molido. Y saboreó el delicioso aroma. Esa mujer era una maravilla. Incluso el café que preparaba era excelente. Cuando ella llevó el café a la mesa, Pedro clavó los ojos en su mano izquierda. Sin duda, los pálidos zafiros azules habían sido elegidos por su difunto marido porque hacían juego con el color de sus ojos. Y ella aún debía de estar loca por él. Sintió una punzada de algo sospechosamente parecido a un ataque de celos. ¡Completamente ridículo! Una razón más para terminar de hacer el equipaje y volver a su solitaria vida. Ella le miró cuando él se echó a reír. Y, limpiándose las manos, se sentó frente a él.


–¿Qué es lo que te hace tanta gracia? ¿No te gusta la tarta?


Pedro se recostó en el respaldo de la silla con las manos detrás de la cabeza, estirándose, y sin darse cuenta de que acababa de dejar al descubierto una buena parte de su musculoso vientre con su reguero de oscuro vello.


–Vamos, por favor, no a esta hora del día –Paula se tapó los ojos, fingiendo horror–. Vamos, tápate, se me va a quitar el hambre.


Pedro se miró, bajando los ojos, se dió cuenta de a lo que ella se estaba refiriendo y bajó los brazos. Por primera vez en años, sintió auténtica vergüenza. Para distraerse, se sirvió café.


–¿Hay algún momento del día en el que no sería un problema? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario