–A lo que he accedido es a llevar a una bonita dama a su casa mientras el joven amo de la casa y su compañía de piratas se dedican a montar bronca en el cine del pueblo como parte de las actividades de la fiesta del colegio.
–Deberías haberme advertido que iban a hacerme un recibimiento – susurró Pedro a Paula, agarrada a su brazo, mientras despacio se abrían paso entre los invitados en dirección al piano que se encontraba al fondo de la sala.
–¿Cómo? ¿Y privarme de la diversión de verte demostrando tus encantos con las damas? –Ella rió suavemente–. ¡Eres muy famoso por aquí!
Entonces, le apretó el brazo y, en broma, dijo:
–Sabrina ya ha pedido que engorden un ternero.
Pedro se atragantó con el agua mineral con gas.
–No soy el hijo pródigo.
–Yo no estaría tan segura de eso –respondió Paula al tiempo que, con una servilleta, le secaba las gotas de agua que le habían caído en la bonita chaqueta del traje–. Ha sido muy amable de tu parte examinar la conexión de Internet de Sabrina, necesita la conexión porque suelen hacerle las reservas por Internet. No ocurre todos los días que aparece por aquí un genio de la informática.
Antes de que Pedro pudiera responder, Paula miró por encima de su hombro y asintió.
–Sabrina me acaba de hacer una seña. Se va a servir el bufé ya, así que ha llegado el momento de que me ponga a trabajar. ¡Espero que te guste el piano!
Ella se sentó al piano y comenzó a tocar. A Pedro la música le pareció elegante y sentimental. ¡Le encantó!
–¿Estás improvisando? –le preguntó él sorprendido.
Ella se echó a reír, pero sin dejar de mirar el teclado.
–De eso se trata. Sabrina podría haber puesto música en un equipo estereofónico, pero prefiere que toque yo. Mi trabajo consiste en crear una música de fondo de acuerdo con el acontecimiento del que se trate.
Ella alzó la cabeza e hizo un gesto con la cabeza indicando así a la mujer elegantemente vestida que había saludado a Pedro cariñosamente después de que él se disculpara por haberse presentado allí sin invitación.
–La familia Morel me ha pedido que tocara una mezcla de jazz y de canciones típicas de sus musicales preferidos.
Ella empezó a tocar una canción que Pedro reconoció, era el tema de una película de Hollywood. Le sorprendió la calidez y la emoción que ponía en su forma de tocar el piano.
–Me parece que no es la primera vez que tocas –Pedro sonrió y se colocó en la parte posterior del piano para poder verle el rostro.
De repente, estaba encantado de encontrarse allí, en ese pequeño hotel aquella tarde en la que arreciaba el viento. Ella arrugó la nariz y sonrió.
–Sí, desde que tenía doce años. Y me encanta, me encanta, me encanta. ¿Te he dicho que me encanta? Podría pasarme la vida tocando, aunque no me pagaran; pero, por favor, no se lo digas a nadie.
Pedro asintió.
–Tu secreto está a salvo conmigo, soy una tumba. Pero me gustaría hacerte una pregunta… ¿Por qué pianista de fiestas privadas?
–Porque me gusta observar a la gente. ¡No puedes imaginar las cosas que se ven sentada al piano!
Ella miró en dirección a los invitados, que charlaban en grupos alrededor de la mesa del bufé.
–Después de un rato, la gente deja de prestarte atención y es cuando, realmente, ves cómo y quiénes son –Paula le sonrió; después, volvió a bajar los ojos al teclado–. A partir de ahora, en cualquier momento, la señora Morel va a venir a invitarte a su mesa. ¡Vamos, sé amable! ¡Quién sabe, puede que cuando acabe la fiesta hayas descubierto que tienes un montón de parientes aquí!
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