jueves, 19 de octubre de 2023

Eres Para Mí: Capítulo 52

 –Porque no quería estropear nuestra velada. Nunca tienes tiempo para tí, Paula. Te mereces unas horas de diversión.


–¡No lo comprendes! Esta casa no es sólo mi trabajo, me encanta vivir aquí.


Paula miró en torno suyo frenéticamente y alzó una mano, indicando con ella la acuarela que había pintado del jardín y los dibujos de Nicolás que colgaban de la puerta del frigorífico.


–Éste es el único hogar que Nico y yo hemos tenido. Estos muros son como rocas. Necesito esto, Pedro. Necesito esta casa. Y Nico también.


Ella cerró los ojos y añadió:


–Ojalá el nuevo dueño necesite un ama de llaves. Nora me recomendará, de eso estoy segura. Cabe esa posibilidad, ¿No?


Pedro se levantó, rodeó la mesa, la abrazó y la consoló con sus palabras.


–Hay otra posibilidad. Verás, quiero que Nico y tú vengan conmigo. Sé que funcionará, Paula.


Las palabras de él la dejaron perpleja. Dió un paso atrás, sobrecogida por la confusión, el entusiasmo y el terror que sentía.


–¿Te refieres a ir contigo a Montpellier mañana o… A Sídney?


–A Sídney, por supuesto –respondió Pedro–. Ya sé que mi ático no es tan emocionante como una granja sin electricidad ni picnics en un establo en mitad de la noche, pero creo que os gustará –sonrió traviesamente–. Estar con Nico y contigo estos días me ha hecho ver lo que falta en mi vida. Podemos formar una familia, Paula.


El entusiasmo con que hablaba estaba lleno de energía, fuerza y vitalidad. Pedro le acarició el rostro y la sonrisa de él le llegó al alma, lo que le hizo aún más difícil apartarse de él y acercarse a la puerta, que estaba abierta. Necesitaba despejarse la cabeza. Y lo antes posible. Pedro la siguió, le rodeó la cintura con los brazos y ambos contemplaron el jardín a la luz de la luna, el jardín en el que sólo unas horas antes habían estado bailando.


–Ven a Australia conmigo. Sé mi amor.


Ella se dió la vuelta, en el círculo de los brazos de Pedro, le miró fijamente a los ojos, hizo acopio de valor y dijo: 


–Te deseo toda la suerte del mundo, Pedro, pero no puedo ir a Sídney contigo. Mi hogar está aquí, en este pequeño pueblo de Languedoc, no en una ciudad.


El rostro de él mostró confusión.


–Sé que esto ha sido muy súbito, pero puedes estar segura de que ni a Nico ni a tí les faltaría nada. Él tendría una educación excelente y tú podrías tener profesores de canto y comenzar a dar recitales donde quisieras. En unos pocos años podrías ser famosa. Sería maravilloso.


Ella sonrió, a pesar de las lágrimas.


–Sé que tu intención es buena y que me estás ofreciendo lo mejor que el dinero puede comprar. Pero necesitamos cosas más difíciles de encontrar en la ciudad.


–¿A qué cosas te refieres?


Ella se mordió los labios. Pedro había idealizado lo que sería su vida, juntos, en la ciudad. Lo mismo les había ocurrido a los padres de Cristian, y ahora comprendía que ellos lo habían hecho por cariño; pero la vida de la ciudad, en Barcelona, casi la había destruido.


–A la paz, la tranquilidad, la calma… A un jardín al que salgo a recoger fruta. A un lugar por el que Nico puede pasarse el día correteando. Un lugar seguro, un lugar en el que sus abuelos están cerca. Y, por supuesto, a su perro. Y a otra cosa aún más importante.


Ella le lanzó una penetrante mirada antes de añadir:


–¿Podrías entregarte a tí mismo, Pedro? ¿Podrías darnos tu tiempo, tu cariño y tu corazón? Nico necesita gente, no posesiones ni dinero. Y yo te necesito a tí. ¿Puedes anteponernos a todo lo demás? Porque, de no ser así, cometerías el mismo error que Horacio Alfonso cometió cuando murió tu madre.


Pedro apretó los labios y juntó las cejas, pero le permitió que continuara sin interrumpirle.


–¿Cómo te sentiste cuando te sacaron de aquí y te llevaron a un país extraño y lejano? ¿Lo entiendes ahora? De irme contigo, le haría a Nico lo mismo que te hizo a tí tu padre. Y eso no es justo para Nicolás.


Pedro le acarició la cabeza y luego la mejilla.


–He escuchado atentamente lo que me has dicho, Paula, pero… ¿Tan terrible te parece vivir en Sídney conmigo? Compraré una casa con jardín para Nicolás y puede tener tantos perros como quiera, y en la playa. Mi vida allí es buena y sería maravilloso compartirla con los dos.


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